[LA OVEJA NEGRA] Huida hacia adelante
GERMÁN VALCÁRCEL | En esta sociedad de ultra convencidos donde el matiz es considerado disidencia, de miedos fabricados a golpe de titular, de ofendiditos con la piel más fina que las conexiones sinápticas; en estos tiempos en los que nos están amputando la vida y lo poco que de humanos nos quedaba, escribir sobre ciertas cuestiones es someterse a vientos tan reales como poco propicios a ser recibidos con las ventanas abiertas.
El colapso sistémico que se vislumbra en el horizonte no parece haber despertado a los políticos ni a los sectores clasemedianos de nuestra sociedad de su sueño dogmático, ese que contempla con suficiencia toda la historia de la humanidad y que, sustentado en su “ciencia”, su tecnología y su absolutismo moral -cual Santa Inquisición del supremacismo colonialista eurocéntrico, algo en lo que derecha e izquierda se parecen como un huevo a otro-, han conseguido que cualquier atisbo de pensamiento alternativo o simplemente crítico haya quedado reducido a la marginalidad.
Los efectos del cambio climático y la falacia del crecimiento perpetuo fueron advertidos hace ya cincuenta años (Informe sobre los límites del desarrollo, encargado por el Club de Roma al MIT, publicado en 1972 y revisado en 2014. Revisión que constato que todas las hipótesis, consideradas alarmistas en su momento, se habían cumplido casi con total exactitud). Pero los científicos que relacionaron esa disrupción climática con el crecimiento –¿cuántos economistas conocen la obra de Nicholas Georgescu-Roegen?– y con los combustibles fósiles fueron silenciados y descartados como profetas de la fatalidad. Lo mismo está ocurriendo, en la actualidad con los que hablan del pico del petróleo, la crisis climática, la sexta gran extinción, la escasez de recursos, del fin del industrialismo o del colapso civilizatorio. Cuando sean escuchados será demasiado tarde. Preferimos esconder los problemas reales tras falsos y cuñaos debates sobre “chuletones al punto”.
Se habla, últimamente, de reformar el capitalismo, de hacerlo más humano, sustentable y ecológico. En el fondo cabe sospechar que lo que tratan de decirnos es que la reforma del nuevo capitalismo del siglo XXI lo convertirá en algo peor e incluso menos humano que el del siglo XX. Y, además, tanto las élites económicas, como sus capataces los políticos, conocen perfectamente todas las mediocridades por las que usted y yo ayudaremos a que cientos de millones de expoliados y explotados se conviertan en esclavos, o en cadáveres.
Las colonialistas sociedades eurocéntricas, hijas de la Ilustración, la Modernidad y del capitalismo global ven la salvación en tener una tecnología verde y “sostenible”. Pura fantasía tecnolatra o, peor, ecofascismo aderezado con pensamiento mágico, como fórmula para sobrellevar el shock de ver como se desmoronan todas las certezas y poder seguir refugiados en nuestras cómodas y seguras parcelitas de los que son y piensan como nosotros.
Si algo se empeñan en ignorar los defensores del crecimiento perpetuo, políticos, economistas, tanto neoliberales como keynesianos, clasemedianos y demás voceros del sistema, es que “otro mundo es posible”. Afirman, por el contrario, que el suyo es el único posible: más allá del capitalismo no hay vida, nos dicen. Aunque las alarmas llevan sonando desde hace ya mucho, mucho tiempo. Y aun estando claro lo que está sucediendo, la elección está tomada. Queremos que nuestras vidas puedan continuar con toda facilidad y comodidad, ya que nos parece un derecho. El precipicio como única salida.
