[LA OVEJA NEGRA] Contra la peste reformista, más utopías
GERMÁN VALCÁRCEL | Cuando me entero de la presencia, en programas basura de TV como el de Ana Rosa Quintana, del científico del CSIC, Antonio Turiel, una de las personas que, en nuestro país, mejor puede y sabe explicar la crisis energética global que padecemos -algo sobre lo que lleva avisando casi dos décadas- empiezo a sospechar que las tesis “decrecentistas-colapsistas” comienzan a salir de las catacumbas.
Pero no nos engañemos, a pesar de los juegos mediáticos, hablar de colapso sistémico, de decrecimiento, de cambio climático, de «sociedad energicida» sigue convirtiendo en sospechoso de apocalíptico o ludita a todo el que lo haga. Como siempre, en las democracias liberales, el peligro último no es, exclusivamente, de la derecha y su totalitarismo neoliberal genocida y ecocida, camuflado bajo la falsa bandera de la defensa de la libertad individual y del progreso económico. Las derechas no engañan ni defraudan, ni pretenden atemperar su sociopatía y clasismo con supuestas políticas de igualdad, defensa de los derechos humanos o del medioambiente, al contrario, llevan adelante sus tesis más extremas sin ningún pudor, sin ninguna hipócrita mala conciencia. Por eso resulta fácil confrontar con ellas.
El caballo de Troya son esos trucados gladiadores, las izquierdas institucionales -las que albergan un gulag en sus corazones: la socialdemócrata y la que se autoproclama de raíz marxista, aunque, en el fondo, no es más que un disfraz para esconder su brutal estalinismo- y sus aliados, el progresismo eurocéntrico y el ecologismo reformista, quienes, con sus supuestas soluciones tecnológicas, industriales y jurídicas, se prestan a hacer el trabajo sucio de adormecer la disidencia y anular cualquier propuesta transformadora y emancipadora. Más de un siglo llevan haciéndolo. Lo expresó perfectamente Margaret Thatcher, cuando le preguntaron cuál había sido su mayor triunfo político y contesto: “el programa electoral del laborista Tony Blair”, con el que gano las elecciones en el Reino Unido, con el voto de la “izquierda social” de allí. Aquí, años después, votaron a Zapatero; ahora lo hacen a Pedro Sánchez, a los podemitas unidos y a los errejonistas, o a esa nueva versión de lideresas, con muchas ganas de ejercer el poder patriarcal, no de combatirlo.
Desde nuestro, todavía, cómodo refugio occidental, resultan ilustrativas las respuestas de los dirigentes y votantes de las llamadas fuerzas “progresistas”, cuando se les pregunta si son conscientes de quien “paga” el maravilloso Estado de Bienestar que defienden -solo para los trabajadores de esta parte del mundo, lo del internacionalismo es una antigualla de otro siglo- y de donde salen las necesarias materias primas para llevar adelante ese desarrollo tecnológico-industrial del que tan orgullosos se muestran.
Por supuesto que no se ven como colonialistas, ni se consideran extractivistas, por eso no están dispuestos a renunciar a nuestro opulento modo de vida. Es lo que tiene ser un acrítico y arrogante hijo de la Ilustración y la Modernidad, las herramientas intelectuales que han servido para justificar el supremacismo eurocéntrico, el colonialismo y la violencia a la hora implantar la civilización capitalista y su metabolismo social, a lo largo y ancho del planeta. El llamado socialismo real no fue, no es, más que capitalismo de estado.
Si a la izquierda institucional, y a la progresía que lleva adherida, le quedara algo de ética y dignidad deberían reflexionar sobre el poder y los abusos que implica su ejercicio. La falta de autocrítica, la incapacidad para distinguir lo estratégico de lo táctico y la perdida de horizonte a largo plazo de las izquierdas institucionales y de sus satelizados movimientos sociales, los hacen cómplices del crecimiento de la derecha más extrema en el mundo occidental y occidentalizado. Su hipocresía, a la hora de actuar, su complicidad institucional, en forma de reparto de prebendas, les convierte en parte del problema.
Si queremos sobrevivir no cabe otro camino que organizar nuestro mundo, nuestra autonomia alimentaria, en nuestros territorios
Al abordar la tormenta sistémica y el colapso civilizatorio, al que en un futuro cercano está abocada la humanidad, causa perplejidad que esa izquierda siga recurriendo a los mismos métodos de siempre como si nada hubiera cambiado, se sigue con tácticas y estrategias que, tal vez, fueron útiles en otros contextos históricos. En el momento actual son anacrónicas, desubicadas y absurdas.
En lugares como el Bierzo, en la llamada España Vaciada, debería ser el trabajo de recuperación y regeneración del territorio, de los ecosistemas, el eje sobre el cual construir las políticas de resistencia. Y los colectivos vecinales y plataformas horizontales autoorganizadas, al margen del sistema político, los nuevos ejes sobre los que empezar a articular políticamente esa resistencia. La lucha por la vida no puede ir encaminada a la defensa de “espacios con algún tipo de protección jurídica”, como he leído y oído a algún que otro vocero y vocera “ecologeta”, ni pasa por colaborar con un régimen podrido hasta el tuétano, del que políticos y jueces son los capataces y encargados de que siga funcionando. El camino que tomen esos colectivos ciudadanos, su capacidad para no dejarse engatusar por los cantos de sirena del representantismo, la inteligencia política y visión de futuro que tengan para alejarse del legado de devastación ética, cultural y estratégica del reformismo político y de los ecologismos estatalistas, será fundamental a la hora de articular soluciones y de dar la batalla político-cultural al ecofascismo que se esconde tras el representantismo institucional.
Si en aras del posibilismo caen en las trampas reformistas, solo acabaran siendo los nuevos cómplices necesarios para que el capitalismo termine de colonizar, mercantilizar y devastar la poca naturaleza que queda, como antes colonizo y mercantilizo a toda la sociedad y a la política institucional, y devasto al medioambiente y a los países del Sur Global. En nuestro metabolismo socioeconómico, la naturaleza ha pasado a formar plenamente parte de la economía. Se ha “civilizado” y mercantilizado -poner en valor- todo: la tierra, el mar, el aire y el agua, los seres vivos son meros objetos de mercado.
Si queremos sobrevivir, no cabe otro camino que organizar nuestro mundo, nuestra autonomía alimentaria, en nuestros espacios, en nuestros territorios, con instituciones de autoayuda y autodefensa. Sin depender de las instituciones estatales que poco a poco, más temprano que tarde, van a ir colapsando, una tras otra.
Ya nos avisaba nuestro paisano Durriti, del que hoy se celebra el 85 aniversario de su muerte: “Sabemos que vamos a heredar nada que más ruinas, porque la burguesía tratara de arruinar el mundo en la última fase de su historia. Pero a nosotros no nos dan miedo las ruinas, porque llevamos un mundo nuevo en nuestros corazones. Ese mundo está creciendo en este instante”