JUAN CARLOS SUÑÉN | Servidor intenta concentrarse en sus asuntos, pero entre el clima y el telediario acaba por olvidarse de lo que tenía que hacer. Y se ensimisma y recuerda haber leído sobre un experimento en el que a alguien se le entregaba una cantidad de dinero, pero para recibirlo, el sujeto debía de «comprar» el beneplácito de una segunda persona; es decir: el primero ofrecería una parte al segundo. En caso de que no se llegase a un acuerdo, el dinero se perdería.
Algo que siempre le llamó la atención a un servidor es que los individuos de origen oriental tendían a ofrecer a su socio forzoso cantidades superiores al 40% (e incluso al 50%), obteniendo un número muy elevado de cobros, mientras que los occidentales hacían ofertas mucho más pequeñas (en torno al 15%) a pesar de que, con mucha frecuencia, esta estrategia les conducía a la bancarrota. No era raro, en efecto, que un «socio» respondiese a lo que consideraba una oferta humillante condenándose a sí mismo a perder para «hacer perder» a su injusto compañero de experimento.
Sólo se podía hacer una oferta, pero es seguro que horas de negociación no cambiarían los resultados significativamente.
¿Y si que el compañero no aceptase supusiese que la cantidad recibida por el ganador se redujese a la quinta parte (en vez de a cero) qué ocurriría?, ¿cómo se comportaría quien considera que el otro no es más que un escoyo entre el premio y él?
¿El otro te hace más fuerte o el infierno es el otro? Esta es una pregunta a la respondemos desde la solidaridad pero que nos hacemos desde el fracaso.
— Céntrate — me aconseja Pangur, prudentemente.
— Pan paniscus.
— Lo que sea.
La pregunta era qué pasaría si que el compañero no aceptase supusiese que la cantidad recibida por el ganador se redujese a la quinta parte.
Del lado oriental, lógicamente, no se observarían variaciones, del lado occidental, probablemente, la oferta no pasaría del uno por ciento; aunque ofrecer un 60% sería más inteligente.
Occidental, oriental, blanco, negro, izquierda, derecha, hombre, mujer, arriba, abajo, privilegiado, explotado, dentro, fuera, ignorante, culto, animal, vegetal, mineral, Sánchez, Iglesias, vivir, morir… me da un poco (mucho) lo mismo. La moraleja es que quien gana un premio no es nunca (salvo sospechosísima unanimidad) el dueño absoluto del mismo, especialmente mientras su materialización permanece en el alero de las negociaciones (en mi época se decía en singular). Algo que algunas personas parecen entender mejor que otras.
Quizás no deberíamos de votar gobiernos, sino cargos (y luego hablar de una declaración de la renta igualmente minuciosa). La proporción de inútiles en pociones de poder permanecería, seguramente, inalterada, pero ahorraríamos dinero. Eso sí: habríamos cambiado las reglas del experimento; y me temo que eso está prohibido.
De repente recuerda servidor de qué quería hablar, que era de algo que le importaba y no de esa feria que subasta lo que le importa. Otro día.