[LA PIMPINELA ESCARLATA] Prudentes, indecisos y apáticos en las fiestas
EDUARDO FERNÁNDEZ | Todo el mundo sabe que el bicho de la covid es listísimo. Ya hemos dicho aquí que es tan listo que cuando había toque de queda sabía que debía contagiar a las 22:01 y no podía hacerlo a las 21:59, o que contagia a 1,5 metros y no a 1,49. Y así no hay manera de atajar las olas, que son más ya que en las costas del Cantábrico. Las fiestas de la Virgen de la Encina han brindado la ocasión de poner de relieve una vez más la agudeza de las mutaciones y variantes del bicho, que contagia en Ponferrada de forma diferente a la de otras latitudes, que somos muy nuestros, incluso para esto.
Yo soy de los que han de confesar su limitación conceptual para seguir a los genios del ayuntamiento que han tenido un criterio sanitario-filosófico-cuántico tan fino que han sabido cuándo estaba el bicho dispuesto a saltar sobre los desprevenidos ponferradinos que se arriesgaban a celebrar las fiestas. Menos mal que los covidianos estaban alerta para impedirlo, porque todo el mundo sabe que si comes algo en un recinto del ferial nada te acecha, pero si quieres hacerlo en los food trucks el bicho corre de pincho en pincho hasta convertirse en ébola. Porque el problema no es comer cerca unos de otros, sino que a los organizadores les caigan mejor unos que otros o que aspiren a crear una flota de food trucks local de dudosa viabilidad económica. Esperamos que los fondos europeos conviertan la next generation del tapeo en justificación suficiente para pedir para dotarnos de una flota de camiones de comida covid-free ponferradinos otros dos milloncitos al Ministerio de Agricultura, que se los dará encantado, como la lluvia de millones que ya llevamos en los dos años anteriores. Pasa lo mismo con el contagio entre las atracciones feriales y la procesión, que el bicho es anticlerical y de laicidad galopante, por lo que estaba presto a contagiar en andas, pero no volandas. Por eso los meapilas estamos agradecidísimos de que nos ahorren cualquier circunstancia para el contagio y estamos recogiendo firmas para una próxima beatificación de varios concejales del equipo de gobierno y consejeros.
Si es que en algún momento manejaron criterios objetivos, los debieron perder en el trayecto entre la alcaldía y el patronato de fiestas. Pero es lo que tiene la limitación mental de los que no somos capaces de seguir el endiablado ritmo reflexivo del olegarismo, que es doctrina filosófica crecientemente mayoritaria en los círculos eruditos de Oxford, La Sorbona y la Sapienza. Quiénes somos nosotros para pedir objetividad y coherencia en los criterios de las fiestas cuando lo que está en juego es la verdadera esencia ontológica de la política local. O sea, de qué va lo de mandar en este ayuntamiento. Si sales a ver los fuegos artificiales te contagias, si sales de manifestación, no; afortunadamente, porque les soy más de manifa que de rogatoria, y por eso he pedido a la Junta la supresión de todo acto de manifestación externa colectiva de fe, salvo que sea de no católicos, que estamos en la multiculturalidad. Las miasmas expulsadas desde el balcón municipal en un pregón contagian, los aerosoles en un pleno son efluvio democrático.
Por eso, sean dadas gracias a los responsables municipales que tantos riesgos nos ahorran con cautelosa reserva cuando queremos hacer una vida normal de la nueva normalidad sanchista. Y aún hay quien los censura por apáticos. No saben estos inconformistas a ultranza distinguir entre prudentes, indecisos y apáticos. Y eso que en el acto institucional de las fiestas hubo escaparate abundante de cada grupo. Unos no quieren procesión, otros no quieren pregón ni fuegos, algunos no quieren acto institucional y otros ni fiestas. Y es que así no hay quien acierte. Decía Baltasar Gracián, -aparte de lo bueno si breve- que “es cordura provechosa ahorrarse disgustos. La prudencia evita muchos”. Por eso después de mucho especular con un adelanto de las elecciones autonómicas anunciado por Mañueco en Ponferrada, el presidente autonómico prefirió el estrambote cervantino, “miró al soslayo, fuese y no hubo nada”. Para mí que recuerda cuando Chirac adelantó las elecciones porque las encuestas le decían que el viento era favorable y al final el huracán le privó del triunfo en favor de Jospin, pero lo mismo tiene más reciente lo de Theresa May, Alexis Tsipras o Mateo Renzi y espera a ver cómo le va a Trudeau en Canadá para saber si lo del adelanto es a lo ayuso o a lo bonzo. Aunque ya decía Epícteto que “la prudencia es el más excelso de todos los bienes”, no, es más excelso cuando te llaman excelentísimo señor por presidir una Comunidad Autónoma y por eso hay que repensar lo de disolver las Cortes, cosa que entre las locuras de la gestión sanitaria ciudadana y el mamoneo del transfuguismo y los ofrecimientos de mociones de censura yo le aconsejo vivamente, no vaya a ser que el viento dentro de dos años haya amainado más. Frente a la tranquilidad del cargo, el gabinete y la nómina, la conveniencia de la comunidad -la cívica y la autónoma- y frente al segurín Tito Livio “no des la felicidad de muchos años (de cobro y poltrona) por el riesgo de una hora”, mejor que llegue la hora de que se pronuncien los ciudadanos antes de que te presionen unos pocos procuradores. Hay que ser un poco osado, “la fortuna favorece a los osados” decía Virgilio en La Eneida y “mezcla a tu prudencia un grano de locura” aconsejaba Horacio.
O sea, que la prudencia debe acompasarse a la decisión, pues, como opinaba el filósofo norteamericano de fines del XIX William James “no hay ser humano más triste que aquel en el que nada es habitual, sino la indecisión”, en lo que parece coincidir la filosofía (“nada es tan agotador como la indecisión, y nada es tan inútil” que decía Bertrand Russell) con la política (“no se puede ser prisionero de la indecisión, porque en ella todas las puertas permanecen abiertas”, que opinaba Indira Gandhi). Aquí tenemos indecisos que lo mismo promueven manifestaciones contra los tributos que dejan de ir a los plenos para pararlos.
Y al final, los más grandes entre los grandes, que no son ni prudentes ni indecisos. En esto de atizar los indolentes no hay quien gane a los alemanes, a ver si aprenden los de la oposición: Fichte, quien supo hacer de puente entre Kant y Hegel, que ya es cabeza, se abriría las venas haciendo de puente entre los sabios ponferradinos del olegarismo pues creía, ingenuo, que “necesariamente vence siempre el entusiasta al apático. No es la fuerza del brazo, ni la virtud de las armas, sino la fuerza del alma la que alcanza la victoria”. No sabía lo que es el gobierno local de Ponferrada.