Tomás González Carrera: una vida dedicada a la enfermería
VALENTÍN CARRERA | Si eres músico y te invitan a una fiesta, y no desafinas mucho, te piden que toques la guitarra o cantes una jota; si eres fontanero, igual te toca arreglar un grifo. A los de mi oficio suelen pedirnos unas palabras, medio folio, un discurso; un conjuro de la queimada en verso; y uno resuelve con más o menos gusto, según el compromiso.
Pero cuando es tu hermano mayor el que se jubila, y te ordena, “Tienes que escribir algo”, y no le puedes fallar, el nudo sube y baja del coro al caño, y dejas pasar los días, sabiendo que, en asuntos de familia, cualquier cosa que digas, vas a meter la pata.
En casa, cuando anuncio que he escrito un libro, se encogen de hombros y preguntan, “¿Otro?”; y siguen viendo Cine de Barrio. Si es mi hermana la que ofrece un concierto de piano, la pregunta es, “¿Dura mucho?”. Somos fans unos de otros; pero claro, Tomás, Tomis, Tomasín, se lleva la palma porque es imposible no rendirse a su terca voluntad de conseguir lo que se propone.
Y da igual lo que se proponga: abrazar a La Ayuso o ir a las Olimpiadas en Río de Janeiro solo para vitorear a Lydia Valentín —“¡El Bierzo está contigo, Lydia!”—, eso sí, justo en el momento de máxima concentración, antes del levantamiento récord.
En lo de viajero, unos llevan la fama, como yo, y otros cardan la lana, como Tomás: en Punta Cana le reservan de un año para otro habitación con vistas al mar y mesa cerca del bufet, no conviene cansarse. Pero sumen a su lista Inglaterra, París, Rusia, Túnez, México, Miami, Port Aventura o esos misteriosos cruceros a los que vas soltero y vuelves arrimado. Un crack.
También practica el turismo político: no hay ningún militante del PP, ni más feliz ni más comprometido, que haya acudido de interventor a Euzkadi, Andalucía, Catalunya o Lugo. Recuerdo unas autonómicas gallegas, en Santiago: don Manuel Fraga salía apresurado de la sede del PP para ir en coche al hotel donde celebraban el triunfo electoral. Tomás estaba allí, exultante, entre la puerta abierta del coche y don Manuel, quien, confundiéndolo con un escolta, le ordenó: “¡Entre!”. Y Tomás entró en el coche oficial del Presidente de la Xunta y allá se fueron los dos a celebrar la victoria.
Un ser humano intrínsecamente bueno, buena persona; querido y apreciado por todos en su trabajo y en su ciudad, esta Ponferrada en la que no hay bar, empresa, taller, familia, boda, bautizo o entierro en el que no tenga un conocido, un amigo o un paciente al que haya pinchado el culo. Que eso, comprenderán, da mucha confianza: en tales trances, con el pantalón a media asta, don José Martínez Núñez le confesaba de vez en cuando algún secretillo.
Este es Tomás González Carrera, que hoy se jubila después de 45 años dedicado a la enfermería; toda una vida entregada al cuidado de los demás. Miles de inyecciones, electrocardiogramas, radiografías, análisis, urgencias, guardias; miles de pacientes a los que ha atendido con abnegación y respeto.
Tomás fue quien más cuidó hasta el último día a nuestro padre —Tomás González Cubero, cuyo nombre lleva— y quien más acompaña a nuestra madre; y esa dedicación impagable nos permite a los demás vivir a 300 km de casa, con la tranquilidad de que Tomis está siempre a su lado. Porque, y esa es su inmensa virtud, Tomis está siempre que se le necesita. Lo echarán de menos en el Hospital del Bierzo, pero se ha ganado a pulso su descanso, su júbilo, su tiempo libre, su edad dorada, la felicidad que le deseamos todos los que queremos quererle como él nos quiere.