[LA OVEJA NEGRA] Si los canallas gobiernan, la democracia perece
GERMÁN VALCÁRCEL | Los virus del pensamiento reaccionario tradicional son posmodernos como la modernidad y se reencarnan no sólo en las derechas del mismo diseño, sino cada vez más en las izquierdas convencionales, en liquidación fin de temporada.
Una de las constantes de los denominados partidos institucionales, de derecha a izquierda, es que resulta aceptable hacer o decir cualquier cosa con tal de ganar unas elecciones, con tal de acceder y sostenerse en el poder. Eso es algo que ha calado muy hondo en todos sus cuadros políticos, asesores mediáticos (esos príncipes de las tinieblas que tanto influyen y que todo lo inundan), y también en una amplísima base de sus votantes que abrevan en los cochambrosos argumentarios que, vacíos de contenido ideológico -sobre todo en la izquierda- y elaborados por los gabinetes de propaganda de partidos e instituciones y financiados con nuestros impuestos, les sirven de coraza moral para mentir, manipular y coaccionar a todo aquel que se opone a sus deseos y denuncia sus espurios objetivos.
Para la mayoría de nuestros representantes políticos, y de lo que se conoce como sociedad civil, tener libertad de expresión no significa tener libertad de pensamiento, por eso soportan tan mal que se escriba o ejerza la crítica, no desde «las antípodas» de su pensamiento, si no desde fuera de él.
Es tan evidente la tentación totalitaria que podríamos sorprendernos de que los políticos no caigan en ella. Pero estamos equivocados porque caen, vaya si caen, e incluso son conscientes de que cualquier ciudadano sensato está en condiciones de darse cuenta de que van de chulos con los débiles y de débiles con los chulos. Pero les da igual. Mientras ganen las elecciones cada cuatro años y ello les permita acceder al poder, les da igual, porque piensan que tienen la legitimidad para hacer de su capa un sayo. Que estos políticos, supuestamente democráticos, tengan alma de censor y conciencia de depredador nos debería aterrar tanto que no vale la pena aterrarse. En el Bierzo estas cosas nos pillan de vuelta de cualquier posibilidad de sorpresa, pero no de melancolía.
Hay algo profundamente dañado en nuestra sociedad. Las palabras han perdido su significado y su valor, la violencia ha endurecido los corazones; solo escuchamos justificaciones políticas donde se distorsionan las historias, se encubren crímenes, se justifica el expolio, la corrupción y el clientelismo y se convierte a la víctima en responsable y culpable de su situación. Servidor no era del todo consciente de que el fascismo más brutal le rondaba tan cerca, sin embargo los paniaguados de siempre, los que se la cogen con papel de fumar, los equidistantes seguirán debatiendo si es o no fascismo.
Poco importa lo que servidor piense, pero asustan las consecuencias de esta forma de entender y ejercer la acción política. Asusta, por ejemplo, lo que está ocurriendo en Cacabelos, ante la indiferencia general; poco importa lo que, hace menos de dos meses, servidor escribiera, en esta misma esquina digital, sobre lo que se avecinaba y el papel que iba a jugar el actual presidente de la Diputación; poco importa que sostuviera, entonces, que en Cacabelos volveríamos a ver reeditado el viejo PPOE; poco importa que aquella columna de opinión me supusiera toda una retahíla de mezquinas descalificaciones e insultos, en las redes sociales, por parte de la portavoz de IU. Poco importa, porque todo ello es opinable.
La historia nos dice que la izquierda más patética y cochambrosa trae siempre adosada a la derecha más brutal
Lo realmente grave es la atonía y el silencio de una sociedad, de un pueblo alienado, capaz de tragarse el infame pacto acaecido para que los miembros del PSOE cobren sueldo, semejante ignominia supone la banalización del fascismo y la fascistización de la banalidad que lleva a cabo la izquierda representada por el PSOE -ese reclamo para bobos y desorientados progres-, al ser capaz de pactar con un tipo de la catadura política del portavoz del PP en ese ayuntamiento, personaje que debería estar inhabilitado para ejercer la representación política, no por los juzgados, sino por los propios ciudadanos de Cacabelos. En Cacabelos se está dando la vuelta de tuerca que las alimañas políticas que han generado ese inmundo pacto necesitan para dar el golpe de efecto que deje claro cómo se las gastan ante cualquier disidencia, aunque en el fondo solo son banales discrepancias. Pero necesitan seguir mostrando a sus militantes-clientes que las relaciones políticas y sociales en la Comarca Circular están basadas en la dominación y en la jerarquía.
El pacto en Cacabelos entre PSOE y PP, un rotundo ejemplo de la mediocridad y miseria que anida en las filas socialistas, es la contra reacción fascista -¿qué democracia queda después de esta estafa política?- al anterior pacto del PSOE con IU. Es la versión caligulesca, grotesca, abyecta pero real (ni chiste, ni pesadilla, ni parábola barata) del poder de los caciques políticos del Bierzo más agrícola. Es el desmentido para quienes niegan que ese repugnante bichejo híbrido llamado PPOE existe. Es un desazonante espectáculo de irresponsabilidad, chapucería y maniobrerismo político, pura gasolina para la anti política reaccionaria que tan bien representa el señor Canedo.
Si, puede que no sean fascistas, son algo peor, algo que dejo que los improbables lectores nominen, en el silencio de sus casas, para no terminar servidor en los juzgados. El portavoz del PP en Cacabelos, ese grosero y grotesco aprendiz de Maquiavelo del que es mejor mantenerse lejos, es todo un especialista en criminalizar toda discrepancia, toda disidencia, toda crítica, en banalizar el uso de la justicia. Pobre Cacabelos, pobre Bierzo, asco de país. Más allá de la anécdota cacabelense, resulta deslumbrantemente obvio que la castuza política berciana esta gripada éticamente, si no estos personajes no tendrían cabida en sus filas, en sus partidos,.
Detrás de la ‘gestualidad’ de cualquier político hay toda una declaración de principios de cómo es, qué piensa, qué cree, cómo se relaciona con los demás y cómo entiende el ejercicio del poder. Hay que decirlo con la más meridiana claridad, cualquier estrategia política que, la adopte quien la adopte, pase por minusvalorar el peligro que supone pactar con personajes como el posmofascista portavoz del PP en Cacabelos, es un estúpido y un demente político que pone en peligro los mínimos democráticos que debe tener toda sociedad que se autocalifique como tal y debe ser combatida por todos los medios y sin excepción. La historia nos dice que la izquierda más patética y cochambrosa trae siempre adosada a la derecha más brutal. En Cacabelos es una verdad palmaria.
Ante cada nueva columna, me suelo formular una pregunta previa a toda consideración: ¿para qué sirve? Siendo sin duda esta columna, tan rutinaria, tosca y pedestre, sólo tiene sentido si a lo anterior se le puede añadir el adjetivo de incómoda para el poder, para cualquier tipo de poder.