[UNA HABITACIÓN AJENA] Preferiría no hacerlo
Es fácil, imposible, difícil, vale un intento.
Que no, un poco, mucho, no pasa nada.
(W. Szymborska. Gente en el puente)
El individuo ha luchado siempre para no ser absorbido por la tribu.
Si lo intentas, a menudo estará solo, y a veces asustado.
Pero ningún precio es demasiado alto por el privilegio de ser uno mismo.
(F. Nietzsche. Humano, demasiado humano)
Tal que no sería la decisión sino la articulación de
un sistema que crea expectativa y atraviesa las cosas
educando a los sometidos desde sus cuerpos y vidas en
esperar de sí mismos y de los otros determinadas cosas.
(M. Foucault. Historia de la sexualidad)
NELLY BOXALL | Hubo un instante durante el cual la gimnasta Simone Biles abandonó su participación en los pandémicos Juegos Olímpicos de Tokio, por sufrir los nefastos efectos de la presión competitiva sobre su estabilidad mental y emocional. Aunque su decisión duró el tiempo justo para que ardiesen los medios y las redes sociales en su apoyo -que hay que ver cómo nos ponen estas cosas- a mí me va a servir para hilar este texto estival con una temática que me apasiona: el personaje «Bartleby, el escribiente« de Melville. Como decía, durante unas horas la gimnasta estadounidense se hizo un bartleby y anunció que preferiría no hacerlo. Y yo, que nunca sigo los juegos, desperté de mi letargo misántropo y grité “al fin”; al fin alguien -y mujer, y negra- había parado el motor y nos decía que se bajaba de los discursos de éxito y productivismo imperantes y seguía a pie, disfrutando del paisaje, del aire y de la vida. Porque Simone quiere vivir, de verdad. Por mi cabeza pasaron tantas y tantas infancias sometidas a sufrimientos extremos para nuestro deleite estético, víctimas de la megalomanía y avaricia -o de la psicopatía- de familias que, sin ningún pudor, son capaces de hacernos un padre de Britney Spears, eso sí, por nuestro bien… ejem. Infancias y vidas rotas por un manipulado y mal digerido espíritu de superación y una concepción sobre el éxito y el fracaso que viene como anillo al dedo a este sistema nuestro de mierda, engranaje cultural de mercado que domestica e induce nuestro entusiasmo para que sea útil al mundo cuantificado que hemos creado y que, a su vez, nos crea como individuos. Ejemplos de los damnificados los hay por doquier, en el deporte, en el mundo del espectáculo, en el arte, en vidas anónimas… Joselito, Marisol, Judy Garland, Poli Díaz… Sabemos ahora, por ejemplo, la suerte que corrió el chico más bello del mundo que fue el Tadzio de Muerte en Venecia, Björn Andrésen, arrojado por el afán de trascendencia de su abuela a los brazos de un mundo y una fama que le destrozaron la vida.
No en vano, el personaje literario referente, como modelo de conducta humana, de toda una generación de economistas y financieros y, por ende, de la era del homo economicus es Robinson Crusoe, ejemplo de superación e individualismo donde los haya. Ya James Joyce describió a Crusoe como “la encarnación de la independencia viril, la crueldad inconsciente, la terquedad, la inteligencia lenta pero eficaz, la apatía sexual y el cálculo taciturno” y vio en él el prototipo del colonialismo británico, puesto que desde que llegó a la isla del archipiélago de Juan Fernández la consideró de su propiedad. Una joyita Robinson que, además, naufragó en un barco negrero… ejem-ejem. En fin. Así se comprende mejor la relevancia que ha llegado a alcanzar Moby-Dick, otra de las obras de Melville, frente al inerte Bartleby. En palabras de Carlos Uriondo: La total ausencia de empatía del capitán Ahab hacia sus semejantes se puede observar ampliamente en las decisiones que va tomando a lo largo de todo el relato. Solo quiere satisfacer su propio proyecto, y para ello está dispuesto a sacrificar a todo y a todos los que, paradójicamente, colaboran en su consecución. Dentro de las relecturas actuales de Moby Dick parece haber tenido una cierta aceptación el emparejarlo con la cuestión ecológica o, lo que es lo mismo, con el debate presente sobre si el hombre ha errado el camino de su supervivencia planetaria y se dirige en una dirección completamente contraria a ella. Ya vemos que ganaron los malos.
Para compensar tanto frenesí y tanta actividad y tanto de todo, nos encontramos de la mano de Vila-Matas con numerosos escritores “aquejados” por el síndrome de Bartleby, esa afección del alma de quien cuelga la pluma, no por fracaso, sino porque ya está todo dicho… Laforet, Salinger, Rulfo, Rimbaud, Munro debieron encontrar la libertad abandonando la creación (competición), no en ella. Deberíamos fijarnos más en las pocas veces que decimos “no” y en la infinidad de ocasiones en que escuchamos un “no” explícitamente… por ahí van los tiros. Por mi parte, podría continuar algún párrafo más, pero he preferido no hacerlo.