[LA PIMPINELA ESCARLATA] Olegario, omnisciente
EDUARDO FERNÁNDEZ | Lo que tiene ser omnisciente es que lo mismo entiendes de cuadernos azules que de planes estratégicos. Cierto es que al alcalde le faltaría una capa de barniz cultural demasiado gruesa para considerarlo omnisciente en vez de sabelotodo. A los omniscientes los colocaban los griegos en el Olimpo de los héroes; a los sabelotodo los ponen en los juzgados en su sitio, lo que es una diferencia considerable para semejante quiero y no puedo. En la anterior Pimpinela escribía yo que me gustaría saber qué pasaba con la denuncia del cuaderno azul, porque a diferencia de los tocados por el olegarismo, yo no lo sé todo de antemano. He recibido un amable mensaje de alguien que no me había leído en la Pimpinela pero que, picado por la curiosidad después de leer la nota del acalde en ese patético intento de escurrir el bulto con el planchazo del cuaderno azul, ha leído varias Pimpinelas. Me ha escrito para decirme que no hay color, favor que usted me hace. Y que tampoco hay que ser un genio para intuir que Olegario me ha resuelto con su nota sobre qué escribir en las próximas semanas. Además de regalarme los oídos, el amable lector pone de manifiesto una obviedad que cualquier asesor de comunicación política le hubiera dicho al alcalde, si es que no fuera omnisciente y necesitara consejo: que ni resucite adversarios que ya no están en el negocio de la cosa pública, ni se entretenga con muertos, que no renta en la contienda de hoy el desaparecido de ayer. Pero como muchos otros antes que él, unos llevados por la cobardía y otros por la incapacidad, ha preferido no explicar lo suyo y sacar otra cortina de humo, en este caso, a relucir enredaderas sin límite.
La enredadera es esa operación en la que a mí me grabaron hablando de un congreso provincial de mi partido, que no de contratos administrativos. Hizo al respecto varios vaticinios que no se cumplirían, pero vamos, no peores que otros como que gobernaría bien y que tendría a Ponferrada más atendida, una más de pronósticos fallidos como su política. Como pitoniso no tiene precio. Cualquiera de los que me lee considerará hasta qué punto le haría gracia que conversaciones telefónicas privadas suyas y que no tienen contenido jurídico se pudieran leer en la prensa. No hay que hacer como yo, poner a escurrir a un compañero de partido, basta con hacerlo de la parienta, de un vecino o del cuñado, porque la condición humana da para mucho. A diferencia del alcalde, más terco que obstinado, pues estas connotaciones léxicas importan, yo no me enorgullezco de lo que pueda haber hecho mal en mi vida política y en la vida en general. La conversación de marras es un ejemplo. Y cuando meto la pata, procuro pedir perdón. Claro que yo no soy sabelotodo ni omnisciente y seguramente Olegario está por encima de estas nimiedades de contradecirse a él mismo y no tener inteligencia suficiente como para percibirlo. Por ejemplo, entre lo que dijo cuando se presentó como adalid de la justicia cuaderno azul en mano en la fiscalía y lo que ha dicho ahora como adalid de la nimiedad cuando le han revolcado. Esa suerte tiene la oposición. Que el alcalde se haya dedicado a escribir sobre mí, que nada soy, da una idea cabal de lo poco cabal que es su dedicación a la ciudad, porque el tiempo que me dedica no lo emplea en lo que los ciudadanos esperan de él, que es gobernar. Entre los reyes de los indultos se estila perdonar la condena a quien puede llegar a ser indepe de nuevo o concejal en Ponferrada, pero es que nada, ni por esas le han dado cuartelillo a la milonga de Olegario.
No tengo vocación de zombie, ni político ni de ninguna otra especie, así que muerto seguiré in saecula saeculorum, amén, para la política. Ahora bien, para lo que da en esta columna quien han bautizado como el sacacuartos municipal por excelencia. Si que me cite y me critique me pone en el candelero, que lo haga cada dos días. Si no ve la torpeza que es, adelante, que todavía me vuelve a encumbrar entre los que detestan su forma chulesca de gobernar. Es más, le propongo una suerte de duelo cruzado de columnas. No lo podemos denominar literario, entre que yo he estudiado la carrera de Literatura por mi incapacidad para ser literato yo mismo y el deleznable estilo formal de escribir del alcalde, a juzgar por su nota, que no podría ni como analogía por hipérbole calificarse de literario. Claro que no podemos esperar que quien no es capaz de hacer lo que le han encomendado, que es gobernar bien, haga aquello que el mundo entero, ponferradinos, yanomamis e inuits incluidos, más Saturno y la vida existente en los confines del universo saben que no puede hacer: juntar una idea original con un estilo que no sea tabernario. Pero podríamos dejarlo en duelo de opiniones. Este es un medio de comunicación de radical libertad y seguro que da para muchos entretenimientos. Sobre todo para mí, que no tengo de mí mismo una opinión demasiado seria y tengo la capacidad para encajar y tragar que mi barriga denota, a diferencia de Olegario, a quien le hace pupita todo reproche liviano, pues piensa que es signo de estadista.
Mi convicción de que Olegario es omnisciente ha flaqueado un poco cuando he visto el relato de su nota un poquito embarullado, tal vez como su misma forma de hacer política y de tratar a algunos de sus concejales. Difícilmente yo hubiera podido ofrecer a Gloria nada para que saliera de la política por la sencilla razón de que yo salí antes que ella. Pero veo por sus citas que le preocupa la Pimpinela, escarlata o sin escarlatar; parece que mucho más que la pérdida de población de Ponferrada, las personas del municipio que no encuentran trabajo y el erial en que se va convirtiendo bajo su mandato la actividad económica y el comercio, ante su pasividad proverbial y el temor reverencial a molestar a los suyos para pedir lo que Ponferrada merece. Le preocupa más la Pimpinela que la ofensa a los empleados públicos cuyo honorable y recto acceso al empleo público ha puesto en duda con su relato sobre el cuaderno azul, que de eso va todo el lío que quiere tapar con el humo de la pólvora contra quienes ni estamos en política. Comprobando su esquema mental y la presunción de enchufismo que le ha endosado a muchos en el ayuntamiento, algunos me preguntan por la red clientelar política o sindical de que se valió el alcalde para terminar en la función pública. Yo sé, por el contrario, que lo hizo por sus merecimientos, no del todo reconocidos aun y que probablemente le llevarán algún día al Consejo General del Poder Judicial o al Tribunal de Luxemburgo, como poco, pero sí suficientes como para haber accedido limpiamente a su plaza. Como todos los demás sobre los que ha extendido una sombra de sospecha inmerecida y que están esperando por su disculpa. Decía el dramaturgo Franz Werfel que para que el que cree no es necesaria ninguna explicación y para el que no cree toda explicación sobra; con esta actitud Olegario semeja no creer en la limpieza de muchos empleados públicos y por eso le sobra toda explicación y excusa.