[LA OVEJA NEGRA] Un decrecentista en el Senado
GERMÁN VALCÁRCEL | El proyecto de una sociedad de decrecimiento además de ser un eslogan blasfemo en la consumista sociedad occidental, es un desafío, en el contexto de un mundo enfermo por el crecimiento global de su riqueza, la destrucción del medioambiente y la pérdida de biodiversidad.
Escuchar, el pasado día doce, al doctor en Física Teórica e investigador del CSIC en el Instituto de Ciencias del Mar Antonio Turiel, en su comparecencia en la Comisión de Transición Ecológica del Senado, todo un hito para el movimiento decrecentista de este país, me dejo una sensación agridulce y la constatación de que las políticas decrecentistas no se pueden institucionalizar, ya que la industria de la representación política vive de la confrontación y del confinamiento, en el trampa partidista, de las realidades sociales, además de ser dudoso que se puedan circunscribir, de manera efectiva, en el marco arcaico del Estado-nación.
Las preguntas, posteriores a la exposición de Antonio Turiel, realizadas por los miembros de la comisión senatorial, dejaron claro que los representantes políticos no sabían de qué les estaba hablando -solo el representante de Bildu parecía haber leído alguna publicación del compareciente- y no van a desarrollar nada práctico y efectivo para poner remedio real a los graves problemas que la crisis energética y el Cambio Climático traen consigo: “Señorías el problema es muchísimo peor, no se hacen una idea”, les espetó el compareciente.
Algo dejó claro en su exposición Turiel: en menos de una década (pasado mañana en la vida de una generación) “vamos a decrecer sí o sí”, el único debate es cómo. El decrecimiento es imparable, debido al colapso que sufriremos por el rápido descenso de los recursos energéticos y el agotamiento de otras materias primas fundamentales en el funcionamiento de nuestro metabolismo económico-social y ello va a influir muchísimo en la capacidad para hacer frente al otro grave problema que nos acecha, la crisis climática que avanza de forma mucho más rápida de lo que pensábamos y es mucho más compleja de lo que hasta hace poco sabíamos.
A servidor le quedó claro que los diferentes representantes políticos no piensan abordar los problemas desde la base, y no ven otra salida a la crisis social, política, económica y financiera actual que no sea la austeridad o un relanzamiento del crecimiento mediante una política de ecoblanqueo que llaman Transición energética, financiada con los llamados fondos Next Generation (me pregunto si tienen un plan B si no llegan, o llegan en menor medida, esos ansiados fondos europeos). La primera, la que defienden los neoliberales más radicales y la derecha totalitaria, nos conduce al callejón sin salida de la pauperización para la mayoría de la población -eco fascismo- y la otra, la que defiende la izquierda parlamentaria, será un desastre para el planeta, un ecocidio disfrazado de estado de bienestar y desarrollo sostenible, pero que inevitablemente conduce también al eco fascismo. Siempre la socialdemocracia eurocéntrica haciendo el trabajo sucio al capital y anestesiando a los sectores populares.
De esta última opción empezamos a sufrir las consecuencias en esta vaciada esquina del país llamada Bierzo, donde se plantean llevar acabo un despliegue de renovables que llenara de aerogeneradores y huertos solares nuestra geografía, destruyendo las pocas zonas que no fueron arrasadas por el extractivismo carbonero y el anterior modelo energético: las presas hidraulicas entre otros.
Hay mucho de pensamiento “mágico” en la fascinación que sienten los defensores de la Transición energética, si creen posible la continuidad de la sociedad termo industrial con las llamadas renovables. Resultarían divertidas, sino fueran peligrosas las exageraciones de los pro-renovables sobre sus bondades, sus enormes expectativas, todo para no tener que desistir de sus niveles de consumo, abandonar su burbuja climática de veintidós grados centígrados, lograda a base de quemar combustibles fósiles durante todo el año para alimentar la calefacción y el aire acondicionado y para no tener que renunciar a sus viajes mitómanos, culturetas y gastronómicos o de turismo rural. Lástima que si rascas un poco te das cuenta que detrás de lo que ellos llaman “renovable y sostenible” hay truco.
