[LA OVEJA NEGRA] Decrecimiento no es ecofascismo
GERMÁN VALCÁRCEL | Hay gente que se siente molesta cuando, desde esta columna, se critica lo que hacen algunos grupos ecologistas. Por supuesto que están en su derecho. Pero sería preferible que, a la hora de argumentar, evitasen lo que se antoja su patética y principal línea de defensa. Sugieren que, con esas críticas, se dan alas a la derecha y a los ecocidas.
Quienes echan mano de ese patético argumento revelan, en el mejor de los casos, un despropósito, el de no haber leído o escuchado lo que realmente dicen esos sectores políticos y sociales. ¿O es que alguien ha oído o visto, en algún momento, a la derecha, incluso a la izquierda institucional, defender el ecologismo de combate, postular el decrecimiento, la autogestión y la ayuda mutua, denunciar la burocratización de los colectivos sociales, o sostener que el ecologismo reformista es una potente arma de contención en la lucha contra la barbarie extractivista que fomentan las instituciones y las grandes corporaciones? Háganmelo saber si es así. Seria toda una experiencia escuchar esas tesis en boca de semejante personal.
Sin embargo, si escuché, el pasado jueves, en un encuentro organizado por uno de los colectivos ambientalistas de la comarca, a uno de los intervinientes, mezclar -no sé si por confusión, ignorancia o a propósito- las tesis decrecentistas con planteamientos eco fascistas, al introducir el consabido malthusianismo: la necesidad de reducir la población mundial, y equiparar decrecimiento con las recesiones cíclicas que las dinámicas capitalistas llevan implícitas. Se dice fácilmente, desde esta parte del planeta, donde vivimos el 20% de la población mundial que consume el 80% de todos los recursos de la tierra. Una vez más el colonialismo eurocéntrico se nos cuela por las rendijas argumentales nacidas de la Ilustración y la Modernidad. Es un virus similar a las tesis patriarcales que todo lo emponzoñan.
Lo mejor del encuentro fue, para mí, la intervención de una mujer, Raquel Palacio Vila, representante y vocera de un pequeño colectivo vecinal de La Cabrera, que, sin subterfugios intelectualoides, nos habló desde el corazón, con palabras sencillas y llenas de autenticidad, poniendo nombre a lo que las mal llamadas renovables dejan a su paso: dolor, expolio y destrucción. Una pequeña luz que, entre tanta basura normativa y artilugio leguleyo envuelto en papeles de colorines, convierte la resistencia en lucha.
Alguien podrá acusarme de que, con lo que allí se decía, debería haber planteado debate. No, hace tiempo llegué a la jodida conclusión de que, enredarse, en eso que llamamos debates, con transformistas carentes de convicciones reales, en temas relacionados con el colonialismo, el extractivismo, cambio climático, escasez de recursos, ciencia, tecnología, utilidad del institucionalismo y de la judicatura, en la lucha contra la destrucción de la vida, solo se consiguen ficciones revisables, desechables, mutables y modificables según cambien las modas y las necesidades que el ecoreformismo eurocéntrico necesita para seguir practicando el gatopardismo con el que continuar engordando y manteniendo el metabolismo socioeconómico y cultural capitalista. Por eso, son imposibles los debates entre quienes cuestionamos, en su totalidad, ese metabolismo y quienes simplemente quieren reformarlo, ya que suelen acabar pareciendo peleas de borrachos que, de vuelta de un burdel, no encuentran el camino para llegar a su casa.
No nos equivoquemos, estas buenas gentes tienen muy claro su objetivo: intentar convencernos de que, con los mismos, y con los mismos instrumentos políticos que han generado el problema, van a ofrecer la solución. Pensar y, lo que es peor, hacer creer que desde las instituciones actuales -incluyo las europeas- vamos a tener leyes, reglamentos o jueces que paren el expolio, la explotación y la barbarie es seguir creyendo en los reyes magos, y entreteniendo y desactivando a la gente para que no moleste demasiado a los amos del planeta y a sus caporales los políticos. Cosmos, Forestalia y la central de calor de Compostilla (por cierto, de la que nada dijo el alcalde) sin ir más lejos, apoyan mi argumentación.
