[PAJARITOS Y PAJARRACOS] Ulibarri, escuela y secuela
XAN DAS VERDADES | La pesadilla de la corrupción doméstica que creíamos superada tras sentar en el banquillo al beneficial owner vuelve a sobresaltarnos con la amenaza de convertirse en un culebrón familiar; la cosa promete, siempre tienen su morbo las sucesiones vicarias por obligación.
Que Ulibarri es un corruptor no es invento de quien no le tiene ninguna simpatía, lo reconoce él mismo que se la tiene toda. Con la culpabilidad asumida y corroborada, ahora toca a los tribunales de justicia dictar la sentencia que convertirá al reo confeso en delincuente convicto.
Es ocioso volver a enumerar los gravísimos delitos de los que se ha auto inculpado, en todo caso bastantes para crear escuela y ser fulminado del ecosistema de la contratación pública. Seguir haciéndolo con artificios no solo habla mal de él sino de quienes a sabiendas lo animan tolerándolo.
Sus problemas le vienen del trapicheo con los chanchulos públicos de los que es adicto incorregible sin aparente ánimo de desengancharse. Todo le fue bien hasta que decidió operar fuera de su zona de confort, lo trincaron y lo empapelaron tres veces por lo mismo, por corrupción.
En Gürtel lo pillaron filosofando con Correa, consiguió echar a Garzón de la carrera judicial y al final acabó cantando para intentar librarse de la trena. Quien le pronosticó que lo vería en el trullo no se equivocó ni un ápice, es de esperar que haya aprendido que la vida es un boomerang.
En Púnica quiso poner a Begar a triunfar en la capital, según dice Marjaliza que no acusaría solo porque pasaban por allí. No destronó a Florentino pero puso al Real Madrid en su cola de acreedores. A ver en qué acaba su irresistible conquista de Madrid con chequera y percebes.
En Enredadera hasta el código penal se conmueve con semejante cantada; resulta que el capo y el patatero se dedicaron al menudeo de meter en el bote con argumentos no rechazables a los alcaldes de la España vaciada. ¡Ay de las decadencias, retratan mejor que un fotomatón!
La corrupción es una forma repugnante de enriquecerse; ese dinero siempre será sucio y las fortunas afanadas con ese método las consideran ilegítimas todos sin excepción, de manera especial los más aduladores que somatizan su envidia cochina en servilismo sonrojante.
Vamos a ver, sin coñas, Ulibarri tiene el mérito de haber obrado un prodigio irrepetible dentro de un país occidental. Sin atisbo de admiración alguna, hay que reconocer lo excepcional que resulta que un individuo del lado oscuro haya tenido secuestrada a una región autónoma por décadas.
Una anomalía democrática que descalifica a una clase política infecta, pervierte las reglas de la convivencia y apuñala al estado de derecho. Y esto no pasa en Burundi ni en Papúa; esto pasa aquí y ahora ante la pasividad y complicidad de una buena parte de sus principales.
En el último cuarto de siglo este ciudadano manifiestamente mejorable ha cortado el bacalao en Castilla y León ante la clamorosa postración de las sucesivas administraciones. Si me preguntan el porqué, sinceramente no sabría explicarlo dentro de los límites del razonamiento lógico.
Nunca jamás tantos esbirros públicos han estado empeñados en hacer inmensamente rico a un fulano con menos éxito. Y nunca a nadie se le ofrecieron más blindajes y tapaderas para evitar que aflorara en su feudo las que posiblemente son las más despreciables corruptelas.
No le estoy cortando un traje que no haya encargado él antes. Se suponía que el banquillo, más allá de la confesión estratégica, lograría reconciliarlo con la humildad y el arrepentimiento pero ahí lo tienen, impasible el ademán, escaldándose de nuevo en la arrogante soberbia.
La prueba está en los últimos días en que, coincidiendo con el comienzo del juicio Gürtel-Boadilla, han vuelto a las mismas recurriendo a la cansina obsesión provinciana de mostrar al mundo mundial que tres presidentes y sus mesnadas comen, una vez más, en sus manos.
Hasta aquí nada que no sea el acostumbrado y obsceno estriptis moral que brindan sus politic-boys año tras año. Lo novedoso es que quien le toma el relevo lo hace firmando un documento que certifica que su padre ya no es nadie; un indicio rotundo de que van a seguir con la misma copla.
No seré yo quien aconseje a la secuela, para mal hacerlo ya lo tiene al lado. Sí reflexiono sobre lo injusto de lanzarla a la pista para mantener un circo con la carpa desgarrada, los leones hambrientos de justicia y los defraudados espectadores exigiendo la devolución de la pasta.
Willy Bárcenas, un buen chaval, se duele de las ingratitudes devenidas de las andanzas paternas, y eso que se gana la vida de músico un oficio que no heredó de su padre; imaginen que trabajara en la administración del PP con su progenitor, de vacaciones pagadas, dándole instrucciones.
Cabría esperar, no ya el impecable tacto de una poderosa familia española que tras décadas de discreción sigue apencando con el reprobable origen de su fortuna pirata, al menos cierto recato para atenuar el estigma que la sobre exposición agudiza.
La actualidad en este asunto sucesorio la han puesto Olegario Ramón y Francisco Igea, que no forman parte de los corifeos de Ulibarri; es más, ansían remarcar a tope las distancias, tal vez por eso ambos ejemplifican mejor que los claudicantes la dimensión paralizante de la ponzoña.
Como diría el inefable Butanito: no manchan pero tampoco limpian. Igea. aterrado por su escenario electoral, no quiere ser revoltoso y trata de justificar lo injustificable con el certificado de marras, mientras Olegario se despacha con un tuit que en nada le descarga del deber que elude.
Uno y otro más que amagar rociándose de pureza tienen la obligación moral de tirar de la manta en sus respectivos ámbitos, dejando que sean los jueces quienes decidan si los presuntos delitos continuados de una banda organizada están o no prescritos.
Esa sí sería una actuación inequívoca de lucha contra la corrupción y una expresión de dignidad pública; también un posicionamiento firme, audaz y coherente que los ciudadanos valorarían en toda su grandeza.