[LA OVEJA NEGRA] Quemaremos los muebles y el papel higiénico
GERMÁN VALCÁRCEL | La crisis actual está sirviendo para que los medios de (in)comunicación empiecen a “hablar” de los límites del crecimiento, o que organismos como la Agencia Internacional de la Energía acepten lo que durante años han venido negando sistemáticamente, el fenómeno conocido como pico del petróleo (Peak Oil). Lógico, por otra parte, ya que nos encontramos en esa fase donde la producción mundial de petróleo y gas no podrá, nunca más, satisfacer la demanda.
Sin embargo, seguimos comportándonos como si nada ocurriera, en vez de enfrentar el gravísimo escenario al que la humanidad va a tener que hacer frente. Los políticos, periodistas, todólogos y los economistas de la tierra plana e infinita, nos explican con toda su beatería que nada grave pasará, que no debemos inquietarnos. Nos dicen que todo se arreglará con programas de reactivación que, financiados con fondos venidos de no se sabe dónde o mediante crédito, saldremos de la situación. Ni la ciencia oficial, ni la conciencia cotidiana logran imaginar algo diferente de lo que ya conocen. Así que la receta es siempre la misma, capitalismo y más capitalismo.
Sin embargo, algunos sectores empiezan a plantearse la posibilidad de una crisis aguda de nuestro metabolismo socioeconómico, no provocada por una resistencia de los “explotados y desarrapados”, sino por un bloqueo de la máquina que no estaba prevista en sus análisis. Seguramente por ello algunos representantes de las tesis colapsistas y decrecentistas empiezan a tener tribunas de prensa más amplias de lo habitual. Incluso en las entrañas del sistema hay personas que parecen ser conscientes de que esto se acaba. Ahí tenemos a alguien tan poco sospechoso de anticapitalista como el CEO de BlackRock, uno de los mayores fondos de inversión del planeta, amo y señor del IBEX y accionista mayoritario de los grandes bancos españoles, anunciando el fin de la globalización. Incluso un medio como La Voz de Galicia lleva a toda página y con un amplio artículo “el 50 cumpleaños del informe Meadows” -Los límites del Crecimiento- que el Club Roma encargó al Instituto Tecnológico de Massachusetts. El problema va a ser que para la inmensa mayoría de la humanidad la salida que nos ofrezcan desde arriba no va a ser, precisamente, humanitaria ni equitativa.
A pesar de las evidencias, varias son las dificultades a las que nos enfrentamos cuando intentamos explicar lo que está ocurriendo. Posiblemente, la más difícil de combatir es la tecnolatría o, dicho de otra manera, la fe ciega en que la tecnología y la maquinaria puedan resolver todos nuestros problemas. Creer que la potencialidad inmensa de la tecnología resolverá los problemas ambientales que han sido causados por el crecimiento de la potencia tecnológica significa imaginar que un problema puede resolverse fortaleciendo su causa.
Otro problema es que el supuesto anticapitalismo de la izquierda no es más que antiliberalismo. La única alternativa que han podido concebir está representada por las dictaduras con economía dirigida del Este o del Sur del Planeta; desde que esas dictaduras entraron en descomposición y quebraron, o se convirtieron en sencillamente indefendibles, la única opción que contemplan es la elección entre liberalismo y keynesianismo, entre turbo capitalismo financiarizado y economía social de mercado. Puede haber diferentes modos de valorización del valor, de acumulación del capital, de transformación del dinero en más dinero; y sobre todo es la distribución de los frutos de este modo de producción la que puede cambiar. Pero nadie se atreve a cuestionar el sistema, por miedo a ser tachado de utópico inocentón, de ludita o de émulo de Pol Pot. Las únicas alternativas al capitalismo que la conciencia dominante es capaz de concebir.
