[LA OVEJA NEGRA] El siglo XX quedó atrás
GERMÁN VALCÁRCEL | Huérfano de cualquier certeza, después de la manifestación llevada a cabo este sábado por las calles de Ponferrada en contra del ERE que la dirección de LM pretende llevar a cabo, varias preguntas me atormentan: ¿dónde colocamos, en el marco de la “lucha revolucionaria de la clase obrera”, la celebrada el pasado 5 de junio, por colectivos vecinales y ecologistas contra los parques eólicos? ¿Acaso lo que es malo para nuestros montes es bueno para otros? ¿Importa algo a la clase obrera occidental la destrucción y expolio de los ecosistemas de otros lugares del mundo para obtener las materias primas necesarias con las que mantener y sostener sus puestos de trabajo?
Espero que los repartidores de “privilegios”, legitimidades y falacias ad hominem me sepan contestar a estas preguntas y aligeren mis dudas. Mientras, todos esos izquierdistas reconvertidos en agentes de la Stasi del pensamiento pueden seguir aplaudiendo la presencia de todo el espectro político institucional en la manifestación de hoy y dando gracias a sus dioses, ya sean estos Rosa de Luxemburgo, Stalin o Marx. En estos confusos tiempos en los que Dios ha muerto muchos de estos izquierdistas buscan sustitutos con los que llenar sus corazones vacíos sin rumbo.
El supuesto anticapitalismo de la inmensa mayoría de la izquierda política –toda la institucional– y sindical no es más que antiliberalismo. La única alternativa al capitalismo que esas izquierdas (convertidas actualmente en una especie de orquesta del Titanic que emite una especie de ruido que, en el fondo, no es más que un siniestro silencio) hayan podido concebir estaba compuesta por las dictaduras con economía dirigida del Este o del Sur del mundo; desde que estas entraron en bancarrota, cambiaron de rumbo y se convirtieron en sencillamente indefendibles, la única opción que todavía contemplan es la elección entre diferentes modelos de capitalismo: entre liberalismo y keynesianismo, entre modelo continental y modelo anglosajón, entre turbocapitalismo financiarizado y economía social de mercado, entre júbilo de las bolsas y la “creación de empleo”. Puede haber diferentes modos de valorización del valor, de acumulación del capital, de transformación del dinero en más dinero; y sobre todo es la distribución de los frutos de ese modo de producción la que puede cambiar, beneficiando más a ciertos grupos sociales que a otros, o a ciertos países más que a otros.
La crisis ocasionada por el Covid será, según prevén, incluso ventajosa para el capitalismo, la recuperación llega de la mano de la Agenda 2030, Green New Deal o Transición energética. Los capitales en exceso se verán desvalorizados, y como se sabe desde Joseph Schumpeter, la “destrucción creativa” es la ley fundamental del capitalismo. Imposible imaginar –si uno quiere evitar ser tachado de utópico inocentón o de émulo de Pol Pot, es decir, de partidario de las únicas alternativas al capitalismo que la conciencia dominante es capaz, todavía, de concebir– que la humanidad pueda vivir fuera del capitalismo.
Lo que toda la derecha proclama abiertamente, los neokeynesianos, los neomarxistas, los eco reformistas y los altermundistas lo dicen con perífrasis: el mercado es connatural al ser humano. Lo que en el fondo proponen los anticapitalistas-antiliberales es retornar al capitalismo “social” de los años 60 (indebidamente idealizado, como es obvio, porque es ahí donde nacen los problemas actuales), al pleno empleo y a los salarios elevados, al Estado asistencial y a la escuela como ascensor social, añaden, eso sí, algo de ecología y unas gotas de voluntariado o de sector “sin ánimo de lucro”. Lo cierto es que, según ellos, no tenemos más que esperar a que el capitalismo se recobre y vuelva a funcionar de nuevo a pleno rendimiento (no les hablen de la energía necesaria para llevarlo adelante, ni le pregunten de donde saldrá, les responderán que la ciencia y la tecnología proveerá) para poder realizar sus más hermosos sueños: regulación de los mercados financieros, abolición de los paraísos fiscales y, sobre todo, un “capitalismo verde” como motor de un nuevo régimen de acumulación y generador de empleo.
