[REFLEXIONES DE UN OUTSIDER] Adiós, provincia, adiós
LUIS CEREZALES | Hay despertares y despertares. El despertar del Bierzo es de la resaca propia de una pesadilla tras emborracharnos durante cuatro décadas con la política del peor garrafón. Y si no continúa el mal sueño es porque ya se ha tocado tope, y en el negociado de las maldades esquilmadoras cotiza a la baja dedicar más inquina a un territorio exhausto en el que ya poco hay que rascar; menos aún si es para apuntarnos a un nuevo botellón de arqueología constitucional donde, sí o sí, nos van a putear.
Nunca creí verme en esta tesitura que es, ni más ni menos, llamando a parar el carro hasta que pase la resaca, se abastezca la despensa, y se cocine una alternativa ciudadana transversal con más seso que bazo. Viene a cuento porque los leonesistas de secano y regadío se han montado una cruzada terrallanista contra la pérfida Pucelandia, en la que pretenden enrolarnos como a una mesnada más de la cazurrería autonomista que vierte al Duero.
Está claro que a nosotros esta movida nos resbala salvo que sea para ver como se zurran de lo lindo dos de nuestros pretendientes a torearnos, el tercero de momento anda a percebes. Una pelea en la que mejor no entrar porque es cosa de ellos y no tenemos pito que tocar, otra cosa es que nos vaya la marcha y queramos recibir por babor y estribor. No es momento para entrar al trapo de apetitos ajenos, y sí de estar quietos paraos dedicados a recuperarnos del desastre que nos infligieron los contendientes.
No hay que olvidar que todos nos quieren para lo mismo: un matrimonio de conveniencia con capitulaciones claudicantes para aprovecharse de nuestra exigua dote, dejándonos a cargo del túrmix y la fregona; alguien con permiso para figurar que nunca para decidir y mandar. Incluso nos soportarían como querida respondona que se alivia echando pestes, siempre muy atados en corto por una mísera tarjeta de prepago anulable al primer desliz.
Conviene no olvidar que cuando nuestra dote era más copiosa nos hicieron todas las perrerías, solos, a pachas, o en compañía de otros, para arrojarnos al infortunio en el que hoy purgamos nuestra cómplice candidez. No sé si tirios y troyanos pretenden que olvidemos su patrocinio indisimulado de la rapiña y la depredación de cuatro las décadas de hiel, cuando la corrupción consentida se instaló y arrampló con el futuro de nuestros descendientes.
Ellos siguen a lo suyo, ahora prestos a jugar nuevamente con la suerte y el pan de las personas en su partida del Monopoly de los delirios territoriales. Nadie parece sentirse concernido como para empezar por remediar el roto con soluciones efectivas; no vaya a ser que piensen que sus batallas es el placebo que necesitamos para recuperarnos del período ominoso: aquel en que solo les faltó inscribir al Bierzo y sus gentes, como el Congo de Leopoldo II, en el Registro de la Propiedad a nombre de un delincuente convicto y de otro delincuente confeso.
Los resultados de aquella política de corrupción, amiguismo, depredación y rapiña ahí están a la vista y muchas de sus intolerables secuelas aún subyacen; y tal circunstancia nos ha puesto, por una vez, a todos de acuerdo al concluir que sufrimos en una debacle sin paliativos. Pero si tal constatación no fuera suficiente para hacer examen de conciencia y pasar a una política de hechos reparadores, no se les ocurre otra cosa que venir a liarnos con la cucaña infumable de sus componendas autonómicas.
Los resultados de aquella política de corrupción, amiguismo, depredación y rapiña ahí están a la vista
Lo más triste, a la vez que cómico, de la cantada es que hay insignes descerebros abierzales en disposición de hacer nuevamente el juego a la sumisión, como en la transición. Me refiero a los que promueven o militan en el irredentismo adosado, que ya han mostrando el catálogo de sus discrepancias provincialistas: quinta provincia gallega; segunda provincia del mini-León; cuarta provincia del maxi-León; décima provincia de Castilla y León. Es curioso que todos coincidan en una sola cosa, que es en pelear por ofrecerse como botín al vecino de sus deseos.
Este cristo entre los de aquí es munición que damos de regalo a quienes quieren mantenernos sine die con el statu quo actual. ¿Acaso alguien ha percibido algún gesto de reconocimiento con nuestras aspiraciones o alguna muestra de solidaridad que no sea con el ánimo de llevarnos al puchero? seguro que no. Todos nos quieren cautivos en espera de zamparnos, en una versión carpetovetónica del fideicomiso, como lo era en clave nacional Tanganica mientras esperaba ser el postre de alguna potencia.
Ante el empeño que seamos de facto gallegos, leoneses o castellanos solo cabe responder con los versos de Gabriel Celaya: Nosotros somos quien somos. ¡Basta de historias y de cuentos! O sea bercianos y punto. Y es sobre la singularidad mestiza de nuestra identidad sobre la que hay que construir un acomodo político administrativo, capaz de proporcionar bienestar en libertad y en convivencia armónica con nuestros vecinos.
La hora de la provincia ha pasado, lo digo con dolor como firmante y promotor en 1978 del Manifiesto Berciano. Con el trienio liberal y en la transición democrática se fueron las dos ocasiones propicias, y no es acertado pensar que este es el momento para materializar el dicho de que a la tercera va la vencida. Es demasiado poderosa la conjura a vencer como para no acabar con un revolcón y con un probable escarmiento. La compleja maraña constitucional a superar y la pérdida de relevancia como zona influyente nos abocarían a un proceso estéril y condenado al fracaso.
¿Esto representa tirar por la borda la aspiración histórica del autogobierno? Por supuesto que no, muy al contrario se trata de acometer soluciones menos conflictivas y más creativas y viables, que las hay. Lo que implica rebasar con imaginación y determinación los agobiantes límites de una constitución en la que nuestra realidad no encuentra satisfacción a sus demandas. Probablemente haya que luchar por implantar una solución disruptiva que supere las limitaciones constitucionales y la gendarmería interesada de los partidos políticos.
Es perentorio poner la osadía política a funcionar antes que en esta etapa de depresión sea aprovechada para darnos el tiro de gracia definitivo y sumirnos en la irrelevancia perpetua; en el alumbramiento de esa solución política serían fundamentales dos cosas: una que los peones de los partidos nacionales dejen de una vez el rol de mansos y claudicantes sucursalistas, y la segunda que los partidos regionalistas bercianos se unifiquen en la opción mayoritaria para disputar sin complejos la hegemonía de hecho a las opciones inmovilistas.