[LA OVEJA NEGRA] El Covid como justificación totalitaria
GERMÁN VALCÁRCEL | Con más frecuencia de la deseada se nos olvida, y presten atención porque no lo repetiré más, que hay que desconfiar de la política institucional, de toda ella, ya que es una actividad sospechosa, propia de parásitos. Lo digo porque tanto políticos como los miembros del poder judicial y los altos funcionarios del Régimen actúan como personajes marrulleros que siempre están peleando por cargos y prebendas, en vez de preocuparse de los problemas reales de la gente.
A los y las integrantes de la casta político-judicial-administrativa poco le importan las consecuencias de sus actos, si con ello mantienen su status quo. Su arrogancia e insensibilidad, su prepotencia, me permite sostener que quienes crean que el Tribunal Constitucional, a instancias de un partido racista, xenófobo, machista, homófobo y totalitario, condena los confinamientos anticientíficos, antisanitarios, sociocidas y liberticidas, es que no ha leído la sentencia.
Lo único que hace el órgano supremo de la casta judicial posfranquista es exigir, en lo sucesivo, al gobierno de turno, ya sea bajo el disfraz de progre o neoliberal, que no se ande con chiquitas -Estado de alarma- y declare directamente el Estado de Excepción en la próxima pandemia, o catástrofe real o virtual inducida por el Gran Capital.
Imagino que todos ustedes serán conscientes de que a nuestras elites no les preocupa lo más mínimo nuestra salud (el desmantelamiento llevado a cabo, con el Covid cabalgando sobre nuestras vidas, del Sistema Nacional de Salud es evidente, incluso para los más ciegos), ni nuestros derechos, ni siquiera el apego a la Constitución, han violado sistemáticamente todo lo contenido en ella durante décadas. Les ocupa única y exclusivamente asegurar que el próximo cerrojazo se haga de manera jurídicamente impecable.
Caminamos sin tregua ni pausa hacia el cierre totalitario de nuestras sociedades. Por favor, no me vengan los conversos covidicos, sector progre, con que está ocurriendo en todo el planeta, lo sé, por esos utilizo el plural. Los amos del mundo niegan lo evidente, el colapso sistémico, pero se preparan para él. Las decisiones que se están tomando no son más que un jalón en ese itinerario, como también lo es la nueva Ley de Seguridad Nacional que está preparando el gobierno más progresista de la historia de España, o lo fue la llamada la Ley Mordaza; los progres la iban a derogar, pero la han utilizado con fruición con efectos gravísimos sobre los derechos y libertades de los ciudadanos.
Las ruedas de prensa del principio del confinamiento con militares y policías, el autoritarismo desplegado, sin ir más allá de nuestro municipio, por el alcalde ponferradino, y la prepotencia y matonismo con el que el “concejal carcelero” y algunos miembros de la policía municipal de la capital del Bierzo han tratado y tratan a muchas personas, durante este periodo, solo son el adelanto de lo que se está fraguando y de lo que nos espera.
El proceso de lobotomización social ha sido profundísimo, gracias a un año y medio de intoxicación “informativa” covidiana
El proceso de lobotomización social ha sido profundísimo, gracias a un año y medio de intoxicación “informativa” covidiana, y ha dado como resultado una sociedad fasciscitada, mayoritariamente reducida a una masa engañada, atemorizada y embozada, dispuesta a convertirse en conejillos de indias de un experimento vacunal, bajo la promesa de protección de Estados genocidas. El miedo es el catalizador de la “nueva normalidad totalitaria”, inoculado, al principio, con relatos repletos de terminología “guerrera”, con épicas palmaditas balconeras al ritmo del Resistiré del Dúo Dinámico, y posteriormente con el silencio cómplice de la mayoría de la población, como ocurrió en la Alemania nazi. El “apartheid sanitario”, la exclusión social de los que se niegan a inocularse las supuestas vacunas está a la vuelta de la esquina. No debemos nunca olvidar que el limite está, de momento, en Auschwitz.
No les será difícil llevarlo adelante, este es un país que tiene un glorioso pasado de represión, una tierra en la que nada es más cotidiano que el servilismo y el horror, donde política y socialmente se premia a los profesionales de la devastación y se criminaliza la disidencia (circulan por las redes sociales videos donde se ve a las “brigadas civiles covidicas” expulsando del Metro, a base de empujones e insultos, a jóvenes por no llevar mascarilla) una tierra donde sus gentes mueren de silencio, de tragarse demasiadas palabras o de miedo a darse de bruces con la verdad de sus actos, los hay que mueren de cansancio de lo que hay que cambiar para que nada cambie o de aburrimiento en un espacio donde ocurren cosas y nunca pasa nada.
También los hay que no mueren nunca porque ya están muertos, como muchos periodistas o políticos sin excesiva ética, con la pluma o la boca llena de populismo, que no deberían eructarlo ni para aumentar las ventas de sus medios, ni por un puñado de votos. Este es un país donde la memoria de los de abajo está teñida de paisajes arrasados, de mucha cotidianidad de pesadilla, donde vivir, incluso sobrevivir, es privilegio que muchas veces se ha comprado, y, desgraciadamente, se sigue comprando.
Cuando estos días leemos, incluso en los medios de comunicación convencionales, que más de la mitad de los ingresados en hospitales corresponden a personas con la vacuna completa, a servidor le entran ganas de replicar aquello que llevamos escuchando desde hace meses, pero dado la vuelta: si te vacunas y enfermas debes renunciar a ser tratado en hospitales, para no perjudicar al conjunto, o págate tú el suero y libra al Estado de un gasto. Pero, todavía, no tengo la cabeza tan podrida como los fieles conversos de la religión covidiana.
La política y el periodismo del siglo XXI han logrado crear una atmósfera donde la realidad es irrelevante y la mentira ya no provoca la indignación de la gente. Así, una y otra vez, esos especialistas en tópicos consumados nos alejan de las estaciones que conducen al futuro y nos hacen retroceder, como en las pesadillas nocturnas, por un páramo inacabable.
Seguramente, porque soy consciente que tras esta columna seré tildado de conspiranoico, incluso algunos sugerirán que estoy siendo hiperbólico, cuando defino la situación actual de totalitaria, al empezar a escribir esta columna me han vuelto a la memoria aquellas palabras que Ítalo Calvino dejó escritas en Las ciudades invisibles: “El infierno de los vivos no es algo por venir; hay uno, el que ya existe aquí, el que habitamos todos los días, el que formamos estando juntos. Hay dos maneras de no sufrirlo. La primera es fácil para muchos: aceptar el infierno y volverse parte de él hasta el punto de dejar de verlo. La segunda es arriesgada y exige atención y aprendizaje continuos: buscar y saber reconocer quién y qué, en medio del infierno, no es infierno, y hacer que dure, y darle espacio.»