Nos ofrecen la posibilidad de elegir entre dos clases de ecofascismo, dos modelos que se hacen la competencia a sí mismos
Qué indoloro es creer que con un simple cambio de viento por petróleo y sol por carbón podemos continuar con nuestra burbuja térmica de 22 grados centígrados, lograda a base de calefacción en invierno y aire acondicionado en verano, con nuestros iphone o android, con nuestros viajes en avión, con el turismo de masas, comiendo piñas de Costa Rica o mangos de Brasil, con nuestro consumo desaforado. Nos facilitan esa creencia los promotores de la energía solar, eólica y otras tecnologías supuestamente «verdes», cuando combinan engañosamente las palabras «energía» y «electricidad». ¿Por qué engañosamente? La razón es que la producción de la red eléctrica, que es para lo que se utilizan principalmente la energía solar, eólica e hidroeléctrica, representa solo alrededor del 20% (datos de Alemania, el escaparate favorito de los defensores de la tecnología de energía «verde») de la energía total real utilizada para impulsar la maquinaria de la sociedad industrial moderna. Lo que no cuentan es que los procesos involucrados en la producción de los llamados dispositivos de «energía verde», incluida la extracción de las materias primas, su transporte a las fábricas, el refinamiento y la transformación de los materiales en más máquinas y productos consumibles, su transporte por todo el mundo, van a extraer la energía necesaria del único lugar donde es posible hacerlo, de las energías fósiles.
Pero la Agencia Internacional de la Energía ya admite en sus informes que se reducirá drásticamente la producción de petróleo, habla de entono a un 50% en la próxima década, incluso sumando la explotación de las arenas asfálticas y el gas de esquisto. El problema de aceptar el Peak Oíl es que destruye la teoría del crecimiento, por eso no se quiere hablar de él y se intenta silenciar o ridiculizar a quienes lo siguen intentando.
Mientras, las elites económicas y financieras, y sus capataces, los políticos, se blindan ante el cercano colapso sistémico: la reforma de la Ley de Seguridad Nacional, es solo un anticipo, los globos sonda del FMI sobre la posible confiscación del ahorro privado para reducir la deuda pública (algo que en países como Argentina ya conocen), da pistas que nos demuestra que saben perfectamente que se avecina de manera inminente la triple crisis, climática, energética y ecológica.
El capitalismo no puede decrecer, pues su motor es el crecimiento sin límite. Si el bienestar real de las familias no puede crecer -en nuestro país lleva ya más de una década decreciendo-, los indicadores de riqueza económica han de crecer: el PNB (producto nacional Bruto) y el PIB (producto interior bruto), para seguir manteniendo la ficción del show de la ilusoria aceleración económica y su cortejo de espejismos culturales que tapan la brutal destrucción ecológica y medioambiental que llevan aparejados.
Sin embargo, en vez de afrontar con valentía una propuesta radical de cambio de paradigma y de abandono del modelo de crecimiento perpetuo, se prefiere avanzar en líneas de represión y control de la gente. ¿Qué creen que están ensayando con la gestión de eso que han bautizado como pandemia? Eso sí, hay que reconocerlo, aplaudidos por los bien pensantes clasemedianos, ya sean de izquierda, progres, centristas, de derecha liberal o extrema, esa que ampara sin complejos la homofobia, la xenofobia, misoginia y aparofobia que padecen amplios sectores de las sociedades occidentales. Incluso nos ofrecen la posibilidad de elegir entre dos clases de ecofascismo, dos modelos que se hacen la competencia a sí mismos. Uno cutre, absolutamente insensible a los costes sociales y ecológicos, simplón y violento; el otro disfrazado de progresista, agradable, sofisticado y tecnológico. Pero ambos persiguen el mismo objetivo: evitar, a toda costa, cualquier pensamiento crítico: no pienses, déjate llevar por las emociones ¡disfruta del momento! Por fin estamos en condiciones de cantar: ¡arre, borriquito, arre burro arre!, aunque no sea navidad.
Ya hace muchos años, allá en 1967, el zoólogo y etólogo inglés, Desmond Morris apuntaba perfectamente nuestros delirios en su libro El mono desnudo: «…Y ahí tenemos a nuestro Mono Desnudo, vertical, cazador, fabricante de armas, territorial, neoténico, cerebral, primate por linaje y carnívoro por adopción, dispuesto a conquistar el mundo. Pero es un producto novísimo y experimental, y, con frecuencia, los modelos nuevos presentan imperfecciones. Sus principales agobios derivarán del hecho de que sus progresos culturales rebasarán a todos los progresos genéticos. Sus genes quedarán rezagados, y tendremos que recordar constantemente que, a pesar de todos sus éxitos en la adaptación del medio, sigue siendo, en el fondo, un mono desnudo. Incluso el mono espacial tiene que orinar».