[LA OVEJA NEGRA] Vendedores de humo
GERMÁN VALCÁRCEL | Me preguntaba recientemente un buen amigo cómo era posible que, todavía, continúe votando uno de cada dos ciudadanos, para ser riguroso seis de cada diez. La explicación es sencilla, la sociedad española está degenerada democráticamente. Somos un país ciego, sordo y mudo ante las tropelías y excesos del poder.
En España, la gente convive alegremente con la corrupción y la mentira, embrutecida y alienada por una polarización política que, fomentada a partes iguales por políticos y medios de comunicación, nos convierte en acríticos forofos de unas siglas, carentes de cualquier contenido ideológico e intelectual.
No pretendo convencer a nadie de que votar no sirve para lograr la transformación social necesaria, ni para enfrentar los gravísimos problemas a los que estamos abocados. Pero tampoco la cofradía del mal menor (PSOE, Podemos, CC.OO, UGT, la Cadena Ser, El País, el ecologismo reformista y demás progresía) me va a convencer de que votar permite frenar los totalitarismos; ni los nacionalistas, regionalistas y comarcalistas que hacerlo por ellos significa luchar por defender a mis vecinos más cercanos o la geografía donde vivo. Todos, absolutamente todos los participantes en el circo electoral -incluyo a las ONGs que se dedican a pedir el voto para cualquiera de ellos- solo buscan la defensa de sus intereses y privilegios.
Para cualquiera que tenga ojos y oídos, y no esté cegado por el sectarismo y ensordecido por el ruido de los falaces y trucados debates electorales, está quedando claro que las elecciones no pasan de ser un mero entretenimiento mediático-político, un simple reajuste dentro del putrefacto mundillo político de la Comunidad Autónoma donde administrativamente estamos ubicados, y no van a ocasionar ningún cambio real en la vida de la gente, ni en el funcionamiento de las Instituciones. La amalgama perversa de intereses de quienes detentan el poder económico, empresarial, comercial, político y mediático, y aquellas personas y colectivos que les sirven como ejecutores, operadores o voceros de sus intereses, en los distintos niveles sociales, convierten en utópico cualquier sueño de regeneración a través de las urnas.
Hemos dejado ya muy atrás el siglo XX, pero aún no hemos aprendido a vivir en el XXI, o al menos a pensar de una manera que se adapte a él. Algo que no debería ser tan difícil como parece, ya que las ideas básicas que dominaron la política y la economía han desaparecido por el desagüe de la historia, como consecuencia de su incapacidad para dar respuestas a los problemas que las economías industriales han ocasionado al planeta y a los seres que en él viven.
Occidente, su cosmovisión antropocéntrica y eurocéntrica, el parlamentarismo liberal, el colonialista reformismo de estirpe keynesiana, en definitiva, el sueño húmedo de liberales -no confundir con neoliberales- y socialdemócratas del siglo XX: estado de bienestar y fetichismo legalista-parlamentario, son hoy un montón de escombros donde las ruinas ideológicas se mezclan con los desechos de eso que llamamos progreso, y sirven de hábitat para la proliferación de las ratas populistas de extrema derecha y de caldo de cultivo para todo tipo de totalitarismos.
La campaña electoral que estamos sufriendo los habitantes de Castilla y León está sirviendo para mostrar la alienación, la atomización social y el aislamiento espiritual en el que vivimos. ¿Han escuchado a algún candidato hablar de la salud de la biosfera, de cambio climático? ¿De justicia humana o de la gravísima crisis energética que ya padecemos? Ni una palabra sobre los posibles escenarios a los que nos aboca la escasez de combustibles fósiles (en el momento de escribir esta columna, el barril de petróleo cotiza a más de 93 dólares) y demás materias primas necesarias para el funcionamiento de nuestras sociedades.
Escuchando las patéticas “propuestas” de esos que nos quieren representar, y dirigir nuestras vidas, se concluye que ignoran el papel de la energía -y lo que la escasez de la misma significa- en los procesos económicos y sociales de las sociedades capitalistas. Las llamadas renovables no son más que una extensión de los combustibles fósiles y su implantación, tal y como está concebida, va a suponer un aumento del consumo de combustibles fósiles por encima del 20%.
