VOX suele estar en aquello que suponga excluir a los «distintos», por englobar su ideología de alguna manera. Con la caza y la tauromaquia: a los animales, con la inmigración: a las personas de países desafortunados, en general: a las mujeres, etc… Pero va sumando puntos, porque cada vez que algún tema de esos es el centro de atención, ahí están ellos para erigirse en defensores de gente molesta… tal vez también por algún foco de feminismo exacerbado, que los hay; porque al movimiento feminista le falta terreno por ganar en algunos sentidos, pero en algún otro se ha pasado de vueltas.
VOX suele estar en lo que suponga mermar derechos, decía, pero como con la pandemia ya son los que gobiernan los que se dedican a ponernos normas, VOX se apuntó a, en este caso, erigirse en defensor de quienes piden menos restricciones, o ninguna. Entonces, ahora que el foco no es que esté puesto en la gestión de la pandemia sino que parece que es la única realidad, ahí está VOX para defender «la libertad». Probablemente no se notará esto en las próximas elecciones madrileñas, porque a VOX se lo merienda Ayuso, pero si tocara votar en general, subiría VOX, sin duda.
A estas alturas, tras más de un año de pandemia, hemos pasado del miedo al virus al cansancio de restricciones. Escuché a una persona muy mayor la siguiente reflexión: «de qué me vale vivir unos años más sin ver a quienes quiero… prefiero verlos y si me lleva el virus, aunque menos, habré vivido mejor». Tal vez se va acercando el momento de decir: «¡Basta ya! Asumamos el riesgo como se asumen otros muchos, pero déjennos vivir la vida mientras dure». Y ahí está VOX. Y se le votaría. Tiempo habría, si gobernara, de quejarnos cuando nos fastidiaran por otros lados, pero de momento que nos quiten las cadenas de las restricciones.
Si yo viviera en Madrid, probablemente me plantearía votar PP, algo que hace un año ni se me pasaría por la cabeza. Madrid ha sido, seguramente, la comunidad que menos restricciones ha impuesto por el coronavirus, y sin embargo no ha sido la que peores datos ha tenido, y eso teniendo en contra su alta densidad de población. Entonces, no escondo mi animadversión por Ayuso, que me parece una especie de Trump con cambio de género, pero a los hechos me remito.
Las restricciones afectan a la mente, y las enfermedades que afectan al cerebro tienden a taparse o hasta mirarse mal, pero debiera tenerse en cuenta también este órgano en la gestión sanitaria. Y qué decir de todas las afecciones que no se están atendiendo debidamente, y que derivan en problemas peores de lo que tal vez fuera para determinada persona el coronavirus.
Tengo dudas de si, cuando consideren que ha pasado la pandemia, volveremos a tener la libertad que teníamos
La ecomonía también repercute en la salud, desde luego, en la mental y más allá. Tras más de un año de masacrar trabajos, habrá mucha más gente que antes pasando hasta hambre… y sin embargo las autoridades aún se permiten el lujo de poner más innecesarias restricciones, en unas «vacaciones» como las de Semana Santa que no son ni la sombra de las de Navidad; porque las Navidades son más largas y son las fiestas por excelencia de juntarse familias, y la Semana Santa siempre viene acompañada de mejor tiempo, y por tanto se puede pasar más tiempo en espacios abiertos.
Si ya teníamos limitada la movilidad entre comunidades autónomas y otras restricciones ¿A qué viene ahora que se imponga la mascarilla incluso en el campo, o que no podamos quedar ni en el jardín de nuestra casa con «no convivientes»? Y esto no es cosa de PP o PSOE, no existe esa dicotomía que dice Ayuso, con uno de sus múltiples embustes, de «izquierda o libertad», pues en la mayoría de gobiernos ambos están de acuerdo en imponer normas incluso contradictorias, e incluso en nuestra León y Castilla se empeñan en que Igea quede siempre de campeón de las limitaciones. Esto no es cosa de PP o PSOE, no es ni siquiera cosa de izquierda o derecha, pero una vez más, VOX ha sabido dónde pescar votos… y tal vez cuando nos toque votar otra vez haya pasado ya la pandemia, pero tal vez mucha gente haya acabado tan harta de coartaciones, que guarde memoria de esto y se cobre su venganza con el voto.
No soy negacionista, ni pienso que este virus haya sido «soltado» intencionadamente, y por supuesto respetaré las normas mientras las haya y pido seguir haciéndolo, pero tengo dudas de si, cuando consideren que ha pasado la pandemia, volveremos a tener la libertad que teníamos. Me pregunto si se aprovechará la coyuntura para tener un pretexto con el que controlar mejor a una población que va en aumento y, con ella, van en aumento muchos problemas que van a ser un desafío mayor que el la pandemia: cambio climático, cómo alimentarse toda la población, cómo dar trabajo a una población en aumento cuando además cada vez más trabajos los hacen las máquinas, etc…
De momento, la gestión de la pandemia está creando nuevas divisiones entre las personas; incitando, con un motivo añadido a los que ya hubiera, a crearse nuevas enemistades en esta guerra de quién cumple mejor las normas; a acusarnos unos a otros y hasta a llamar por teléfono a la policía si fulanito no aguantaba más entre cuatro paredes y se vino al pueblo, aunque no fuera ni a salir y cumpliera tal vez mejor que otros con la mascarilla y demás, que solo buscase «aire». Los sanitarios ya no son héroes, ya solo se piensa que si les toca trabajar más, pues como cuando hay un incendio y trabaja más el bombero, o es fiesta y trabaja más el camarero. Cada vez miramos más para nosotros mismos y se acaba por pensar aquello de «cada uno se jode cuando le toca». Los propios gobiernos se van a encargar de «señalar» a quien no quiera vacunarse. Va a dar igual que ya haya pasado el coronavirus, tal vez sin enfermar, y no quiera arriesgarse entonces al riesgo que también supone que te inyecten un «suero».
En definitiva, y volviendo al principio, estamos cociendo el caldo de cultivo perfecto para que cuando toque votar, se vote ultraderecha. Ya habrá tiempo de quejarnos de sus otras ocurrencias pero, de momento: que nos quiten estos grilletes.