[ZASCAS] Pedro, vete de casa
«Las medidas drásticas e indiscriminadas devienen injustas y desproporcionadas». Esta reflexión publicada en este mismo medio cuando se decretó el primer estado de alarma, el del confinamiento domiciliario, nos valió no pocos improperios, descalificaciones (entre ellos el desdeñoso apelativo de «negacionista») y chanzas. Este jueves, con la sentencia del Tribunal Constitucional, ha quedado establecido que esas medidas eran además completamente ilegales, como también sostuvimos desde el principio aplicando el sentido común a la lectura de la Constitución.
La clase política más incompetente de la democracia se parapetó detrás de un virus para dar rienda suelta a sus pulsiones totalitarias, con la complicidad de unos medios de comunicación paniaguados y jaleada por una población anestesiada por el miedo e incapaz de atisbar siquiera la magnitud del atropello a sus derechos fundamentales que se estaba perpetrando y la gravedad del precedente que podía crear. Ningún virus (ni siquiera este) justifica el estado de alarma de marzo con su confinamiento extremo. Otro tanto cabe decir del toque de queda, una medida con olor y sabor a dictadura, que llegó con el segundo estado de alarma y que todavía hoy aplican con fruición unas cuantas comunidades autónomas mientras otras como la de Castilla y León suspiran por hacerlo.
El brutal arresto domiciliario de la primavera de 2020 no evitó una de las mayores mortalidades del mundo, pero sí trajo la peor depresión económica y mental del planeta. Pero todo esto les daba igual a unos gobernantes empeñados en hacernos creer que se esforzaban lo indecible y que la culpa de que las cosas no fueran mejor era solo nuestra. Y en eso siguen casi año y medio después. Lo más triste, en el desolador panorama de tristeza generalizada que se adueñó de un país que por momentos parecía un campo de concentración, fue que la mayoría decidió creerlo y aplaudir desde los balcones en lugar de salir a la calle a protestar.
Ahora, el Tribunal Constitucional acaba de fallar que aquel primer estado de alarma fue inconstitucional, estimando el recurso presentado por Vox (manda huevos). La sentencia es demoledora y pone de relieve que había otras opciones, pero que se escogió el estado de alarma para suspender no solo nuestros derechos fundamentales, sino también la democracia y el Estado de Derecho. En cualquier Estado con una democracia sana esta resolución del más alto tribunal tan solo tendría un desenlace: la dimisión del Gobierno y la convocatoria de elecciones.
Durante meses nos bombardearon con el infame «quédate en casa», estimulando la delación e incluso la persecución de cualquier mínima disidencia con el relato oficial, sin privarse de utilizar a los cuerpos y fuerzas de seguridad o de aplicar la ley Mordaza que habían prometido derogar en su estrategia para atemorizar a la ciudadanía. Nos parece justo que hoy, con una sentencia reconfortante en la mano, le pidamos a Pedro Sánchez que se vaya de la casa que ocupa en La Moncloa.