[TRIBUNA] Negacionismo científico y conformismo social: dos síntomas de la misma enfermedad
J. ANTONIO GÓMEZ LIÉBANA | Durante estos dos años de crisis sanitaria hemos podido comprobar como la alianza entre el aparato de propaganda (los medios masivos de formación de masas) y las multinacionales (encabezadas por el sector médico-farmacéutico) han producido un mensaje único, centrado en el miedo a la muerte inminente, lo que ha generado un pánico colectivo que ha situado a la población en shock, de forma que se han aceptado medidas de restricción de libertades nunca imaginadas. A continuación, sin debate científico de ningún tipo, sepultando cualquier posibilidad de duda (el avance de la ciencia se ha asentado históricamente en el cuestionamiento de lo establecido, la interrogación y la duda), han impuesto una única “solución” para vencer al virus: la inoculación de medicamentos con autorización condicional y, no olvidemos, en fase de pruebas hasta el año 2023.
Es la primera vez en la historia de la medicina en la que se han tomado medidas -que han afectado a toda la población- saltándose todas las regulaciones, sin un debate científico serio, libre y público, imponiéndose un “consenso científico” en base a intereses políticos. Las medidas aplicadas no han necesitado demostrar evidencia científica: mascarillas en exteriores (aquí, aquí, aquí); tratamientos hospitalarios como Remdesivir; RT-PCR como prueba para la determinación de casos (aquí resumen en castellano); “vacunas” para reducir la mortalidadfrente a otros tratamientos libres de patente (ivermectina, vitamina D, hidroxicloroquina –aquí y aquí-, etc.); pasaportes Covid; inoculaciones en niños, etc. Dicho consenso según Ioannidis no se podía cuestionar porque estábamos en guerra: “había que disparar al escepticismo científico, sin hacer preguntas”. Para Vinay Prasad, los CDC abandonaron la ciencia y se convirtieron en difusores de propaganda política.
En los medios de “información” se prohibieron de facto los debates científicos y se vetó a los “disidentes”, de forma que en 24 meses no ha habido ni un solo debate, solo hemos recibido un bombardeo constante de la letanía oficial. Por no investigar, ni siquiera las autoridades sanitarias han estado interesadas en investigar en serio el origen de la pandemia. En ningún caso se ha actuado contra las posibles causas. Si hubiera sido un alto zoonótico, paralizando por la voraz expansión capitalista de la destrucción de nichos ecológicos. En el caso de un escape de laboratorio, prohibiendo los experimentos de “ganancia de función”. En cualquiera de los dos casos se tratarían de medidas para garantizar la salud colectiva en un futuro. Nada se ha hecho, por lo que, si ocultamos las causas, nos exponemos a tropezar en la misma piedra y enfrentarnos a crisis similares.
Impuesto el “consenso científico”, el sistema sanitario tuvo que adaptarse a las directrices políticas emanadas desde los despachos de los mismos que llevaban décadas desmantelando el sistema. Así, falló en la lucha contra la propagación de la epidemia y colapsó desde el inicio. Tanto por su deterioro tras décadas de recortes y privatizaciones, como por las decisiones que se tomaron, en ningún momento técnicas, sino políticas. Las pandemias se abordan desde la atención primaria y la comunidad, no desde los hospitales y las salas de cuidados intensivos. Se abordan detectando, aislando (individualmente, no mezclando con grupos familiares) y tratando tempranamente a los enfermos. No dejando que la bola de nieve crezca hasta colapsar los hospitales. Es cierto que nuestro sistema sanitario, hospitalcentrista, está enfocado al tratamiento de las patologías crónicas, para mayor gloria de las farmacéuticas, en lugar de en la atención comunitaria y la actuación contra los productores de enfermedad. Pero no es menos cierto que disponíamos de un sistema de atención primaria y algunos profesionales con amplia experiencia en epidemias, rodados en países del tercer mundo, a los que, pese a sus ofrecimientos, se despreció.
Como resultado del pánico epidémico y su campaña mediática, y de la brutal presión asistencial con el consiguiente desgaste psíquico y físico, escasos profesionales sanitarios se han atrevido a cuestionar públicamente las medidas aplicadas y los protocolos “políticos” -que cambiaban en muchas ocasiones cada 24 horas-. Se produjo una suerte de “tragacionismo” por el que los profesionales eludieron la exigencia de un debate científico serio para valorar cuales eran las mejores alternativas para atender a sus pacientes. Ante las dudas, la inmensa mayoría de las respuestas de nuestros compañeros se podrían sintetizar en la huida y la evitación del debate como muy bien apuntaba Ioannidis: “estamos en guerra”. Es evidente que esta capitulación del debate científico no ayudó a reducir los daños a los pacientes. Debería de haber primado el “primum non nocere”, pero no es menos cierto que la presión para imponer el “consenso científico” entre los sanitarios -bajo la amenaza de acusarte de negacionista era y es brutal- pero no es menos cierto que en otros países como EEUU (aquí, aquí) o Francia (aquí, aquí, aquí), pese a la represión y los despidos, se han levantado voces individuales y grupos críticos.
Los mismos que han dirigido la respuesta a la pandemia llevaban décadas dirigiendo el proceso de deterioro del sistema, y es evidente que en estos dos años han aprovechado para pisar el acelerador de la privatización. Que la pandemia ha servido para dar un nuevo golpe a la ciencia. Que se han incrementado el control social y la pobreza. Que la izquierda ni ha querido enfrentarse al recorte de libertades, ni a conectar con las movilizaciones transversales que se han producido en defensa de libertades básicas, dejando el terreno abonado a sectores de derechas.
Sin embargo, ahora es necesario no pasar página, cada vez hay mayor evidencia y muy robusta, que demuestra que sus promesas y sus recetas no funcionaron y causaron daño. Cada vez hay más compañeros que nos comentan: nos engañaron, confiamos en ellos, nos presionaron, las “vacunas” no sirven, etc. Hay que exigir conocer a los supuestos expertos que han estado elaborando y legitimando las políticas sanitarias durante este tiempo; investigar lo que realmente ocurrió en los centros sanitarios decisorios, sacristías académicas, sociedades científicas y otras alcobas, y sus posibles conflictos de interés.
Sobre todo, porque se ha dado una bocanada de aire a un sistema capitalista con grandes problemas de reproducción; porque significó un ataque sin precedentes al sentido común y a las realidades científicas; y porque bajo un modelo biofascista se han enmascarado recortes de libertades básicas que podrían tardar en recuperarse. Y porque la pandemia ha dejado claro que ni las farmacéuticas se han trastocado en benefactoras de la humanidad; ni el Estado nos protege, ni protegió a los ancianos de las residencias, masacrados y olvidados -aquí también el Ibex manda-. Se avecinan tiempos convulsos, en los que la crisis social sistémica, agudizada por el declive de los combustibles fósiles baratos va a condicionar el interés de los Estados por el mantenimiento de los “servicios públicos”. Para ellos amplias capas de la sociedad ya no somos necesarios. Ante ello, es necesario cuestionar el modelo sanitario actual, que todos sabemos agotado. Es posible garantizar la asistencia sanitaria para todxs descentralizando el sistema y democratizándolo. Es imperioso un debate en este sentido entre la izquierda de este país.