Es necesario convencer a la izquierda eurocéntrica, crecentista, obrerista e industrialista de que la fiesta se acabó
La cosa está clara para los sectores antiliberales, es la ocasión para una mejora del capitalismo, no para una ruptura con él y seguir por la vía del crecimiento. ¿Llegaremos a ver cómo los sectores obreristas-industrialistas y los eco-socialistas y demás formas de ecologismo radical llegan a las manos? Todo es posible, en tanto en cuanto las izquierdas eurocéntricas no sean capaces de colocar en sus agendas conceptos como “justicia ambiental”, “deuda ecológica”, “justicia climática”, “neocolonialismo”. Todo lo que no sea asumir esos conceptos no es más que impulsar falsas soluciones en el marco de la economía verde, que se sustenta en la continua e incluso ampliada mercantilización de la naturaleza.
La izquierda antiliberal, que no anticapitalista, no niega la enfermedad, solo pretende tapar los síntomas. La incapacidad general para aceptar que la crisis pueda desembocar, ahora y siempre, en algo distinto del capitalismo produce un sorprendente contraste con la percepción vaga, aunque persistente y universal, de vivir en una crisis permanente.
Hace décadas se respira un aire de pesimismo. Los jóvenes saben, y lo aceptan con resignación, que vivirán peor que sus padres y que las necesidades básicas (trabajo, alojamiento y salud…) serán cada vez más difíciles de obtener y conservar. Se tiene la impresión, cada vez más generalizada, de que nos deslizamos por una pendiente. La única esperanza está en no deslizarse demasiado rápido. Pero la situación actual, de absoluto deterioro, obliga a decidirse: o bien pasar a una crítica frontal del capitalismo, aunque deje de proclamarse neoliberal, o bien participar en la gestión de un capitalismo que ha asimilado una parte de las críticas dirigidas contra sus “excesos”, a cambio de seguir ciegos y sordos ante las consecuencias que genera en el planeta, en forma de cambio climático y destrucción medioambiental, en otros sectores sociales y en otras geografías. Es lo que nos acaba de reconocer que lleva a cabo la, autocalificada como socialdemócrata, ministra de Trabajo, de Unidas Podemos, con lo que llama “políticas defensivas”.
Lo que resulta extraño es el hecho de que esa extendida sensación de agravamiento generalizado de las condiciones de vida va acompañada a menudo de la convicción de que el capitalismo funciona a pleno rendimiento, de que la mundialización está en su apogeo, de que hay más riqueza que nunca. Puede que el mundo esté en crisis, nos dicen, pero no el capitalismo, o como afirman Luc Boltanski y Éve Chiapello al comienzo de su obra El nuevo espíritu del capitalismo: “El capitalismo está en expansión; es la situación social y económica la que se degrada”. De esta forma, el capitalismo es percibido como una “parte” de la sociedad opuesta al resto, como el conjunto de personas que poseen el dinero acumulado, y no como una relación social que engloba a “todos” los miembros de la sociedad actual.
Es necesario convencer a la izquierda eurocéntrica, crecentista, obrerista e industrialista de que la fiesta se acabó, que debemos hablar de los límites del crecimiento, de la leyes de la termodinámica, de la ley de rendimientos decrecientes, de la creciente escasez de todo tipo de recursos, de que debemos tomarnos muy en serio el problema climático, del expolio y la explotacion de los paises del Sur Global en la que se sustenta el Estado del Bienestar. Será difícil, porque como apunta William Morris en su libro Trabajo útil, esfuerzo inútil: “Se ha convertido en artículo de fe de la moralidad moderna que todo trabajo es bueno en sí mismo, una creencia que resulta muy convincente para los que viven del trabajo de otros”.