[LA OVEJA NEGRA] La crisis climática sigue aquí
GERMÁN VALCÁRCEL | Cuando el pasado día nueve de agosto, el IPCC (Grupo Intergubernamental de expertos sobre el Cambio Climático), un organismo que no se caracteriza precisamente por ser alarmista, hizo público su último informe -el AR6-, avisando de que el cambio climático es generalizado, rápido y se está intensificando, servidor tuvo dos pensamientos simultáneos, el primero un tanto egocéntrico: os lo llevamos diciendo, hace ya años, los que algunos llaman “los voceros del catastrofismo”. Pero regodearse en estos momentos en la ceguera y necedad de tanto erudito que de todo sabe pero nada entiende, ya sea un tuitero todólogo o el asesor de comunicación de cualquier alcalde con ínfulas de estadista, no sirve para nada y el ego de servidor, a estas alturas de mi vida, ya no necesita lustre. Me quedo con el segundo, creo que más positivo: es necesario –a pesar de que amplios sectores sociales van seguir negado, o no queriendo ver, lo evidente– enfrentar los hechos para poder organizarse y planificar las necesidades de un mundo donde lo que creemos saber ya no va a servir para casi nada.
La primera condición para enfrentar ese futuro que ya es presente, es asumir que los negacionistas de hoy, entre los que se encuentran los tecnólatras, son los ecofascistas del futuro inmediato. Da lo mismo que insulten, ridiculicen o se dediquen a soltar falacias, no merece la pena perder el tiempo en abrir debates estériles que justifiquen posponer decisiones que van a ser muy ingratas. La Crisis Climática no es algo lejano, ya está en marcha y nos afecta a todos aquí y ahora. Como nos afecta la cada vez más creciente escasez de energía y de los recursos necesarios para seguir manteniendo nuestro estilo de vida.
En las conclusiones del informe, de 3.949 páginas, aparte de alertar de una subida sin “precedentes” de la temperatura en los últimos 2000 años, el estudio deja claro que la mano del hombre esta de forma “innegable” tras los efectos del cambio climático y de las consecuencias ya irreversibles sobre las que no deja dudas. También compara el aumento de temperaturas actual con el que se considera, hasta ahora, el período más cálido de los últimos 100,000 -el máximo climático del Holoceno-.
Es fácil darse cuenta de que la sensatez está en peligro de extinción, la catástrofe climática parece importar bien poco a la mayoría. Y el colapso energético o la devastación ecosistémica incluso menos. Todo en aras de seguir queriendo mantener el metabolismo social y económico insostenible, contaminante y destructivo en el que vivimos. Un metabolismo que externaliza los costos del llamado progreso sobre la naturaleza, nos lleva directos a un colapso civilizatorio y ecológico de una magnitud quizás nunca acontecida en los 5.000 millones de edad de este planeta.
Mientras, nuestros gobernantes más cercanos, como si nada pasara, siguen a lo suyo, poseídos por una lógica cateta de beneficios políticos fáciles a corto plazo, encerrados física, política y mentalmente en la hoya geográfica que nos rodea, y dispuestos a todo con tal de perpetuarse en el poder a costa de lo que sea. Por eso la lucha contra el parque eólico de Barjas no es solo la lucha contra las renovables, sino contra todo un mundo que le acompaña y justifica.
La lucha contra el parque eólico de Barjas no es solo la lucha contra las renovables, sino contra el mundo que le acompaña y justifica
No debemos olvidar que, en el Bierzo, los miembros de la industria de la representación política, los altos funcionarios de la administración, amplios sectores del mundo de la cultura y enseñanza, medios de comunicación y los cuadros de eso que llaman tercer sector, son una galaxia marginal y sectaria, cada vez más alejada de las gentes de abajo, y donde se esconden personajes zafios e ignorantes que no tienen ningún pudor en medrar socialmente encaramadas detrás de una dialéctica llena de tópicos. Gentes para las que cualquier solución que cuestione el status quo vigente da pie a toda una floración de especulaciones delirantes, basadas en la pura molicie intelectual. ¿Y luego les sorprende que exista Vox? Son muchos los que prefieren el original a una copia por muy tuneada de verde o morado este.
Sin embargo, el Bierzo tiene características y posibilidades para ser un buen lugar para vivir, y sobre todo para sobrevivir en el mundo que nos espera, pero será a condición de reformatear nuestras cabezas, cambiar las formas de enfrentarnos al poder, olvidarnos de las grandes infraestructuras, del industrialismo, del extractivismo, y del turismo, en definitiva, del sistema de producción capitalista. Retornar a la comarca como medida humana de las relaciones, promover cambios culturales que nos hagan ver la necesidad de superar el “representantismo” político, como paso previo para recuperar la soberanía política y económica; relanzar los usos y aprovechamientos comunales, producir energía de manera sostenible, re-ruralizar nuestra sociedad impulsando la producción, los servicios y el consumo local, volver a poner en el centro las relaciones vecinales, en definitiva fomentar la autosuficiencia territorial en bienes y servicios. Para amortiguar la ya inevitable caída es necesario decrecer, descomplejizar y ajustar nuestro consumo. Y lo hacemos de manera ordenar o nos espera un genocidio y ecocidio inimaginable.
Sin embargo, las elites políticas y económicas no piensan cambiar nada, aunque el sistema está en proceso de derrumbe, ni las de aquí ni las de ningún lugar planeta, creen que podrán preserva un espacio y unas condiciones de vida, para ellos, civilizadas, aunque sea a costa de aumentar las desigualdades y desequilibrios, aunque se lleven por delante a miles de millones de seres humanos o conviertan el planeta en un infierno, su psicopatía es fundamental para poder formar parte de esa casta en un sistema político y social como el nuestro. Son los llamados a gestionar el eco fascismo, algo que, por otra parte, llevamos practicando los occidentales desde la invasión de Abya Yala. Que hay que decrecer es ya una obviedad. No es viable un crecimiento infinito en una biosfera finita.
Por ello, ante las quiebras de la realidad existente, el ataque de cinismo –Green New Deal o Transición ecológica– y la crisis teórica que la izquierda institucional y el ecologismo reformista padecen, no encuentro otra forma de refugio que recurrir a las viejas respuestas, deconstruyendo y reaprendiendo de los restos del naufragio e intentando, de paso, prepararme para la refundación del nuevo capitalismo, o feudalismo corporativo (a modo de ejemplo de lo que ya está en marcha, actualmente solo 32 de las 100 economías más grandes del planeta son estados), ya que, si bien es cierto que las utopías izquierdistas fraguadas en los últimos cien años no tienen realidades que enseñar, ni siquiera dónde caerse muertas, ¿dónde está ahora el mundo feliz prometido por los gurús del neoliberalismo económico y las democracias trucadas? Al final morirán matando para defender nuestra hipoteca, nuestro smartphone y nuestro televisor, en definitiva, nuestros hábitos de consumo.
Como suele repetir Antonio Turiel el problema es cultural, político y social, o como sostiene Jorge Riechman en Otro fin del mundo es posible, decían los compañeros: «Hablamos de “transformación verde” o de “transiciones ecológicas”, y esto suena bien. Pero tendríamos que tener el valor de llamar a las cosas por su nombre: si no nos hacemos trampas en el solitario, eso significa empobrecimiento. El discurso del “decrecimiento feliz” no es que sea engañoso, pero omite señalar algo importante: usar menos energía quiere decir hacer menos cosas. Menos actividades de las que ahora apreciamos: turismo y viajes, sin ir más lejos. Para sociedades enganchadas a las satisfacciones consumistas compensatorias, esto supone un problema grave»