[LA OVEJA NEGRA] El pensamiento crítico nos convierte en parias sociales
GERMÁN VALCÁRCEL | Hace unos días, una persona dedicada a la enseñanza me manifestó a través de las redes sociales –ese estercolero en el que casi todos chapoteamos y nos enmerdamos- que es muy fácil criticar sin ofrecer alternativas. Como soy un hombre básico, cuando sufro un ataque de ira prepolítica, tiendo a refugiarme en el silencio, para no tener que arrepentirme de lo que diga en semejante estado.
Bien podía haberle respondido que no debería sentirse “molesta”, cuando alguien practica eso que se llama pensamiento crítico, y que ni siquiera hubiera necesitado recurrir a la clásica falacia de afirmación consecuente: si ofreces alternativas, tienes derecho a criticar, ya que no ofreces alternativas no puedes ejercer la crítica. Seguramente, hubiéramos llegado a acuerdos si no se limitara a conformarse con ser un mero instrumento para reproducir la ideología y los valores jerárquicos que emanan del poder, con el objetivo de lograr buenos, manipulables, apáticos y obedientes ciudadanos.
Me temo que tampoco va a servir explicar que una de las tareas de todo el que escribe, con vocación crítica hacia el poder, debe ser visibilizar y denunciar los marcos lógicos que subyacen a los discursos hegemónicos, y no solo a sus contenidos.
Sin embargo, eso que llamamos enseñanza pública, parece tener por único objetivo: reforzar una visión del mundo, la de las elites dirigentes, y que el “pueblo” tome esa visión como suya propia. Es decir, apuntala lo que Gramsci llama “hegemonía cultural” que legitima el poder. Hegemonía que no se impone por la fuerza, sino mediante una combinación de liderazgo ideológico, coerción y movilización de intereses compartidos. Se trata, como diría Foucault, de crear un sujeto “normal” y el patrón de medida será la norma. Y la norma es adhesión, cumplimiento, acatamiento, consentimiento y sometimiento, que nos lleva a ser como los demás para que olvidemos ser “Nosotros” mismos.
Otro instrumento de control social son los medios de comunicación. El papel de los medios de comunicación consiste en dar apariencia de consentimiento democrático, y generar suficiente confusión, interpretaciones erróneas y apatía en la población. Esos medios son los que establecen qué es aceptable y qué no, quien es una persona cuerda y quien un conspiranoico, quien queda dentro de la sociedad y quien no. Ellos son los que terminan conformando el sistema de creencias y mitos compartidos por los diferentes grupos -izquierda derecha- que conforman nuestra sociedad, con sus propios límites de discurso, al que cada individuo se adhiere en función de sus chucherías sentimentales. Lo hacen de forma fundamentalmente emotiva, usando la “razón” para justificarse.
En estos oscuros tiempos covídicos, el comportamiento de la mayoría de la “ciudadanía” está dominado por el miedo y la flojera
Tengo que reconocer que cada vez me cuesta más escribir esta columna, en esta nueva normalidad, esta absurda normalidad donde tantas certezas son arrancadas por una tenaza invisible que la modela mediante el miedo, la ignorancia y la sumisión. Lo están logrando mediante una estrategia y una narrativa de distracción consistente en desviar la atención de los problemas reales. ¿Alguien es capaz de darme una explicación de cómo, en plena pandemia, han logrado desmantelar la Sanidad Pública, sin que, más allá de esos “eternos descontentos que jamás ofrecen alternativas”, nadie haya levantado la voz? ¿Me pueden explicar por qué son tan, o más, importantes los muertos por Covid y no lo son todos los que han perecido por falta de atención sanitaria?
En estos oscuros tiempos covídicos, el comportamiento de la mayoría de la “ciudadanía” está dominado por el miedo y la flojera, convertida en un colectivo de títeres humanos, desvalidos que por vicio o por pereza mental delegan su capacidad de pensar en otros y por supuesto repiten muy ufanos cualquier barbaridad que corre por los medios de comunicación, logrando una asfixiante atmósfera contra todo aquel que no comulga con las tesis que emanan del poder, a través de esos medios.
Si por casualidad preguntamos a estas buenas gentes si tienen alguna certeza o prueba sobre lo que están diciendo, seguro se le queman los papeles, los remitirán a a Wikipedia o argüirán, sin pestañear, está en todos los medios de comunicación y en internet De poco servirá demostrar que la historia nos dice que las grandes mentiras y falsedades del mundo fueron construidas por los medios de comunicación, transformados en motor de dominación y pillaje.
Quienes eligen el camino de la autonomía y la libertad de pensamiento deben saber que es una elección con altos costes sociales, rechazar las tesis que emanan del poder, del estado, garantiza la etiqueta de “anormal”.
En la nueva normalidad, el poder ya no necesita reprimir directamente, en la sociedad nacida de esa “nueva normalidad”; los buenos ciudadanos, convertidos en vigilantes de la “norma” lo hacen por él, modelan y disciplinan a los disidentes aislándolos, convirtiéndolos en parias sociales. Vigilar y castigar, Foucault cada vez más actual.
Hoy, en el 103 aniversario del asesinato de Rosa Luxemburgo, conviene recordar aquella frase que, en alemán se lee en la fotografía que ilustra esta columna: “La libertad es, siempre, el derecho a pensar diferente”.