[LA OVEJA NEGRA] El crecimiento mata, y el sectarismo y las fobias castran intelectualmente
GERMÁN VALCÁRCEL | La concatenación de crisis –climática, energética, ecológica, escasez de recursos, pérdida de biodiversidad– está teniendo efectos demoledores en la vida cotidiana de la gente. Están cambiando costumbres, relaciones personales y sociales en la mayoría de la ciudadanía. A pesar de ello, los medios de (in)comunicación, la clase política y, sobre todo, la mayoría de los economistas casados intelectual y políticamente con la idea de crecimiento eterno e infinito siguen sin aceptar que todas esas crisis son solo las caras visibles de la crisis terminal de un metabolismo socioeconómico que, a pesar de lo que nos quieren hacer creer, lejos de formar parte de la existencia humana, son propias del capitalismo.
La ceguera es absoluta. Los principales agentes políticos y sociales parecen no ver que, mientras “la economía crece”, los bosques siguen encogiéndose (confunden plantaciones de árboles con bosques), los mantos freáticos bajando, los desiertos expandiéndose, los suelos erosionándose y empobreciéndose, las temperaturas subiendo y decenas de especies desapareciendo, las tasas de extinción son espeluznantes.
La propuesta decrecentista ya no es una opción, estamos decreciendo, queramos o no, lo pintarán de todos los colores y lo camuflarán con todo tipo de trampantojos, pero el decrecimiento es un hecho, no solamente una teoría política y ecológica. La pregunta, ahora, es cómo va a ser y cómo vamos a afrontar ese decrecimiento, consecuencia del colapso del metabolismo socioeconómico en el que vivimos. Por mucho que el pensamiento urbano-occidental, (del que incluso los que nos gobiernan en esta comarca rural son deudores) se aferre a la tecnolatría y al desarrollo económico infinito, nuestro destino, si queremos sobrevivir como especie, será construir una economía de base agraria. Imagino la cara de cualquier urbanita tecnólatra y clasemediano ante semejante afirmación. Pero veremos que mueca se les queda cuando, no tardando mucho, la crisis alimentaria empiece a asomar en el horizonte.
La salida al colapso capitalista no es posible desde posturas socialdemócratas o keynesianas, toda la izquierda institucional. Las izquierdas, de raíz eurocéntrica, no están dispuestas a revisar su colonialismo, en tanto en cuanto le ha permitido construir el Estado de Bienestar. Por otra parte, en el ámbito de organización político-social, a lo único que aspiran es a regular las relaciones sociales y “el mercado”, con el exclusivo objetivo de que la inversión pública sea el motor del crecimiento económico. No cuestionar el crecimiento, y no parecen dispuestas, es negar las leyes físicas y de la termodinámica, y seguir incidiendo en el engaño, no hay materiales para continuar manteniendo la mentira, ni con lavados “verdes” sin base sostenible real será factible ¿Cuándo se asumirá este hecho y sus consecuencias? Los tiempos del desarrollo sostenible quedaron ya muy atrás, ahora ya es tarde, el dilema es como vamos a revertir la situación actual, cómo minimizar los daños que trae adheridos el colapso de las sociedades industriales. No enfrentarse a esa realidad es seguir dando alas a las soluciones simplistas, autoritarias, patriarcales, xenófobas y racistas de los populismos de corte ecofascista.
Tampoco se trata de promover una forma de autogestión de la enajenación capitalista. Abolir la propiedad privada de los medios de producción no constituiría un cambio suficiente. La subordinación del contenido de la vida social a la forma-valor y su acumulación podría reproducirse de una manera “democrática” y en una “sociedad sin clases”, sin que por ello resultara menos destructiva. Por ejemplo, una fábrica autogestionada por sus obreros -el viejo sueño de la izquierda- pero que necesita encontrar éxito en un mercado competitivo tomará decisiones similares a la de una fábrica dirigida por capital privado. La culpa no es ni de una estructura técnica, como tal, ni de un modelo de gestión, sino del sujeto automático que es el valor.
Nuestro destino si queremos sobrevivir como especie será construir una economía de base agraria
Por otra parte, las propuestas que siguen ofreciendo desde la ecología reformista, tanto los conservacionistas como preservacionistas, siguen basadas en una visión antropocéntrica: el medioambiente y la naturaleza debe ser usado y protegido al mismo tiempo. Para estas corrientes, la naturaleza no tiene derechos, más allá de que sirve los intereses de los seres humanos. Algo que ya le han comprado, incluso, algunos sectores del neoliberalismo. Ecología reformista es, también, la lucha contra la contaminación y la disminución o desaparición de recursos bajo un enfoque pragmático. Algunos de sus simpatizantes la ven, incluso, como una oportunidad de mercado. En el Bierzo, son mayoritarios, incluso entre el sector del «ecologismo espiritual”.
Otra de las falacias, o marketing verde, que los reformistas de todo signo y condición ofrecen como solución es eso que han dado en llamar “economía circular”. Y digo falacia porque para que una economía sea realmente circular debe circunscribirse dentro de las tasas de reproducción de los recursos planetarios y eso es incompatible con el capitalismo. Sin embargo, nos la venden como que se trata de reducir un poco nuestros niveles de consumo, reutilizar lo más posible y reciclar olvidando, en este último caso, los consumos energéticos que los procesos de reciclaje llevan inherentes. Como ven, siempre queda la posibilidad de hacer como los pasajeros del Titanic y quedarse abordo mientras la música sigue sonando y fingir que, con ello, también se está pronunciando un juicio moral negativo acerca del estado de las cosas; pero tal juicio queda en mero perifollo cuando ninguna contradicción logra ya sacudir ese mundo autista en el que viven.
Sé que criticar y cuestionar las tesis reformistas (no pierdo el tiempo haciéndolo con neoliberales y demás familias de ese espectro), en una sociedad polarizada y alienada, es una tarea difícil y un tanto incómoda. El carácter auto inmunizador y, digamos, un tanto supremacista moral, dificulta o hace imposible todo debate o discusión, al transformar sus afirmaciones en verdades de fe ante las cuales solo cabe creer o no creer. Pero renunciar a ejercer el derecho a criticar un sistema y una sociedad que ellos pretenden salvar no pienso sea política ni intelectualmente defendible. Además, en última instancia, “desarrollar” a los pobres para que se vuelvan como los ricos no sirve para nada, ni resuelve nada, ni soluciona nada -el clasemediano es un buen ejemplo- ya que la sociedad basada en la mercancía y el plus valor (beneficio) es el enemigo del género humano.
Ya avisaba Marx en El Capital de que, en una época donde los límites del crecimiento no eran ni siquiera una hipótesis: “el intercambio orgánico con la naturaleza empeora continuamente bajo el dominio del modo de producción capitalista”.