[UNA HABITACIÓN AJENA] El espíritu Mengele
Vivir día a día, semana a semana, devanando un presente fortuito, un instinto irresistible igual que los pulmones, inhalar siempre una última bocanada mientras quede aire disponible.
(George Orwell. 1984)
Hay verdades, medias verdades, mentiras y estadísticas.
(Winston Churchill)
No hay nada más real que un personaje.
(Luigi Pirandello. Seis personajes en busca de autor)
NELLY BOXALL | En los momentos de mayor desasosiego espiritual y tribulación mental suelo acudir ante el oráculo de mis referentes de ficción y durante los últimos meses vengo rezándole a ese prodigio de la salud mental que creó Delibes, dejándome aconsejar por el señor Cayo, en tus manos encomiendo mi espíritu. Me sorprendo en la ducha preguntándome qué pensaría el señor Cayo sobre la pandemia, si tendría miedo o le importaría un bledo, si permitiría que le vacunasen o si por el contrario saldría empuñando la escopeta de caza cuando llamasen a su puerta. Pues ni tanto, ni tan calvo; no es que este señor fuera un ser extraordinario ni mucho menos, simplemente el señor Cayo ni leía la prensa, ni escuchaba la radio ni veía la televisión. Conservaba todos los conocimientos para vivir y sobrevivir, conocía el ritmo de las estaciones para abastecerse de lo que cada una le proporcionaba, era capaz de predecir el tiempo a través de la observación, sabía cómo curarse y qué remedios le venían bien para sus malestares. Así que intento blindarme a nivel desinformativo, tanto en mi hogar, como en la selva social y económica en la que nos vemos obligadas a movernos, aplicando el método Cayo al día a día, esa mirada sobre las cosas donde lo verde es verde, se sabe distinguir un águila de un milano y una persona enferma de una sana, donde vemos cómo el día sucede a la noche, el botillo se come en invierno -estación durante la cual hace frío, nieva, hiela…- y un montón de cosas se hacen en cuarto creciente. Arqueología frente a relato. Hechos frente a palabras.
Han pasado casi dos años desde que se inauguró la temporada -que ya va para Era- de pandemia y va ganando el relato del miedo frente a la arqueología sobre los hechos y los restos del día a día, el relato de la invasión vírica frente al hecho de la pérdida de autonomía, libertades, discernimiento y salud. Ahora van a por nuestros hijos, después de haber dejado morir a nuestros padres en las residencias y la sinrazón se me antoja insoportable. Me viene a la cabeza el caso de la talidomida, un sedante que se aprobó también para tratar las nauseas y vómitos en embarazadas y que durante los seis años de prescripción en nuestro país se estima que ocasionó unos tres mil nacimientos con malformaciones: “durante esos años, se detectó un aumento progresivo de casos de malformaciones congénitas, con una mortalidad del 40% durante el primer año de vida, que no se limitaban exclusivamente a la afectación de las extremidades, sino que se asociaban también a alteraciones cardíacas, renales, digestivas, oftálmicas y auditivas”. Únicamente cuatro españoles han sido indemnizados por el gobierno alemán y la farmacéutica Grünenthal.
No existe ninguna evidencia científica que avale la vacunación masiva para la covid en la población infantil: no enferman, no tienen complicaciones graves y no mueren por esta causa. Pero la excusa es que se han convertido en vectores a través de los cuales un virus muy malo y muy inteligente y muy de todo va a por los abuelos que han sobrevivido a la falta de atención y cuidados en las residencias durante las primeras olas. Con un par. ¿Qué os han prometido a los políticos para facilitar esta escabechina, puesto que hace apenas un mes manifestabais serias dudas? ¿Qué impide al ministerio de Sanidad adoptar el principio de precaución como han hecho en Reino Unido, Finlandia o Noruega? ¿Cuánto os han pagado a los pediatras, en este caso, como para olvidar los conocimientos básicos de biología, medicina y ética? ¿Merece la pena mantenerse en la profesión de periodista a cambio de vender tu alma por una nómina, qué fue del periodismo de investigación? ¿Después de tres dosis ineficaces y de que lo único que han conseguido haya sido incrementar las cifras de contagios, ingresos, ictus, infartos y muertes aún no hemos sido capaces de despertar? ¿Tantas ganas tenemos de viajar y pasárnoslo bien como para entregarnos sin reservas ni cuestionamientos? A los creyentes en la autoridad sanitaria, decirles que los puestos de esas instituciones se reparten en función de las tragaderas, la cintura y la tontez de los candidatos, siendo inversamente proporcionales a los escrúpulos que les queden; a madres y padres de menores desearles lucidez, discernimiento y fuerza para no permitir que experimenten con sus hijos e hijas; y para los nostálgicos sólo tengo una mala noticia: no volveremos a la idealizada normalidad. Nunca. Así que id espabilando y dejad de mermar vuestro sistema inmunológico, si es que la tele, la prensa oficial o las vacunas aún no os han achicharrado el cerebro.