[LA OVEJA NEGRA] Lo que el realismo reformista esconde
GERMÁN VALCÁRCEL | La conocida película Mad Max fue ubicada temporalmente en el año 2021, no fue casualidad, los guionistas habían leído el informe del MIT (Instituto Tecnológico de Massachusetts) Los límites del Crecimiento, pagado por Rockfeller para el Club de Roma -actualmente la UE- realizado en 1969 y publicado en 1972, exactamente en las mismas fechas que tenía lugar la primera gran crisis del petróleo.
En esos años ya se sabía lo que actualmente está siendo imposible de tapar, o negar: la civilización tecno-industrial y su sistema económico de expolio, concentración, y crecimiento exponencial constante está desmoronándose. La pasividad política y ciudadana ante lo que hace cincuenta años ya se sabía es, en gran parte, responsable de la grave situación en la que nos encontramos.
No se trata de profetizar un acontecimiento futuro, sino de constatar un proceso que empezó a hacerse visible a principios de los años 70 y cuyas raíces se remontan al origen mismo del capitalismo. Tampoco estamos asistiendo a una transición hacia otro régimen de acumulación, como fue el caso del fordismo, o hacia nuevas tecnologías, como fue el caso con el automóvil, ni tampoco al desplazamiento del centro del sistema hacia otras regiones del mundo, sino al agotamiento de un sistema que hace de la explotación del planeta y de los seres vivos que en el viven su forma de funcionamiento.
Nunca fue fácil vivir, pero menos en el momento actual, cuando los poderes políticos y económicos han decidido tratar a los ciudadanos como si fuéramos basura, basura que reciclan en basura. Nos han atado a los medios de comunicación para adoctrinarnos y, a base de miedo, impotencia, resignación, desaliento y amnesia, aceptemos nuestro destino, el que han decidido; un destino en el que se acabaron las morales culpabilizadoras y las viejas ideas solidarias, donde desaparecen las contradicciones entre opresor y oprimido. El capitalismo, nos dicen, triunfa en todas partes porque responde a la naturaleza profunda del hombre y la injusticia es una fatalidad que estamos obligados a aceptar, nos explican los apóstoles del liberalismo económico y la globalización.
Pero nuestro mundo, tal como lo conocemos, esta finiquitado. Por eso ahora más que nunca la ideología dominante adquiere la apariencia de un simple reflejo, único e irrecusable del orden natural de las cosas. Una ideología que nos convierte en cómplices masoquistas de nuestra propia destrucción.
En esta supuesta democracia avanzada, en la que ya no hay nada que discutir, en la cotidianidad de pesadilla en la que vivimos, hemos entregado la gestión de lo público a bucaneros que han cambiado el parche en el ojo y el garfio en la mano por corbata, iphone, PDA u ordenador portátil, personajes que no creen en lo público, gentes que quieren ganar la mayor cantidad de dinero posible, en el menor tiempo posible y con el menor esfuerzo posible. Por eso, ellos, pretenden que todos y todas aceptemos este horror cotidiano como si fuese algo natural, algo imposible de cambiar. Pretenden democratizar la resignación, una resignación que inmoviliza, que conforma, que derrota, que rinde.
Cualquier intento de organización autónoma es tratado de reventar y ningunear por los reformistas
En tiempos en que se ejerce conscientemente la arbitrariedad es preciso hacer algo, y un algo es tratar de desorganizar esa confusión con la reflexión crítica, arrojar piedras, bueno ideas, al estanque aparentemente tranquilo de los defensores del sistema. No se trata de no conformarse con lo evidente, sino de atravesar el estanco estanque de las ideas y llegar al fondo.
Pero a los voceros del sistema, expendedores de teorías chatarra, no les interesa debatir en serio. Lo pudimos comprobar el otro día en el debate posterior a la conferencia que, en Cacabelos, impartió Carlos Taibo, en el contexto de la presentación de su libro, La Iberia vaciada, sobre decrecimiento y colapso sistémico, donde un conocido “representante” del ambientalismo reformista hizo la pregunta chatarra: “¿Y si el colapso no llega?”. Podría haber argumentado en contra de las tesis defendidas por el profesor Taibo, intentar convencer en que sustenta sus planteamientos reformistas institucionalistas, no lo hizo porque hubiera quedado en evidencia que, en el fondo, las tesis de los reformistas institucionales, no tratan de cambiar nada, solo de hacer méritos para lograr un lugar en el poder político institucional. En definitiva, estas gentes solo buscan conseguir la supervivencia individual y para ello no dudan en ejercer de policías de lo políticamente correcto, ya sea el pensamiento o la acción.
Los que defendemos una ruptura de los movimientos sociales con el poder político institucional, podemos estar equivocados, pero lo que no se puede pretender es que los que han perpetrado la destrucción del tejido social sean aliados. Es un supositorio que no se puede aceptar, por mucho que el reformismo, de cualquier signo, pretenda hacernos creer que es desde arriba, desde las instituciones desde donde se puede rehacer el tejido social.
Los reformistas ya sean los políticos de la colonialista izquierda institucional -socialdemócratas, socialistas cuarteleros o podemitas- o los ecologistas –Green New Deal o Flower Power-, en lugar de alentar un debate serio y profundo, intentan acallar a los que se niegan a prostituir sus ideas, y pretende que se unan a sus mentiras o que pintemos de verde, como hacen ellos, la destrucción que en nombre de un falso desarrollo sostenible se lleva a cabo desde el poder político.
Es una discusión añeja, pero los reformistas solo buscan acceder al poder y los privilegios que se reparten a través de las instituciones, y lo justifican, en estos momentos de grave crisis, ejerciendo el pragmatismo, impuesto como inmunodeficiencia ideológica, propiciando con ello la indefensión y el desconcierto de los ciudadanos al presentarle la realidad a través del espejo cóncavo de lo que ellos llaman realismo.
Desde mi particular manera de ver las cosas, creo sinceramente que una reflexión crítica profunda debería tratar de apartar la mira del hipnótico carrusel de la clase política y ver otras realidades. Por eso es necesario reconocer, apoyar y aplaudir el heroico esfuerzo que, los pequeños colectivos horizontales y asamblearios, mantienen por organizarse al margen y de espaldas a las instituciones y partidos políticos, alejándose del asistencialismo electoral disfrazado de gestoría. Solo manteniéndose independientes, alejados de la lógica del poder, se pueden organizar las rabias y dolores, la resistencia. Porque en el fondo, los de arriba y sus mamporreros saben que, como el demonio de los evangelios, mi nombre es legión. Por eso, cualquier intento de organización autónoma es tratado de reventar y ningunear por los reformistas, ven en peligros su papel de mediadores y conseguidores ante las instituciones.
Escuchemos a Bertold Brecht cuando nos dice: “Cuando la hipocresía comienza a ser de muy mala calidad, es hora de comenzar a decir la verdad”.