[LA OVEJA NEGRA] Colapsando de la peor forma posible
GERMÁN VALCÁRCEL | Resulta difícil, tratar de razonar en la manipulada, polarizada y enloquecida sociedad en que vivimos. Salirse de los argumentarios elaborados por las élites capitalistas, transmitidos a través de sus medios de comunicación de masas, de su casta política y de sus trucados movimientos sociales es perder el tiempo o peor, convertirte en un proscrito. Europa es hoy el cadáver maloliente de un fallido proyecto de civilización.
No creo que nadie cuestione ni discuta que Putin es un autócrata y plutócrata ultranacionalista y neoliberal, sostenido por una oligarquía mafiosa nacida del expolio de la antigua URSS, cuyo ideario es similar al de Vox, y al del resto de la extrema derecha occidental. Sin embargo, muchos medios de incomunicación, y muchos políticos, lo siguen tildando de comunista, de sobra saben que no lo es, pero es necesario seguir dando de comer a los cerdos de la granja, la dosis diaria de desinformación.
Solo los necios, los miserables o los indigentes intelectuales pueden poner en duda que Putin está llevando a cabo una agresión imperialista, y que el pueblo ucraniano -¡no el Estado!- merece nuestra solidaridad y apoyo. Pero desde esta parte del mundo debemos seguir denunciando a nuestros gobiernos que, mientras hablan de paz, envían armamento a Ucrania bajo el nombre de “Fondo Europeo por la Paz”.
Esos mismos gobiernos son los que aplauden, arman y proclaman luchadores por la libertad a los escuadrones de milicianos nazis ucranianos, los mismos que llevaron adelante las infames masacres de Donbáss, mientras tildan de terroristas a los palestinos que tiran piedras con tirachinas al ejército de ocupación israelí. Una vez más se utiliza la palabra libertad para justificar la guerra. La manipulación siempre pasa por el lenguaje.
Cuando el mismo Putin perpetró los horrores de la guerra de Chechenia no importó, mataba musulmanes, no blancos rubios, tampoco cuando, tras los ataques del 11 de septiembre, ayudó a Estados Unidos en la invasión de Afganistán, compartiendo bases con Estados Unidos en Asia Central. En aquellos momentos, Putin estaba en el lado correcto, haciendo lo correcto. ¡Cómo no!
También es necesario denunciar, sin rodeos, la hipocresía de las opulentas y consumistas sociedades occidentales, en concreto a las codiciosas clases medias europeas y eurocéntricas -corifeos y aliados estratégicos de los poderes financieros internacionales- que tratan de autoconvencerse y de convencernos de que movimientos geopolíticos del calado de lo que está ocurriendo en Ucrania se gestan en un par de semanas o son consecuencia del último cruce de cables de un sátrapa como Putin. De poco sirve demostrarles que las guerras comienzan mucho antes de que se dispare la primera bala. Sin ir más lejos, en los Presupuestos Generales del Estado español de 2021, aprobados a finales de 2020, el grueso de las inversiones no financieras se fue en la compra de armamento. Muchos seguirán sosteniendo que fue una casualidad.
También pensarán que es fortuito que fondos de inversión como Black Rock -amo y señor del Ibex- controlen plataformas mediáticas como Atresmedia y Prisa, farmacéuticas como Pfizer y Moderna, y grandes conglomerados de la Industria militar como Lookheed Martin, y que esa confluencia de intereses nada tiene que ver con la propaganda de guerra que se emite desde los telediarios de esas plataformas mediáticas. Los mismos medios de comunicación que, durante dos años y hasta hace escasos días, han estado volcados en la inoculación de terror covídico, y difamando, criminalizando, ridiculizando y desprestigiando a todo el que cuestionaba la gestión de la “pandemia”.