La campaña electoral que estamos sufriendo los habitantes de Castilla y León sirve para mostrar la alienación, la atomización social y el aislamiento espiritual en el que vivimos
Los candidatos nos hablan de energías renovables como papagayos, ya que no saben de qué están hablando. Si lo hacen es porque “de arriba” parece que vienen dinericos para seguir fomentando las redes clientelares y el crecimiento con antiecológicas políticas extractivistas. Su interés está motivado, exclusivamente, porque no han olvidado el festivo botellón que los fondos Miner significó. En realidad, hablan de humo y venden humo, pero el humo no es una fuente de energía.
La crisis actual nos permite lanzar nuevas-viejas preguntas. ¿Puede cambiarse la sociedad desde el Estado? Lo ocurrido con Podemos debería ser la repuesta definitiva. La realidad, una vez más, ha demostrado que el Estado domestica y pervierte a las personas que asumen cargos institucionales. ¿Por qué eso que se denomina izquierdas sociales siguen creyendo en algo que llaman Estado de derecho?, cuando día a día vemos que el poder económico, sus caporales y capataces, la casta política y judicial, y el sindicalismo institucional, imponen sus intereses por encima de la legalidad. ¿Qué caminos debemos tomar para actuar fuera de las instituciones, pero sin acudir a la violencia?
En un mundo en el que, con más nitidez que nunca, se dejan sentir los efectos de la acumulación y depredación capitalista sobre el medio ambiente y las estructuras sociales, con un sistema de partidos absolutamente podrido, si queremos salir del atolladero histórico en el que nos encontramos, si queremos tener alguna posibilidad de sobrevivir, a la violencia con la que van a tratar de controlar lo que se nos viene encima, tenemos que empezar a olvidarnos de los profesionales de la política y del activismo institucional y organizarnos al margen de ellos, en los intersticios de la sociedad, sin renunciar ni olvidar lo principal: el reparto equitativo y desarrollar formas radicales de gobernanza que sean democráticas y sin jerarquías.
En esta lucha por la vida no sirve una izquierda que no acepta reconvertirse en anticapitalista, anticolonialista, antipatriarcal y decrecentista, y que cada vez que asume el poder se dedica a contener las movilizaciones, a reprimir, manipular, y desprestigiar si no se dejan, a los movimientos sociales autónomos y auto gestionados. Como ejemplo de su capacidad destructiva: lo que han hecho con un movimiento tan potente, emancipador y revolucionario como el feminismo.
Si queremos encontrar soluciones válidas, debemos organizarnos autónomamente e informar verazmente, es la apuesta de futuro, a la gente de que nuestro metabolismo socioeconómico está destruyendo, de manera cada vez más acelerada, los ecosistemas que se formaron durante cientos de miles de años y está llevando el reloj evolutivo a épocas en las que el mundo era mucho más simple y no era posible sostener la vida humana. Ya no se trata, solamente, de parchear los problemas que genera el capitalismo: frenar los macro parques eólicos, poner fin a la contaminación de la atmosfera y de las tierras envenenadas con los venenos químicos, y que envenenan a todos los seres vivos del planeta, de fomentar la promoción del reciclaje, o de buscar un crecimiento cualitativo y no solo cuantitativo, cosas que, en primera instancia, podría compartir, se trata de ir más allá.
Vivimos una crisis ambiental sin precedentes, que amenaza nuestra misma sobrevivencia. Las causas de la crisis tienen que aparecer claras y lógicas para la gente, de manera que todas las podamos entender. Es necesario explicar por qué una sociedad basada en la economía de mercado, en la explotación de la naturaleza, y en la competencia acabará destruyéndonos. Tenemos que exigir, y decir, la verdad si queremos buscar soluciones reales, es necesario avanzar hacia una transformación radical basada en una visión que englobe todos los problemas. Ya no sirven las medias tintas, el reformismo, sustentado en la jerarquía, puede ganar algunas batallas, a muy cortísimo plazo, pero perderemos la guerra, y también la vida.
Ya nos avisaba Murray Bookchin, precursor del movimiento ecologista, fundador la teoría conocida como ecología social e ideólogo de lo que se ha conocido como municipalismo libertario: “Si no hacemos lo imposible, tendremos que enfrentarnos con lo impensable”.