Una parte del ecologismo berciano lleva muchos años contaminado por intereses que nada tienen que ver con la defensa de la vida
Hace mucho que sostengo -y problemas me ha generado hacerlo públicamente- que una parte del ecologismo berciano (a veces una red clientelar más, y encima paupérrima) lleva muchos años contaminado por intereses que nada tienen que ver con la defensa de la vida y de la biodiversidad. Tras las siglas de algunos colectivos se encuentran muchas veces la defensa de los intereses de la agroindustria, del sector turístico, incluso del cultureta, a los que ahora se unen los tecnológicos y los de las nuevas “industrias verdes”, además de los clásicos caza subvenciones de todo tipo y condición, incluso gabinetes de abogados. Lo explicó, en una frase, el asesinado sindicalista y activista ecologista brasileño Chico Mendes: “el ecologismo sin conciencia de clase es jardinería”.
Si me quedaba alguna duda, se encargó de despejarla el alcalde de Ponferrada, con su partidista y sectaria presentación del encuentro. Conviene recordar a don Olegario que es el gobierno del país -dirigido y presidido por su partido- el que está impulsando el despliegue de macro parques “renovables”, quien impone y marca el modelo y las reglas de juego, para eso utiliza el BOE. Tampoco le escuche que él vaya a promover una reforma del PGOU (Plan General de Ordenación Urbana), que impida el despliegue de las torres eólicas y macro huertos solares en Ponferrada. Pero don Olegario, sin embargo, sí se permitió presumir de poner alegaciones en otros municipios. El fariseísmo del señor alcalde empieza a ser casi tan elevado como las nuevas torres eólicas.
Con semejante presentación, llama la atención la cantidad de agradecimientos que recibió el alcalde, y que le nombraran “anfitrión” de un encuentro que, se supone, organizaba un colectivo ambientalista. Seguramente olvidaron que la Biblioteca Municipal es un local público, se entiende de todos, no propiedad del alcalde de turno. Cuándo entenderemos que son ellos los que deberían estar a nuestro servicio, no nosotros al suyo. A veces, conviene recordar lo que nos decía Étienne de La Boétie en, Discurso sobre la servidumbre voluntaria: “Resuelve no servir más y serás inmediatamente libre. No digo que levantes tu mano para derribarlo, sino que no lo apoyes más; luego veras como, igual que un gran Coloso cuyo pedestal ha desaparecido, cae por su propio peso”.
Tampoco deberíamos pasar por alto que alguno de los miembros del equipo de gobierno municipal, a veces, da la impresión de ejercer de comercial de huertos solares en las pedanías del municipio; huertos solares que nada tienen que ver con la llamada autonomía y la autogestión energética. Es simplemente puro y duro BAU (business as usual), en castellano: negocios como siempre. No se engañen, los fondos Next Generation son los nuevos MINER, en este caso prestos a ser inyectados para seguir creciendo.
Si para algo me sirvió asistir al encuentro es para confirmar que en nuestra democrática sociedad, “científicamente” organizada en torno a las relaciones públicas y el marketing, solo se soporta una disidencia que no cuestione el sistema. Este tipo de disidencia, además de darle la justificación “democrática” que necesita para legitimarse, realiza, de paso, una tarea consistente en canalizar el descontento hacia caminos que permitan que se siga perpetuando y sirve para descalificar y desacreditar a los que nominan como radicales.
Viendo y escuchando estas cosas, me vinieron a la memoria unas antiguas palabras de Michel Foucault: ”El adversario estratégico es el fascismo, el fascismo en todos nosotros. En nuestras cabezas y en nuestro comportamiento diario. El fascismo que causa que amemos el poder. El desear la misma cosa que nos explota”.