No tardando mucho, tal vez demasiado tarde, comprenderemos que las llamadas energías renovables solo son una falsa ilusión
No tardando mucho, tal vez demasiado tarde, comprenderemos que las llamadas energías renovables solo son una falsa ilusión para enfrentar el problema energético que el final de los hidrocarburos baratos y asequibles trae consigo. Las renovables no solo no detendrán la destrucción medioambiental, al contrario, van a exacerbar ese proceso, por mucho que lo pinten de verde y por mucha supuesta economía circular que inventen estos trileros del lenguaje. El despliegue de renovables lleva aparejado un aumento de la quema de los cada vez más escasos combustibles fósiles, fundamentales para llevar adelante todo el proceso industrial necesario para su construcción e imprescindible para su implantación. Las renovables solo son un parche, coyuntural, a la caída de producción del sector fosilista y los cuidados paliativos para asistir a los primeros estertores de la agonía final del capitalismo.
Para poner en marcha el parque de renovables será necesario que, cada año, entren en la economía, en números redondos, diez toneladas por persona en forma de combustibles fósiles y minerales, aumentado exponencialmente el extractivismo y manteniendo los niveles de emisiones de CO2. Las matemáticas son tozudas, Una central eléctrica convencional de 1,000 MW de potencia genera unos 6,000 GWh al año y solo necesita ocupar una superficie de 1Km2, para generar esos mismo 6,000 Gwh, con paneles solares se requiere instalar entre 4,000 y 5,000 MW de potencia y entre 50 y 60km2 de superficie para que lograrlos, además las renovables tienen otro problema añadido, su producción es intermitente, la solar solo se produce de día y la eólica cuando hay una determinada cantidad de viento. Lo que está ocurriendo en Alemania, el país con mayor despliegue de renovables, debería servirnos de aviso.
El declive energético que acecha va a impedir seguir moviendo el sistema capitalista, pero la sociedad actual se muestra impotente, no ya para gestionar ese declive sino para imaginar el fin del sistema, por eso prefiere exorcizar el colapso esperando un milagro tecnológico y calificando de neoludita a todo aquel que señala el horizonte que nos espera. Pero la negación de la realidad, no impedirá el fin de la globalización y el decrecimiento ya en marcha. Como ya está dicho, el único debate es como lo hacemos. Es ecofascismo y barbarie o decrecimiento y bien común.
Excede del marco de esta columna desarrollar, en toda su amplitud, que es el decrecimiento. Explicar, incluso aunque sea de forma rudimentaria que es el decrecimiento y responder a las objeciones que plantea no es tarea fácil. Si en economía clásica la ley de mercado lo abarca todo, no ocurre lo mismo en el universo antieconómico del decrecimiento. Actualmente no hay (espero que nunca) un dogma. Los objetores del crecimiento, a diferencia de políticos, demás papagayos que les rodean y jalean, y forofos eurocentricos no queremos ni debemos pretender tener una respuesta para todo ni cerrar el debate, la controversia existe también en el seno del movimiento decrecentista.
Solo apuntar que el decrecimiento es una crítica radical a la sociedad de consumo y del desarrollo, es, también, una crítica del capitalismo, pero no es de derechas ni de izquierdas (entiéndase en el reduccionista marco de la polarización electoral en la que se suele debatir) es, fundamentalmente, una crítica radical que parte de posiciones anticapitalistas (el capitalismo no es una ideología, es un sistema operativo) y anticolonialistas.
El decrecimiento es un proyecto político que se concreta en ocho R (revaluar, reconceptualizar, reestructurar, relocalizar, redistribuir, reducir, reutilizar, reciclar) dos de ellas, revaluar y redistribuir actualizan esta crítica.
Revaluar, significa revisar los valores en los que creemos, sobre los que organizamos nuestras vidas y cambiar los que nos conducen al desastre. Redistribuir, significa distribución de las riquezas y acceso al patrimonio natural tanto entre el Norte y el Sur, entre las metrópolis y las colonias, como dentro de cada sociedad. El metabolismo social basado en la desigualdad de acceso a los medios de producción generando cada vez más desigualdades debe ser abolido. El reparto de la riqueza es la única solución natural al problema social.
Es hora de cuestionar el prometeísmo de la modernidad tal y como lo expresó Descartes: “el hombre como maestro y poseedor de la naturaleza” o Bacon: “esclavizar la naturaleza”.