Nuestra sociedad es incapaz de imaginar que la humanidad pueda vivir sin la valorización del valor, la acumulación del capital y la transformación del dinero en más dinero. Sin ir más lejos, ahí tienen a ecolo-reformistas, neo marxistas, o a los mismos podemitas, diciéndolo con perífrasis: el mercado es connatural al ser humano. Los anticapitalistas-antiliberales se limitan a proponer retornar al capitalismo “social” de los años 60-70, (indebidamente idealizado, como es obvio, ya que olvidan, o esconden, el fuerte componente crecentista y colonialista que lo sostuvo), al pleno empleo y a los salarios elevados, al Estado asistencial aderezado con un poco de ecología, de voluntariado, o de “sector sin ánimo de lucro”. Las izquierdas occidentales son tan capitalistas como lo son las derechas. Esperan que el capitalismo vuelva a funcionar a pleno rendimiento para poder realizar sus hermosos y onerosos programas.
Pone los pelos como escarpias escuchar a políticos y periodistas decir que nos equivocamos al cerrar las minas de carbón
Tanto derechas como izquierdas siguen haciendo sus propuestas políticas sin aceptar los límites biofísicos del planeta y la insostenibilidad de un modelo cuyo dogma y razón de ser es el crecimiento exponencial y la adicción a los combustibles fósiles. Se sigue mirando para otro lado, pero negando y tapando la realidad, solo se impide cualquier reflexión que contenga un mínimo de análisis o de profundidad crítica. Por eso, ni siquiera en estos momentos somos capaces de organizar ni planificar de forma ordenada el inevitable decrecimiento. Los habitantes de los opulentos y consumistas países occidentales nos hemos quedado desnortados y en shock, incapaces de cambiar nuestros paradigmas y esquemas mentales.
Seguir hablando, por ejemplo, de turismo sostenible demuestra que tampoco nos creemos que la movilidad, tal como la conocemos, se terminó. Sin embargo, las reservas de gasoil están bajo mínimos (se habla de para 45 días), y el problema de la distribución o el alimentario no se van a solucionar subvencionando el combustible a camioneros, pescadores y tractoristas. La escasez de insumos, necesarios para que la agroindustria siga funcionando, puede ocasionar una crisis alimentaria de proporciones planetarias. Decir esto supone entrar a formar parte de los alarmistas.
Sin energía nuestra sociedad no funciona y esta empieza a escasear, con ello no se pueden producir ni prestar los bienes de consumo y servicios que demandamos. Algo que se viene avisando desde hace más de dos décadas por parte de decrecentistas y colapsistas: es necesario volver a la sobriedad y reducir los obscenos niveles de “confort” y consumo. Ahora nos lo impondrán de forma autoritaria y lo que es peor, injusta y desigualmente.
Pone los pelos como escarpias escuchar a políticos y periodistas decir que nos equivocamos al cerrar las minas de carbón y desmantelar centrales térmicas. Demuestran que la lucha contra el cambio climático solo era pura propaganda; pero nos sirve de aviso para saber que, en este camino a ninguna parte, vamos a quemar hasta los muebles y las vigas de las casas, con tal de seguir manteniendo nuestro modo de vida. La escena de la vieja película de los hermanos Marx quemando los vagones del tren para que la máquina siga avanzando es la mejor metáfora de la situación en la que se encuentra nuestra sociedad.
Años de publicaciones científicas no han servido para que políticos y periodistas se tomen en serio las recomendaciones de la ciencia. El negacionismo climático sigue instalado no solamente en las redes sociales, sino también en las instituciones, a pesar de que el último y reciente informe del IPCC, vuelve a alertar de la gravedad de la situación y confirma, por primera vez, la imposibilidad de encontrar solución dentro del sistema capitalista.
Dio en el clavo, hace unas semanas, el consultor energético mexicano Edgar Ocampo Tellez cuando sostenía que “hubiera sido mejor un regreso ordenado a las cavernas que una estampida hacia el abismo”. Pero la elección que, como sociedad, hemos tomado es evidente, y parece que irreversible.