[UNA HABITACIÓN AJENA] Hotel Afganistán
Si nosotros no participamos también, esos tipos son capaces de encajarnos la república. Si queremos que todo siga igual, es necesario que todo cambie.
(Tancredi en El Gatopardo, de G. di Lampedusa)
Yo, en realidad, no creo mucho en Dios, ni soy muy religiosa ni nada, mi madre sí lo es, yo no, lo único que sí he pensado, y creo que, bueno que lo peor no sería que no hubiera nada después de la muerte, lo peor sería que hubiera otra vida, y que fuera como ésta.
(Caye en Princesas, de F. León de Aranoa)
NELLY BOXALL | Por honestidad intelectual y un mínimo de decencia me niego a secundar acríticamente ese remedo de reivindicación feminista que es el #TodasSomosAfganas, unas más que otras y no todas, digo yo. Hasta hace unos días la mayoría ni sabíamos ubicar Afganistán en el mapa y ya damos lecciones magistrales sobre derechos humanos, ética, estética y moral a quien quiera escucharnos porque nos importan mucho, mucho, mucho los derechos y libertades de las mujeres afganas. Desde dos mil uno hasta hace nada ese país estaba ocupado por el imperio occidental y nada ha mejorado en veinte años la situación de las mujeres… que ahora empeorará con la retirada de las tropas estadounidenses y la toma del mando por parte del régimen talibán, por supuesto, esto nadie lo niega; pero hay que quitarle purpurina a los repentinos éxtasis activistas recordando o aclarando que la situación de las mujeres en Afganistán nunca le ha importado a nadie, si acaso como excusa para otros menesteres como la ocupación tras los atentados del 11S, puesto que si de liberación o mejora de la situación de las mujeres se hubiera tratado ¿por qué Estados Unidos excluyó la presencia de mujeres cuando comenzó la negociación con los talibanes para la retirada del país? Observo las redes sociales plagadas de fotografías de las afganas en minifalda, durante los 70’s, e instantáneas actuales de mujeres con burka… como si el crecimiento del movimiento talibán no se hubiese producido gracias al apoyo estadounidense, tan obsesionado con esa medida de pollas que fue la guerra fría y como si durante los últimos veinte años Afganistán no hubiese estado ocupado por los adalides de la democracia, la libertad y la igualdad.
La organización de mujeres afganas RAWA ya denunciaba en dos mil ocho: «los sufrimientos y actos depravados contra las mujeres no se han reducido; es más, ha aumentado el nivel de opresión y la brutalidad que día a día afecta a la población más débil de nuestra sociedad. El gobierno corrupto y mafioso y sus guardianes internacionales están jugando de manera desvergonzada con el intolerable sufrimiento de las mujeres afganas, al que usan como su instrumento de propaganda ante la gente engañada de todo el mundo». No es baladí la patata caliente que nos deja Mr. Marshall puesto que, ante la previsión de un éxodo masivo de población afgana hacia la cívica e igualitaria Europa, la experiencia con personas refugiadas y los campos donde las hacinamos no es precisamente como para estar orgullosos. Sirva el testimonio de una mujer afgana que relata su paso por el infierno de Moria, en Lesbos: «Como mujer refugiada, lo más difícil ha sido entender qué es Europa realmente. Para mí era un lugar que me iba a permitir ser una mujer libre, donde había derechos paras las mujeres, en comparación con mi país, pero he visto situaciones y he vivido cosas que nunca habría tenido que vivir en Afganistán. Salí huyendo de la violencia y he encontrado niveles de violencia superiores».Y tras un proceso largo y lento el premio de consolación en la gymcana de las opresiones: la concesión del asilo. Y apáñate.
Y mientras vamos logrando corregir la miopía para ver con nitidez lo que ocurre a miles de kilómetros de dónde nos encontramos, la presbicia no nos permite ser del todo conscientes de otros campos de trabajo como son los establecimientos turísticos de nuestro país, ese Afganistán de “lasquelimpian”, donde reinan la explotación y la impunidad por parte de los empleadores. Es de agradecer el esfuerzo de visibilización que llevó a cabo la periodista y directora Georgina Cisquella, a través del documental «Hotel Explotación: Las Kellys» que narra el día a día y las condiciones de esclavitud de las limpiadoras o camareras de piso, esas mujeres invisibles a costa de las cuales las empresas incrementan su margen de beneficio y nosotras, las consumidoras, turisteamos a un precio que nuestros también míseros sueldos nos lo puedan costear. Como a pesar de las protestas y la visibilidad mediática que se les ofreció en su momento sus condiciones de esclavitud (que no trabajo) no han cambiado, y con la oposición de los sindicatos bisagra, el colectivo de Las Kellys prepara a través de micromecenazgo un portal de reservas hoteleras para que la clientela solo reserve en establecimientos respetuosos con sus derechos laborales. Los sindicatos han puesto el grito en el cielo, claro, lo de la autogestión nunca ha entusiasmado a este sector, el sindical, más proclive al control centralista y especialista en la intermediación. En esta ocasión, el lubricante para engrasar la bisagra es una plataforma de reservas de los propios sindicatos, CCOO y UGT, afirman que llevan años desarrollándola y que se paralizó por la pandemia. Y les extraña que Las Kellys hayan dejado de escuchar sus cantos de sirena y se pongan manos a la obra. A pastar.