[LA OVEJA NEGRA] La tormenta y las grietas de abajo
GERMÁN VALCÁRCEL | Hay días que a servidor le gustaría elevarse sobre el cutrerío que rodea la vida política y las neurosis que aquejan a políticos y a algunos popes de los movimientos sociales de la Comarca Circular y hablarles de temas de moda, como por ejemplo de ese aplaudido y razonable sentido común del nuevo estandarte, y musa de los rojipardos y demás izquierda sin norte de este país, la aplaudida estos últimos días por su discurso ante Pedro Sánchez, Ana Iris Simón.
Sentido común que no esconde otra cosa que los viejos valores del nacionalcatolicismo y la nostalgia de unas supuestas virtudes que, esa izquierda, en tiempos pasados quiso destruir. ¿Qué se puede esperar de quienes en vez de soñar e imaginar nuevos y diferentes futuros solo ofrecen como solución mirar al pasado?
Para estas gentes la solución parece pasar por volver a la revolución industrial y que las mujeres se pongan a parir como conejas para entregar mano de obra infantil al patrón, volver a las jornadas de 14 horas y a vivir una docena de personas en viviendas insalubres.
Pero como servidor escribe en un medio comarcal y el Bierzo es una comarca repleta de esperpentos, de jefezuelos fantoches y de realidades grotescas, me limitaré a hablar de lo cercano. Si excavásemos debajo de buena parte de las declaraciones, opiniones y manifestaciones vertidas en los últimos tiempos, como consecuencia del despliegue de las renovables en la Comarca Circular, hallaríamos toda la mierda que emponzoña la vida política y de algunos movimientos sociales. La toma de posiciones de partidos políticos y de algunos colectivos sociales, como todo, son códigos de señales y son señales las palabras, los silencios y los gestos.
Como ejemplo, la votación de la moción contra el despliegue de parques eólicos y solares, presentada por el concejal no adscrito del ayuntamiento de Ponferrada, volvió a sacar a la luz el talante autoritario y maniqueo del alcalde ponferradino y, también, el macarrismo y machismo del sucesor del presunto maltratador en la portavocía de Coalición Bierzo, convertido en el perro fiel y ladrador del grupo mayoritario que conforma el tripartito, y de paso nos permitió comprobar cómo entiende sus relaciones con los movimientos sociales y el margen de autonomía que le concede a los mismos.
Parecen anécdotas, pero detrás de estos comportamientos subyace la concepción que del ejercicio de la representación política tienen. Ellos no se comportan como nuestros representantes, para ellos solo somos súbditos y debemos acatar sus decisiones de forma totalmente acrítica, no conceden ni el derecho a pensar por cuenta propia.
Una vez más, demuestran ser gentes insensibles de cabeza y con la lengua caliente. La calentura les despega la lengua del paladar y su salmodia se convierte en una esperpéntica retahíla de estupideces. Son personajes que han convertido el ejercicio del poder en un rincón donde cuchichean y se refocilan después de cada jugarreta, convirtiéndolo en una sucesión de marrullerías, insuficiencias y mediocridad recelosa.
El resultado de esa conducta política convierte al ciudadano en un mero cliente electoral, al que conviene mantener hibernado hasta la próxima cita con las urnas, y a los políticos en chamanes especializados en moverse en la frontera que hay entre la ley y el delito, estamos hablando de personas con un alfabeto moral basado en la falsificación de valores y empeñados en reducir las libertades a abstracciones que castran nuestras vidas y matan finalmente cualquier posible intento de conseguir una riqueza democrática, es decir, solidaria. Incompetentes que empobrecen y empuercan una actividad tan digna y necesaria como es la política. Oportunistas que justifican sus fatales dependencias con argumentos tan pueriles como: cuando se entra en el caserón del poder es necesario dejarse la chaqueta de los principios a la puerta.
