[LA OVEJA NEGRA] La conjura de los necios verdes
GERMÁN VALCÁRCEL |En estos tiempos de confusión y desmovilización social, los libros son una buena brújula para orientarse, buscar respuestas y plantar cara a tantas fobias y demonizaciones que hay que soportar, no solo desde la derecha ecofascista o neoliberal, sino desde la izquierda institucional, el reformismo político y ecologista, y todas esas sectillas dedicadas a buscar su éxito personal y a monetizar su disidencia controlada que, en el fondo, solo sirve para legitimar y dar un toque verde a un sistema expoliador, ecocida, genocida, profundamente antidemocrático.
Por eso he vuelto a leer La espiral de la energía, cuyos autores son el ya desaparecido Ramón Fernández Durán y Luis Miguel González Reyes. Este extraordinario, extenso y enciclopédico libro nos adentra en la Historia de la humanidad, desde el papel de la energía. La obra, una auténtica joya, es un viaje de ida del presente al pasado y de vuelta al presente para visualizar futuros posibles y descartar futuros imposibles, una descripción de la progresión de la humanidad hacia el abismo, un análisis antropológico, una crítica al capitalismo, al colonialismo, al imperialismo, en definitiva, a las sociedades dominadoras. Un texto fundamental, imprescindible y necesario, sobre todo para aquellos que se definen como activistas ecologistas. Pero estoy por asegurar que, al menos en el Bierzo, pocos tomarán en cuenta esta modesta sugerencia, distraídos en y con sus chiringuitos no tienen tiempo ni ganas de leer libros de estas características.
Por eso me irritan tanto todas esas gentes que enarbolan banderas ecologistas para buscar éxito personal, reconocimiento e influencia en el circo mediático, político, social o cultural, como “alternativos”; en el fondo solo sueñan con ser “mainstream”, por ahí viene su constante obsesión con caer bien a periodistas y por participar en eventos donde estén las “autoridades” (hay que reconocer que don Olegario, alcalde de Ponferrada, a veces, tiene que soportar muchas gilipolleces, pero le va en el sueldo), o servir de atrezo, como ocurrió esta misma semana en Bembibre, durante unas “jornadas” organizadas por los mismos, o sus caporales, que con sus decisiones políticas, con sus leyes, alientan todos los días de la semana el ecocidio y el expolio. Sin embargo, parecen molestarles más mis críticas a su disidencia controlada que los desprecios y ninguneos que reciben del poder. Por eso llevo tiempo sosteniendo que es necesario reflexionar si seguir colaborando, legitimando y “enverdeciendo”, las políticas no solo ecocidas sino profundamente antidemocráticas y antisociales de los mismos que nos están conduciendo hacia el colapso, es un camino digno de transitar, personalmente creo que, por simple dignidad, NO.
En un momento donde el mundo se está desmoronando de la manera más extraordinaria y rápida que uno podía imaginar, la verdad es que las mezquinas reacciones de ciertos personajillos me apenan más que me indignan. Sobre todo, las que sostiene alguno de los gurús del ecologismo reformista berciano “¡Qué fácil es criticar, mientras no hace nada más que eso!”. Me pregunto qué sabe de mi vida y de mis actividades. ¿O es que hay que presumir en los medios y en las redes sociales de lo que uno hace? jamás he criticado lo que no hacen, sí, y mucho, de lo que pública y ostentosamente hacen o dicen. Fíjense si parecen conocer todo sobre servidor que hasta afirman me escondo tras el seudónimo de Nelly Boxall, compañera que escribe en este mismo medio. Lo dicho, no pretenden refutar tesis y opiniones, sino utilizar toda suerte de falacias para desprestigiar a quien es crítico con sus posiciones, se ve que algo se les ha pegado de sus contactos y reuniones con los políticos.
Ahora bien, para algo sí parecen haber servido algunas críticas, al menos para incordiar a esos colaboracionistas que blanquean las decisiones políticas de los que nos machacan con sus leyes. Leyes que no solo permiten y fomentan el ecocidio, sino que las cambian y reforman, cuando les molestan, para adaptarlas y facilitar el expolio de las tierras públicas y comunales, y de las privadas de pequeños propietarios y arrendatarios de nuestra comarca. Todo, eso sí, “muy democráticamente”. Puede que criticar no sirva de gran cosa, su “activismo”, su disidencia controlada, tampoco para mucho, todo lo más para que algunos lo hayan convertido en una forma de vida o para dar lustre a sus egos.
Colaborar con las instituciones es fomentar una política de tierra quemada incapaz de cultivar en ella la emancipación
¿De verdad alguien cree que, por reunirse y expresar educadamente sus puntos de vista, a quienes pretenden seguir fomentando el crecimiento, mediante la industrialización de los montes y valles de la comarca, el turismo y la agroindustria, con la consiguiente contaminación y destrucción de suelos agrícolas, va a escuchar? ¿Alguien piensa que por seguir poniendo denuncias a Cosmos se va a cerrar esa fuente de contaminación atmosférica, o a las centrales de calor de Ponferrada, convertidas por la primera teniente alcalde en fuente energética renovable, barata y “verde”? ¿O de lo que se trata es de seguir teniendo “contactos con el poder”?.
Mejor sería ver qué actuaciones y comportamientos político-sociales, presentados como soluciones rápidas y viables, ayudan a agravar los problemas, y cuáles podrían ayudar a resolverlos, aunque fuera a medio plazo, insistentemente descalificados de utópicos por tradición y vagancia intelectual o, peor, por cobardía.
No es verdad que desde el colaboracionismo institucional vayan a surgir soluciones ecocomunitarias. Solo se va a conseguir poner la alfombra a soluciones ecofascistas -a las últimas leyes aprobadas por el gobierno más progresista y verde de la historia de España me remito- y una población esterilizada políticamente por la decepción, la desesperación, el miedo y el terror.
Muchos, no todos, de los que defienden la opción institucional buscan seguir ordeñando al Estado, otros no son más que unos pobres ignorantes, manipulados, y unos pocos, los menos, reformistas convencidos, creyentes que todavía piensan que es viable transformar a la bestia en algo humano. Mi opinión, por reiterada, es conocida: sostengo que colaborar con las instituciones es fomentar una política de tierra quemada incapaz de cultivar en ella la emancipación, y la participación democrática y horizontal.
En un mundo ya colapsado, las actuales instituciones recuerdan al puente de mando del Titanic instantes antes de chocar contra el iceberg, y el ecologismo reformista a la orquesta, tras chocar con el mismo. Únicamente si empezamos a organizarnos al margen de las instituciones, sin estructuras verticales ni gurús salvadores dirigiendo el cotarro, desde nuestros pueblos -ahí tienen al “Filandón Berciano”, “Rural Sostenible” o el movimiento vecinal de Otero de Toral en el Bierzo oeste-, creando redes de ayuda mutua, estructuras y cadenas de distribución de suministros locales cercanas –en el Bierzo hay gente que lleva mucho tiempo intentándolo, la “Olla berciana” y la “Ecored”- solo desde el ecologismo social, democrático y autónomo podremos construir un nuevo modelo económico y social justo, equitativo y desmercantilizado, solo mediante una economía basada en la comunidad tendremos alguna esperanza de que el inevitable y doloroso futuro que nos espera sea mínimamente llevadero, si no, nos esperan “los juegos del hambre”, donde los de arriba verán cómo nos despedazamos entre nosotros.