Necesitan crear espejismos con los que entretener a la gente para poder seguir drenando los cada vez más escasos recursos hacia las élites económicas y hacia sus servidores, la casta política y funcionarial, sobre las que las élites y los estados sustentan su represión. El miedo, el saqueo, la explotación, el genocidio y la devastación de la naturaleza que a lo largo de la historia ha llevado a cabo el capitalismo en sus colonias ahora se traslada al interior de la vieja Europa, y sus egoístas y egocéntricas clases medias sienten miedo. El mismo miedo que, como consecuencia del saqueo, llevan siglos sintiendo y sufriendo los pueblos a los que nuestros gobernantes han masacrado, para defender el modo de vida del que tan orgullosos nos sentimos.
Décadas llevamos tragando mentiras, cuya única función es la de generar sociedades dóciles y manipulables
La realidad del mundo capitalista siempre consistió en pequeñas islas de prosperidad y riqueza flotando en un océano de pueblos expoliados y masacrados que agonizan. A las cínicas clases medias europeas y eurocéntricas siempre les ha gustado tranquilizar su conciencia cambiando ONGs “humanitarias” por recursos con los que seguir manteniendo nuestro “modo de vida”. Y cuando acaban, o se atenúan, esos conflictos que nuestras necesidades generan, hacer turismo a las zonas devastadas, y hacerse fotografías para, a la vuelta, colgarlas en las redes sociales.
Ciertamente, tampoco es nueva la desinformación. Décadas llevamos tragando mentiras, cuya única función es la de generar sociedades dóciles y manipulables. Hay toda una industria de la “información” y cultural dedicada a normalizar la barbarie y el colapso sistémico que ya vivimos, y transformarlos en productos de mercado, convirtiendo, incluso, elementos anticapitalistas en negocios ajustados a lógica mercantilista.
El decrecimiento, lo antisistema, empiezan a ser cool y, también capitalista. Los ecologetas y los “principes flower power” que hace menos de tres años tildaban de desesperanzados a documentales como No hay mañana, y como personas negativas a los defensores del decrecimiento, ahora se autoproclaman decrecentistas. Es la demostración de la capacidad que el sistema tiene de absorber, mediante la mercantilización y la trivialización, a sus enemigos.
La guerra de Ucrania es la continuación de lo ocurrido durante los dos últimos años. En nuestro país cuentan para ello con la complicidad de la miserable izquierda institucional, la que dice querer cambiar las cosas desde dentro del sistema. Los autodenominados “herederos del 15M”, en coalición con el socialpancismo, se han transformado en la vanguardia del “civismo ciudadano” -más bien autoritarismo controlador- con la inestimable colaboración de las más radicales feministas, aquellas que teorizaban contra chadores y burkas, aplaudiendo ahora no quitarse la mascarilla ni para practicar sexo y de los ecoloreformistas de la Transición verde o Green New Deal.
Esta coalición de progres pretenden convencernos de que los gravísimos problemas energéticos, la inflacion galopante que lleva adosada, la escasez alimentaria y los racionamientos de todo tipo que se avecinan son consecuencia de los desmanes de Putin, como antes trataron de persuadir a la población de que los descalificados como “terraplanistas” o negacionistas y los no vacunados eran los responsables últimos de la plandemia. Cualquier mentira antes que reconocer que hemos chocado contra las leyes de la termodinámica y los límites físicos del planeta.
Algo han dejado meridianamente claro los psicópatas que nos gobiernan, desde el presidente del gobierno al alcalde de mi ciudad, Ponferrada: ninguno ha tenido, ni tiene, el coraje político, ni la intención de explicar a la población que la crisis ecológica lo cambiará todo en los próximos años. El capitalismo basado en hidrocarburos fósiles, nuestro metabolismo socioeconómico de los últimos ciento cincuenta años –un suspiro en la vida de la especie y menos que eso en la vida del Planeta- está llegando a su fin.
Ya nos avisó George Orwell en esa extraordinaria novela, intitulada 1984: “Por principio, el esfuerzo bélico se planifica para mantener a la sociedad al borde de la inanición. La guerra es hecha por el grupo dirigente contra sus propios súbditos y su objeto no es la victoria sobre Eurasia o Estasia, sino mantener intacta la estructura de poder”.