[LA OVEJA NEGRA] Repensar el mundo, repensar esta columna
GERMÁN VALCÁRCEL | Ya decía T.W. Adorno que no se podía escribir poesía después de Auschwitz, si se tratara de “un vocero del catastrofismo” no tendría mayor importancia, pero Adorno era alguien muy serio que no daba puntada sin hilo.
Están en su derecho a pensar que, al utilizar esta cita, me estoy dando una excusa porque no termino de aceptar mi falta de talento y destreza para la poesía. Pero servidor escribe como forma de exorcizar rabias y cóleras. Lo que el improbable lector encontrara en estas columnas son el resultado de muchas dudas: la siempre fecunda duda siempre preñada.
También es una forma de conversar con un mundo que cada vez comprendo menos, una manera de no caer definitivamente en la desesperanza. Estos textos nacen contra el conformismo de una sociedad alienada, presa y aterrorizada. Escribir, en el contexto actual, solo tienen sentido como denuncia y esperanza. Hemos llegado a un punto en el que nombrar las cosas implica denunciarlas.
Escribir y hacer público lo escrito es darse, pero como tentativa de comunicación continuara bloqueada de antemano, en tanto en cuanto los dueños del poder sigan realizando impunemente sus proyectos de imbecilización colectiva a través de los medios masivos de comunicación y mientras existan y vayan en aumento la alienación, el analfabetismo funcional y la penosa falta de compresión lectora, de la que dan muestra amplios sectores de nuestra sociedad.
Hay días que me pregunto cómo escribir con bellas palabras que el metabolismo social, político, económico e industrial que hemos construido durante los últimos cuatrocientos años ha entrado en una grave crisis. Que, lo que estamos viviendo, no se trata de una de las clásicas crisis cíclicas del capitalismo sino de un colapso terminal, no en el sentido de un derrumbe instantáneo sino como proceso que marca el fin de un sistema plurisecular. ¿Cómo explicar, con bellas palabras, que la especie humana camina hacia un destino cada vez más funesto a medida que avanza de forma irreversible en el proceso de convertir en una cloaca su “vivienda”?.
¿Sirve de algo seguir haciendo criticas morales o éticas, basadas en la denuncia de la “codicia”? por ejemplo, en un municipio de menos de 64,000 habitantes, hablo de Ponferrada, soportamos con nuestros impuestos y sanciones, un gasto de más de 800.000 euros anuales para pagar salarios, seguros sociales, dietas y demás mamandurrias de nuestros representantes políticos, jefes de prensa y asesores. Todo por no hacer nada, y es que los gobiernos responsables son los gobiernos inmóviles, los que dejan intactos los privilegios de los de arriba, los que aumentan las políticas represivas, los que suben los impuestos para pagar sus salarios y los de sus sicarios. Es un sueño de una noche de verano suponer que, por dar testimonio de las infamias, poner el verdadero nombre de cada cosa que llevan a cabo nuestros políticos, las fuerzas sociales de esta geografía donde vivo van a salir a cambiar radicalmente el curso de la historia. Lo ocurrido con el conflicto de la fábrica de palas eólicas y el despido de más de trecientos trabajadores, nos muestra en qué punto estamos. Vivimos tiempos en los que el miedo sobrevive disfrazado de prudencia.
¿Sirve de algo seguir haciendo criticas morales o éticas, basadas en la denuncia de la “codicia”?
En una sociedad que nos obliga precisamente a no hacer ningún esfuerzo, que nos impone una pasividad divertida, que lo único que no cuesta nada es la esclavitud; lo único que no requiere esfuerzo es la derrota, lo más cómodo es dejarse destruir. Frente a la regresión y la de-civilización, promovidas por el criminal sistema en el que vivimos, si queremos seguir viviendo nos toca descolonizar nuestros imaginarios y reinventar las formas de luchar y resistir.
Los problemas actuales no son algo nuevo vienen de lejos y ya fueron relatados antes, a principios de los años setenta, un triple -o cuádruple- punto de ruptura fue alcanzado: en lo económico (visible con el abandono del patrón oro del dólar), en lo ecológico (con el informe del “Club de Roma”), en lo energético (con el primer shock petrolífero), a lo que se puede añadir los cambios de mentalidad y de formas de vida del post-68. Ahí empezó el capitalismo a toparse con sus límites externos e internos a la vez. ¿Se tomaron medidas? No, al contrario se aceleró mucho más el proceso y, con la “tecnología” como excusa, la sociedad de la mercancía acelero la destrucción del planeta. El aliento del consumo, el derroche consumista, el estímulo a la especulación no solo nos ha vaciado de valores morales y, por lo tanto, culturales, si no también ha destruido nuestro hábitat. Ha sido el triunfo del capitalismo pero también su fracaso. Una sociedad construida desde la explotación y el expolio del planeta y de todo lo que en él vive, no puede crear una sociedad habitable, ni siquiera como sociedad injusta. Más bien destruye sus propias bases en todos los ámbitos.
El capital, con el desarrollo tecnológico, ya no necesita de buena parte de la población. Esta situación podría haber sido terreno favorable para la emancipación pero parece que lo ha sido para la barbarie. La impotencia de los Estados frente al capital globalizado no es una cuestión de buena o mala voluntad, sino que resulta del carácter estructuralmente subordinado del Estado y la política frente a la esfera del valor.
La crisis ecológica no puede resolverse en el marco del capitalismo, ya ni siquiera sirve ir decreciendo paulatina y suavemente, hay que parar ya. Tampoco el supuesto “capitalismo verde” que nos venden esos que se autoproclaman progresistas, o de izquierda; ni el desarrollo sostenible de los ecologistas reformistas que no son más que los jardineros del capitalismo. Mientras el objetivo sea el aumento de productividad, el crecimiento, mientras todo se reduzca a construir una masa cada vez más grande de objetos materiales, cuya producción consume los recursos reales del planeta (los aparatos necesarios para la captación de energías renovables son un buen ejemplo), estamos asfaltando el camino hacia el abismo.
El problema de la humanidad es que tenemos emociones paleolíticas, instituciones medievales y tecnología de dioses. Deberíamos ir descartando las ilusiones del pasado, aprendiendo nuevas formas de pensar y hablar. Tenemos que asumir nuestra responsabilidad por el mundo, es una responsabilidad que no podemos seguir delegando, ni en líderes, ni en partidos. Debemos hacernos dueños de nuestro destino, reapropiarnos del mundo, si no nos lo van a destruir.
Ya sostenía Cornelius Castoriadis: “La sociedad capitalista es una sociedad que corre hacia el abismo, desde todos los puntos de vista, porque no sabe auto limitarse. Y una sociedad verdaderamente libre debe saber auto limitarse”