[LA OVEJA NEGRA] Ceguera, soberbia y necedad
GERMÁN VALCÁRCEL | Dos años de Covid me han enseñado que lo más subversivo es no tener bando y es a eso a lo que algunos y algunas hemos apostado. La pandemia ha ido creciendo y metamorfoseándose, vaciando los ojos, paralizando corazones y convirtiendo la convivencia cotidiana en un escenario de guerra. De una guerra destinada a sembrar miedo, a abrir heridas, a buscar enemigos, a criminalizar la disidencia.
La gestión política del Covid ha puesto de manifiesto que esta sociedad polarizada, gregaria, seguidista y desconectada de la realidad no puede cambiar el estado de las cosas. En vez de exigir pastos libres, quieren rediles con vallas altísimas y muchos perros. La razón ha sido expulsada de nuestro entorno. No se trata de creer lo que se dice sino más bien de aceptar lo que dice la voz que habla, sea cual sea el sin sentido que se enuncie. Repugnante sociedad que no quiere entrar en el fondo de la cuestión. Claro, de hacerlo peligra su supuesto bienestar. Somos unos cínicos acomodados, a los que aterra su próxima y previsible pauperización. Por eso la barbarie irá en aumento y campará por sus respetos
Vivimos en una sociedad donde es imposible debatir un solo tema serio en público y en serio. Y sin una esfera pública mínimamente decente, ¿de qué sirve la libertad de expresión? Tal vez, para que cualquier imbécil haga ostentación de su ignorancia, y la convierta en argumento, en las redes sociales o en cualquier medio de comunicación, a base de memes y memeces. ¿Qué mierda, excepto el colapso y el desastre, nos trae la democracia liberal y el capitalismo? Somos una sociedad donde las apariencias gobiernan y pocos se detienen a razonar sobre aspectos más profundos, invisibles pero existentes. Ya sostenía Soren Kierkegaard que “hay dos formas de ser engañado: una consiste en creer en lo que no es ciertos y la otra en negarse a creer lo que es cierto”
Por mucho que tecno optimistas, negacionistas del cambio climático -esos que ahora, en invierno, confunden meteorología con climatología- y demás clasemedianos, defensores del capitalismo y la democracia liberal lo nieguen, la crisis energética va hacia arriba, los niveles de polución son galopantes, el cambio climático rampante y la escasez de materias primas para seguir sosteniendo nuestro metabolismo socioeconómico evidente. Uno de los aspectos más perturbadores de nuestra sociedad es el carácter racional de su irracionalidad. Su capacidad de convertir lo superfluo en necesidad y la destrucción en construcción.
Este cóctel nos traerá, no lo duden, totalitarismo, racionamiento y violencia. Aun así, el despótico, supremacista y eurocéntrico clasemediano, seguirá tildando de negativos a todos aquellos que cuestionen los paradigmas que nos conducen al desastre. ¿Negativos? Espero, y francamente deseo, vivan lo suficiente para que entiendan el verdadero significado de la palabra «negativo».
Servidor tiene una ventaja, ya puedo decir que moriré de viejo, con lo cual el escaso futuro que me espera no me produce ninguna inquietud. Únicamente desasosiego y un enorme dolor y pena por la gente que dejo atrás y quiero. Por eso a veces, como me ocurre en días como hoy y como consecuencia del mundo que les dejo, me indigno y encabrono. No obstante, doy gracias por, todavía, tener capacidad de hacerlo. En el plano ético, es la última forma de comprometerme, de militar política y socialmente que me queda.
La política institucional es sin duda un lugar privilegiado para la mentira, el engaño y la manipulación
Confieso que, por salud mental, hace tiempo decidí dejar de escribir sobre los políticos locales. Hice caso a Albert Camus: “Aléjate silenciosamente de la gente que te desgasta”. También lo hago, lo reconozco, porque soy consciente que se sienten importantes si ven que les dedicas tiempo, y servidor ya no está para dorarle el ego a la pandilla de mediocres que supuestamente nos gobiernan. Además, para qué repetir e incidir en lo que toda la sociedad local ya sabe: lo único que buscan, ahora que queda poco que robar y se ha vuelto más difícil hacerlo, es meter mano a los dineros públicos mediante sus sinecuras y poltronas. Ahora lo hacen en forma de sueldos, asignaciones, gratificaciones, y demás emolumentos auto concedidos que, según el inepto, inútil e incompetente presidente del Consejo Comarcal del Bierzo, sirven para dignificar la institución, !manda carallo!
Cada vez más, me revuelven las tripas los políticos y políticas hipócritas que van de educados y diplomáticos, “servidores públicos” con el único objetivo de conservar sus privilegios. Trepas sin escrúpulos dispuestos a matar –o aniquilar socialmente: algunos y algunas son capaces de tildar de acosador a todo aquel que les critica su acción política– a cualquiera con tal de seguir en el poder que es lo que realmente les importa. Parásitos sin personalidad ni carisma, que nada hacen por la comunidad, ni dan la talla. Fieles al lema de Groucho Marx, si no nos gustan sus “principios” siempre son capaces de proclamar otros, si ven que nos van a gustar más.
No les importa poner esta tierra a los pies de los caballos -ellos que presumen de ser tan amantes de ella- con tal de conseguir sus objetivos, no importa demostrar deslealtad hasta los límites de la desvergüenza, todo vale. Nada harán ante el ecocidio que el despliegue de las mal llamadas renovables va a ocasionar en la comarca (tal vez el lobby pro nuclear “pesoista” diga algo, algunos de sus miembros, más bien diría mamporreros bercianos, ya han empezado a posicionarse contra las renovables en las redes sociales). La política institucional es sin duda un lugar privilegiado para la mentira, el engaño y la manipulación.
No nos engañemos, si están donde están, y hacen lo que hacen, es porque se lo permitimos. Lo he sostenido en infinidad de ocasiones, y lo sigo sosteniendo, una sociedad que decide cerrar los ojos a sus problemas es una sociedad enferma. Una sociedad que decide escamotear sus principios, es una sociedad moribunda. La nuestra es un cadáver maloliente. No se nota el mal olor porque somos pocos y la privilegiada geografía en la que vivimos permite que los malos olores se difuminen y disuelvan.
Nací en Madrid y me gusta el Bierzo -es mi geografía emocional y mi trasfondo anímico y sociológico-, sin embargo me irritan las exhibiciones de bercianismo ramplón y mediocre que solo esconden la defensa de un búnker que anula las ideas y mata toda posibilidad de progreso. No soporto los mercantilizados homenajes al botillo, la castaña, el vino y al pimiento, ni los turísticos desfiles de falsos templarios, ni el “a Ponferrada me voy”, ni que un equipo de futbol sea la seña de identidad de toda una comarca que tiene tantísimos otros valores auténticos y reales.
Así, a base de artificios localistas, trampantojos y tuneados es, precisamente, como logran que, esta tierra, pierda su auténtica identidad. Ya decía Paulo Freire que “el ser alienado no busca un mundo auténtico. Esto provoca una nostalgia; añora otro país y lamenta haber nacido en el suyo. Tiene vergüenza de su realidad. Vive en el otro país y trata de imitarlo y se cree culto mientras menos nativo es”.