[LA OVEJA NEGRA] Cuando las teorías colapsistas devienen en realidad
GERMÁN VALCÁRCEL | En esta España sumisa y aborregada en la que sobrevivimos, la desconexión con el mundo real, de políticos, elites económicas y sus voceros, es tan extrema que no se podrán tomar soluciones correctas, ante la ignorancia e incomprensión de los verdaderos problemas ecológicos y medioambientales en los que estamos inmersos y la falta de recursos básicos, para el funcionamiento de la sociedad industrial fosilista, a la que estamos abocados.
La incapacidad, y prepotencia, de los representantes políticos (lo único que les preocupa y ocupa es seguir manteniendo su poder, sus sueldos, comisiones y prebendas) para afrontar los problemas reales, se convierten en una fuente de riesgos, ante las consecuencias de las políticas que aplican; políticas de corte neoliberal y reaccionario que implementadas, también, por reformistas y socialdemócratas, van a sumir a grandes masas de la población en la más absoluta miseria. Su ineficacia lleva adosada, además, pérdida de confianza que abre la puerta a los totalitarismos, disfrazados de populismo.
Ese avance de los totalitarismos podemos constatarlo cuando nos damos una vuelta por las redes sociales, pues vemos que la mayoría de la gente carece de capacidad de reflexión, critica, argumentación, o análisis. Ese recorrido refleja, mal que nos pese, la realidad social, cultural y política de nuestro entorno. Cualquier “tuitero” todólogo, con el ego más gordo que un cerdo en vísperas de matanza, es capaz de despachar cuestiones como la economía, la crisis medioambiental y climática, o la política con afirmaciones burdas, sin desarrollar, ni contrastar o bien mediante groseras hipótesis que no vienen al caso. Esos comentarios de bar que diría el semiólogo Umberto Eco (pero de bar de borrachos medio inconscientes), la mayoría de las veces transmiten ideas reaccionarias e insolidarias, tomadas de unos medios de comunicación convencionales dedicados a alienar y embrutecer a la llamada “sociedad de la información” (ya dijo el gran periodista polaco Ryszard Kapuscinski que “cuando se descubrió que la información era negocio, la verdad dejó de ser importante”) nos permiten apreciar que se está gestando, entre una gran parte de la ciudadanía un nuevo fascismo. Podemos incluir a esos, cada vez más, amplios sectores que se autoproclaman de izquierdas, sobre todo en las franjas clasemedianas de ese espectro ideológico, asustadas ante la posibilidad de perder su insostenible modo de vida. Un fascismo alimentado y aderezado con el individualismo más bochornoso, lo cual lo vuelve todavía más peligroso que el fascismo clásico. Bajo el capitalismo terminal, la idea de libertad deviene en dictadura privada, con el beneplácito de unas democracias liberales carentes de potencia de recuperación, pues entregó sus estándares al mercado para convertirlos en discursos hueros.
La industria cultural empapada de inconsciente colectivo, lleva anunciando una ruptura del “consenso” liberal desde el atentado a las Torres Gemelas, pero los últimos cinco o seis años ha profundizado en su mensaje. Series como “El cuento de la criada” o “Black Mirror” provocan, desde la ficción, escalofríos. Una vez más, la ficción de anticipación social pasa a convertirse en obsoleta ante la pujanza de la realidad.
Mediante medios tecnológicos, las elites del capitalismo, ayudados por los políticos de las democracias liberales, están logrando la realización de la utopía nazi-estalinista sin necesidad de campos de concentración, ni gulag. La gestión de la pandemia del Covid-19 es solo un ejemplo. Nuestros representantes políticos hablan, todos, la neo lengua de la innovación tecnológica. Den un repaso a las declaraciones, o a las redes sociales de cualquier político, por ej., sin ir más lejos, las del alcalde ponferradino: “Impulsar el papel de las nuevas tecnologías” “mejorar la oferta cultural y lúdica” “imponer una movilidad sostenible” “renovarse” “subirse al tren de la modernidad”.
Si queremos frenar la deriva totalitaria, genocida y ecocida tenemos que ser regenerativos e imaginativos
Vivimos una crisis sin precedentes en la historia de la humanidad. La falta de materias primas y componentes básicos se extiende a todos los sectores, el cortocircuito del mercado global va a ir a más. Mañana mismo Marruecos cerrara el grifo del gas argelino que se dirige a España y el diésel alcanza máximos históricos, anunciando escasez de todo tipo de suministros e inflación. No es que con anterioridad no haya habido crisis medioambientales o de recursos en algunas áreas geográficas, la novedad viene dada por el hecho de ser la primera vez que es una crisis planetaria que afecta de manera cada vez más evidente a todos los habitantes del planeta y a todas las geografías. Si a ello le unimos la brutal desigualdad en la que vivimos, donde el 20% de habitantes consumimos el 80% de los recursos planetarios el panorama que se nos presenta es algo más que preocupante.
Todo el sistema ha empezado a colapsar. Es la consecuencia inmediata a 30 años de desarrollismo extremo y salvaje que se ha llevado por delante la agricultura tradicional y empujado a la industrialización cualquier actividad, la vida misma ya se rige por pautas industriales. El crecimiento de la pobreza en los países occidentales es el impacto social más previsible. Pero la desigualdad, por más importante que sea, nunca dice todo sobre la injusticia social. A esta contribuyen igualmente otras formas de discriminación social. La desigualdad y la discriminación se retroalimentan. En general la agudización de la desigualdad va a la par con el aumento de la discriminación.
Todo lo que está pasando en Occidente, los últimos meses, ocurrió antes en los países del sur global, pero mientras ocurría en “el resto el mundo” fue visto como un mal necesario para corregir errores locales y seguir justificando que nuestro bienestar se construya sobre el sufrimiento y empobrecimiento de los otros.
Pero en el final del capitalismo fosilista ya no sirve la tramposa estrategia del greenwashing, ni la gestión sostenible de la debacle industrial que la caída energética va a ocasionar. No podemos seguir hablando de sostenibilidad, porque es ser sostenibles lo que nos tiene en la situación actual. Si queremos frenar la deriva totalitaria, genocida y ecocida tenemos que ser regenerativos e imaginativos. El primer paso es desnaturalizar la idea de que sin el capitalismo no podemos vivir. Desmercantilizar nuestro modo de vida es imperativo indispensable. Y empezar a organizarnos fuera del Estado necesario. Para preservar la vida se necesitan respuestas inmediatas.
Va a ser difícil y complejo, ya que muchos sectores de la población siguen aferrándose al pensamiento mágico tecnolatra, pensando que el desarrollo tecnológico nos salvara y que podemos seguir impunemente por la senda del crecimiento que permita continuar subidos a la rueda del consumo. Pero los avances tecnológicos no son neutrales, la innovación técnica es un instrumento y un arma al servicio de un sistema basado en la explotación del planeta y de todos los seres vivos que lo habitan. Ya nos avisaba -y no conocía los Smartphone- el escritor inglés del siglo XIX, Samuel Butler, en su novela satírica, Erewhon: “en esto consiste la astucia de las maquinas, sirven para poder dominar. (…) ¿No queda de manifiesto que las maquinas están ganado terreno cuando consideramos el creciente número de los que están sujetos a ellas como esclavos y de los que se dedican con toda el alma al progreso del reino mecánico?”
PD. El cartel, y otros similares, que ilustra esta columna circulan por Austria, editado por instancias gubernamentales. Que hacer en caso de apagón y recomendaciones varias hacia la población, ante posibles cortes generalizados de electricidad.