No hay nada peor que generar falsas expectativas, ahora vestidas de quimeras tecnológicas
Todavía estoy esperando escuchar un debate plural, a fondo y claro, sobre las mal llamadas renovables y la transición energética. Mientras las plataformas vecinales se limitan a defender con uñas y dientes sus geografías, tratando de evitar, una vez más, el expolio y la destrucción de sus tierras, los partidos políticos y, dentro del movimiento ecologista, los sectores reformistas y el ecoperonismo errejonista –la nueva izquierda verde institucional–, empiezan a tratar de encauzar el descontento social hacia posiciones “razonables”, hacia una transición energética que ya no es ni posible ni deseable.
Otra vez, los mismos de siempre, tratando de apoderarse de los movimientos de base, de destruir su autonomía y auto organización, de vaciar de contenido sus reivindicaciones y manipular su descontento para convertirse en sus representantes, y suplantarlos, ante el poder político y judicial.
Pretenden seguir dictando hasta dónde llega la protesta y los límites de la misma, son la disidencia controlada que busca sentarse en esas mesas de las que recogen las migajas y nos las presentan como un gran banquete. A ellos lo que les gusta son las reuniones discretas, en despachos con moqueta. Por eso no sobra una pregunta: ¿qué han conseguido hasta ahora, más allá de engordar sus enormes y grasientos egos? Podemos hacer un repaso cuando quieran.
A servidor le gustaría que el debate se centrara en las repercusiones que provoca, no solo en nuestra comarca, el despliegue de las renovables, sino, también, las que tiene, en todo el planeta, la extracción de tantísimos minerales para hacer posible el desarrollo de esas tecnologías. Algunos nos preguntamos por qué se replica uno de los problemas de las energías fósiles, la finitud de esos materiales. Pero no, ese debate, dirán, no interesa a la gente. Así podrán seguir escondiendo, y pasar por alto, el brutal colonialismo y supremacismo eurocéntrico y clasemediano que aqueja a los hipócritas reformistas del movimiento ecologista, cuando defienden el despliegue “controlado” de las renovables.
Ese despliegue de renovables ataca, además, de manera muy profunda la biodiversidad y representa un paso más en la industrialización de una naturaleza ya absolutamente herida y vuelve a convertir la energía en el negocio monopolista de siempre, escondido, esta vez, tras un falso discurso de sostenibilidad. Todo ello, agravado por un inminente escenario en el que la energía va a ser cada vez más escasa.
Los molinos, como los paneles solares, son un espejismo. Un espejismo que nos hace creer que nuestra civilización ha encontrado un camino, sin renunciar al crecimiento, para esquivar el colapso. Junto con la digitalización, recuerda peligrosamente a los relatos que pretenden hacernos creer que la respuesta la encontraremos colonizando cualquier otro planeta. No hay nada peor que generar falsas expectativas, ahora vestidas de quimeras tecnológicas. De hecho, todo este despliegue de energías renovables que como ya he dicho está limitado a unos materiales finitos, ni siquiera detendrá el cambio climático; sin embargo, refuerza el mito del progreso como religión universal.
El único relato ético, en este momento histórico, es el que ayude a las gentes a entender y adaptarse a las condiciones existentes en lugar de realizar intentos fútiles por transformarla. No podemos seguir yendo tras los flautistas vende humo vestidos de verde que nos cuentan la posibilidad de reformar un sistema irreformable. Pero para ello es necesario decir la verdad. La verdad sobre la gravedad del cambio climático y el infierno que nos espera, la crudisima verdad sobre la escasez de recursos energéticos, minerales y alimenticios que impiden que sigamos viviendo como hasta la fecha, la verdad sobre la grave situación de la biodiversidad en el planeta, la imposibilidad de saltarse los limites físicos y geológicos, o las leyes de la termodinámica y de los rendimientos decrecientes.
Como ocurre con frecuencia, muchos seguirán tachando de apocalípticos y catastrofistas a los que exigen se hable de esas cosas, pero esa exigencia esta apuntalada con datos, estudios, cifras y reportajes que justifican sobradamente esa necesidad. Y es que el oficio más viejo del mundo no es la prostitución, sino seguir mirando para otro lado, o como sostiene Jorge Riechmann: “entre la realidad y la anestesia la mayoría prefiere la anestesia”.