[LA OVEJA NEGRA] Manipulamos porque Podemos
GERMÁN VALCÁRCEL | En un escenario donde, para casi todo el mundo, el declive de la sociedad termo industrial es ya indiscutible, causa desazón observar el cada vez más peligroso papel que juegan las izquierdas institucionales y ciertos “ecologismos”, con sus discursos de seminario y sus simplonas, absurdas, groseras, desinformadoras y manipuladoras soluciones, cuando se dirigen a la sociedad para hablar de temas tan delicados como el “conflicto ambiental” actual.
Resulta descorazonador, para alguien socialmente descatalogado como servidor, tener que recordar que las formaciones políticas de la izquierda, ya sean partidos o colectivos sociales, nacieron para cambiar las relaciones humanas según ideas de progreso y a partir de un determinado nivel de evolución, no para ser unos burócratas políticos al servicio de poderes financieros.
Si lo que se autodefine como izquierda no entra en una nueva radicalidad, servida por estrategias posibles, pero intencionalizadas y acompañada de un nuevo lenguaje y, sobre todo, de nuevas formas de hacer política que no arrastren los restos de su patético y cotidiano ensimismamiento burocrático, estarán cavando su propia tumba, —algo que, creo, carece de relevancia para la mayoría de nosotros-, pero también la nuestra, al permitir que la derecha neoliberal usurpe parte del mensaje decrecentista y convierta su economicismo determinista, ciego ante los costes sociales y ecológicos, en los mandamientos de un nuevo proyecto histórico totalitario-ecofascista, donde preparacionistas y demás basura neonazi, disfrazada de libertarianos, convertirán el planeta en un escenario digno de películas distópicas tipo Mad Max,
Posiblemente por eso, las propuestas decrecentistas empiezan a ser escuchadas -la mayoría de las veces, ciertamente, manipuladas- en algunos sectores de la sociedad, como formula para llevar a cabo una salida ordenada para la perdida de energía neta y escasez de recursos que ya estamos sufriendo. Por eso resulta execrable que la izquierda institucional y el ecologismo reformista intenten desnaturalizar las propuestas decrecentistas en aras de un electoralismo que, cada vez más aceleradamente, nos lleva a un callejón sin salida, dejando con ello claro cuál que su papel en el metabolismo social actual: buscar nuevas formas de manejar el cortijo que permitan, a las elites y sus “clases sirvientes”, los clasemedianos, un supuesto modelo “verde” de explotación de recursos, personas y medioambiente más rentable, ante la creciente escasez de recursos, y que esconda los inconvenientes. En definitiva, trasladar el colonialismo que llevan practicando desde sus orígenes, tanto la socialdemocracia y el progresismo occidental y occidentalizado como los conservacionistas, al interior de sus geografías y poder seguir manteniendo en pie el sistema actual, basado en el lujo privado -cada vez para menos- y la miseria pública para la inmensa mayoría.
El reformismo tiene pánico a los conflictos y conserva intacto su amor a las nuevas tecnologías y la adhesión al Estado “democrático”. En las democracias liberales ocultan su totalitarismo clasemediano, tras un pretendido sujeto que emerge de las ruinas del proletariado: la “ciudadanía”. Este es el disfraz con que se sirven para presentar la cuestión social no como respuesta a las prácticas de una clase dominante propietaria del mundo, sino como un problema de impuestos y de derechos civiles, efectivamente bloqueados o recortados por leyes de excepción necesarias para el funcionamiento de la economía, que es de manera progresiva una economía de guerra. La acción reformista no busca suprimir las diferencias de clase, solo atenuarla.
Caminamos hacia un escenario de derrumbe sistémico, puerta de entrada a una época a una época dura
Las reuniones mantenidas últimamente en la provincia de León, por la izquierda “progre” con colectivos ambientalistas van en esa dirección. Que Podemos quiera cobrarse viejas deudas es perfectamente entendible, sobre todo cuando no ha sido capaz de engatusar a ninguna de las plataformas vecinales que luchan por defender el territorio del ecocida nuevo industrialismo verde, y haya tenido que recurrir a los representantes de la “industria conservacionista” para hacer la consabida nota de prensa. No creo que, esta forma de actuar, sorprenda a nadie que conozca mínimamente la pútrida cloaca que son los partidos políticos. Pero si ayuda a desnudar a sus cómplices. Es el patético papel de los reformismos: desactivar y desnaturalizar cualquier propuesta que cuestione el metabolismo socioeconómico en el que vivimos, y para ello siempre van a encontrar quien ejerza el papel de trampantojo político: lo que no hacen parece realidad y lo que hacen no debería serlo. En esto de manipular y destruir los movimientos sociales, el sector socialpancista del reformismo, el PSOE, todavía les da mil vueltas a los podemitas, no en vano llevan haciéndolo cerca de cincuenta años. Ellos si lograron enredar a algunas de las plataformas sociales que luchan por la defensa del territorio de la provincia. Evidentemente, no es lo mismo vender una “fótico” con la secretaria de organización “podemita” que con una supuesta Comisión del Senado, aunque no era más que un grupo de senadores del PSOE.
Sería bueno tomárselo a guasa si no fuera trágico, pero, a estas alturas, la propuesta de los transformistas -les define mejor que reformistas- de buscar un nuevo modelo productivo, alejando de las zonas habitadas los inconvenientes ocasionados por la industria cementera y los parques eólicos, confundir plantación de árboles -lo llaman reforestar- con regeneración de ecosistemas, hablar de denominaciones de origen, agroindustria, como forma de instaurar un supuesto nuevo modelo productivo, deja al descubierto su profunda ignorancia y, fundamentalmente, desnuda los intereses reales que se esconden tras sus falacias. Será difícil que los ojos de las buenas gentes resistan mucho tiempo las trampas que plantean, con el escenario que se vislumbra.
La izquierda y el ecologismo reformista jamás emplean la palabra decrecimiento. Hablar de crecimiento y decrecimiento es lo mismo que hablar de capitalismo y anticapitalismo, pues el capitalismo es la única formación económica que no se basa únicamente en la obtención de beneficios, sino en la obtención creciente de los mismos. Los frutos de la explotación capitalista no se emplean principalmente en dispendios, sino que se convierten en capital y se reinvierten. De este modo el capital crece, se acumula sin cesar. El crecimiento es la condición necesaria del capitalismo; sin crecimiento el sistema se desmoronaría, algo que sus hijos bastardos, los transformistas de izquierda, en el fondo, no quieren.
La sinrazón gobierna el metabolismo socioeconómico capitalista, un metabolismo donde las personas se relacionan a través de cosas que les imponen sus reglas desde fuera: mercancías, dinero, tecnología. En la sociedad actual la economía no sirve para producir beneficios a la mayoría, ni para satisfacer necesidades reales colectivas, es una economía cuya metástasis agota los recursos naturales, aumenta las desigualdades sociales y destruye el planeta, en aras de lograr plusvalor.
Caminamos hacia un escenario de derrumbe sistémico, puerta de entrada a una época a una época dura, de difícil adaptación, que comportará retrocesos hacia crisis exacerbadas y situaciones insoportables, por eso debemos estar alerta, ya que como dice Soren Kierkegaard en Diario de un seductor: “Con frecuencia, nos dejamos dominar por una impresión, hasta que nos liberamos al reflexionar, y esta meditación rápida y mudable en su agilidad, penetra en el íntimo misterio de lo desconocido.”