[UNA HABITACIÓN AJENA] Sin anestesia
Ante todo, no hagas daño.
(Hipócrates de Cos)
El infierno de los vivos no es algo que será; hay uno, es aquél que existe ya aquí, el infierno que habitamos todos los días, que formamos estando juntos. Dos maneras hay de no sufrirlo. La primera es fácil para muchos: aceptar el infierno y volverse parte de él hasta el punto de no verlo más. La segunda es peligrosa y exige atención y aprendizaje continuos: buscar y saber reconocer quién y qué, en medio del infierno, no es infierno, y hacerlo durar, y darle espacio.
(Italo Calvino, Las ciudades invisibles)
Mientras tanto en el hospital, la batalla constante contra el dispositivo de subjetivación paciente significa recordarles su trabajo frente a su cansancio por malas condiciones laborales, que además les embrutece y desensibiliza.
(Leonor Silvestri, Games of Crohn)
– Casos por muerte cerebral, como el de su hijo, hay todos los días.
– Oiga, que a mí no se me muere un hijo todos los días.
(Escena de La flor de mi secreto, de Pedro Almodóvar)
NELLY BOXALL | Ya sabemos cuánto vale el sufrimiento provocado por la mala praxis médica a la hora de diagnosticar un cáncer en el Hospital de El Bierzo, que devino terminal: no llega a nueve mil euros anuales. Sobre a cómo cotiza una vida no nos hemos podido enterar, puesto que para la judicatura, la paciente se hubiera muerto igual… polvo somos. Este caso es de dos mil trece, así que la manoseada excusa de la covid no la habrá podido esgrimir la defensa de la parte demandada. Este es uno de tantos y tantos casos de mala muerte por sordera, la que afecta a profesionales que desde muy muy arriba nos miran sin vernos, sin escucharnos, sin respetarnos, debe ser que a medida que suben posiciones en la cucaña del ascensor social van perdiendo humanidad y capacidad de escucha. Se me ocurre que en lugar de cargar contra los pacientes a modo de queja contra las mejorables condiciones laborales y organizativas, bien podrían redirigir su frustración y mala baba hacia la inflada caterva de gestores sanitarios y responsables políticos que han convertido la Sanidad Pública en un espejismo… Si no te matan las listas de espera, te remata esa tal mala praxis y lo que para este colectivo es un hecho, de tantos, para los pacientes es un acontecimiento, puede que “el” acontecimiento. A ver si os hacéis los estrechos con la aplicación de la ley de eutanasia para luego no hacernos ni caso en consulta…
Recuerdo que mi abuela, aquejada por fuertes dolores de estómago, acudió a su médico de familia y salió de la consulta con un premio de consolación: Valium, para la ansiedad. Aquí el sesgo de género es de manual, estoy segura de que si quien hubiera acudido por un dolor de estómago hubiese sido mi abuelo, el diagnóstico hubiera diferido en gran medida. Pasados unos meses, al no remitir los síntomas y viendo el ritmo lento de las consultas de especialidades y las pruebas diagnósticas, la familia decidimos pagar el impuesto revolucionario de la sanidad privada -que en más casos de los deseados supone la diferencia entre estar viva o criando malvas- y parece ser que la ansiedad se había convertido en un cáncer de estómago con metástasis como un piano de cola. Duró tres meses, tres meses durante los cuales rechazamos todo intento de encarnizamiento terapéutico (a buenas horas mangas verdes) y nos tuvimos que pelear con uñas y dientes para conseguir la atención domiciliaria de la unidad de paliativos para que pudiese morir en casa, con tranquilidad, comodidad y todas las garantías. Contradicciones de uno de los mejores sistemas sanitarios del mundo, qué cosas.
Una amiga sostiene que al médico hay que ir siempre de punta en blanco, aparentando una mayor posición social de la que en realidad tenemos y no mostrar sumisión, que se les mejora la sordera y la ceguera. Y es verdad, la Sanidad en nuestro país es universal sobre el papel pero la ejecutan personas que detentan cierto poder sobre nosotras y que están aquejadas de una aporofobia muchas veces disfrazada de condescendencia, ya sé que not all. Y no digamos ya cuando a quienes atienden son personas de edad avanzada… barra libre para tutearles, hablarles con diminutivos, llamarles abuelo o abuela ¿de quién?… ese remedo de cercanía y cariño impostados que solo esconde una autopercepción de superioridad y muy poco respeto por el “otro” infantilizado, como si no se tratase de personas adultas y en pleno uso de sus facultades. Un colectivo tan corporativista y clasista como el sanitario, tiene esa tara y que nadie me venga con el cuento de que lo mismito vale la vida de una persona pobre y humilde que la de otra con más “lustre”, canceladme si queréis.
Con este panorama vino la pandemia y acabamos de rematar el asunto, a unos les dio por aplaudir, a otros por cantar, que si el himno nacional que si el cara al sol, y para quienes hemos sobrevivido aún sin salir al balcón, las listas de espera continúan su escalada exponencial, los resultados demorando y el sistema público sanitario adelgazando. A los profesionales de atención hospitalaria se les ha quemado hasta la extenuación al no haber reforzado la Atención Primaria durante la pandemia, área a la que se ha adjudicado desde “arriba” un papel absolutamente irrelevante y sonrojante en todo este circo. Pero lo importante es si te has vacunado o no para tranquilidad de quienes todavía creen en un sistema gratuito, universal y equitativo. Dicen quienes saben de esto que la contratación de primas de seguros de salud privados ha aumentado un buen pellizco, sabemos que “de a pocos” se está implantando la telemedicina, los profesionales de Atención Primaria ya manejan mucho mejor los equipos informáticos que el fonendo y los pacientes siguen saturando las Urgencias con casos de primaria por la pésima atención en los centros de salud, parece que la panacea ahora son los call center. Atrás quedan los viejos tiempos, como aquella ocasión en la que acudí a mi médica de cabecera por amigdalitis y salí con un tacto rectal hecho, parece ser que los extremos se tocan y ya sabemos que somos un país sin grises.