[LA OVEJA NEGRA] No solo es una crisis
GERMÁN VALCÁRCEL |El mundo que conocemos llega a su fin. En todas partes se están sentando las bases de un sistema autoritario sin precedentes, que se impondrá como sustituto del actual sistema político y económico, aprovechando el miedo, el caos y la incertidumbre propios de la transición a una nueva era. A pesar de que la vieja ecocida y genocida Europa está empezando a sufrir las consecuencias de ese final de civilización, el intento de consenso sobre la conclusión del ciclo histórico se vuelve imposible cuando se trata de identificar el cadáver. ¿Qué es lo que se está terminando? ¿De qué ciclo se trata?
El problema al que nos enfrentamos es el agotamiento (por no hablar hoy de la crisis climática) simultáneo de muchos recursos necesarios para el funcionamiento del metabolismo socioeconómico que hemos construido en un escenario de abundancia energética. Debido a ese agotamiento, la economía ha llegado a un punto en el que ya no puede seguir creciendo, el mecanismo en el que se sustenta ese metabolismo. Sin embargo, a pesar de las evidencias, medios de (in)comunicación, expertos, políticos -da lo mismo de que adscripción política- y funcionarios siguen insistiendo en propalar la ilusión de que solo terminó el periodo de prosperidad de un ciclo económico clásico y pronto habrá recuperación igualmente clásica. A pesar de que muchos empiezan a aceptar que la crisis actual es muy profunda e introducen todo género de salvedades sobre la recuperación, ya que los remedios que se aplican no logran resolver los problemas, únicamente están contribuyendo a agravarlos, de ahí viene la aceleración colapsista a la que estamos asistiendo.
Ya hace muchos años que múltiples intelectuales -Murray Bookchin, Immanuel Wallerstein, Dennis y Donatella Meadows y Jorgen Randers, entre otros- nos advertían que habíamos entrado en la fase final del capitalismo. Según ellos, en eso coinciden, el proceso se inició en los finales de los sesenta, principios de los setenta del pasado siglo y duraría unos sesenta años o setenta años, la situación actual nos confirma que sus tesis no eran descaminadas.
Cualquier observador de la realidad al que la necedad, o la alienación, no le tape el entendimiento, estará de acuerdo que existen evidencias muy claras de que el capitalismo muestra síntomas de que ya no puede acumular relaciones sociales de producción. Lo podemos constatar en las cifras de desempleo (en un país como el nuestro, el paro estructural se ha instalado por encima de los tres millones de personas, el 13,5%). Por otro lado, la inmensa acumulación que se registra, sin precedentes en la historia, ya no es capitalista -aunque se derive sobre todo de empresas capitalistas- porque ya no puede invertirse en relaciones capitalistas de producción. Lo que se está instalando es aún peor que el capitalismo. Se regresa a formas de despojo propias del precapitalismo, y se desmantela la fachada democrática, porque solo con autoritarismo, cada vez más creciente, se puede continuar con el despojo y la destrucción.
Solo con autoritarismo, cada vez más creciente, se puede continuar con el despojo y la destrucción
Con este panorama, lo que se conoce como derecha está ganando la batalla político-cultural, a base de soltar mentiras a fuego de eslogan, y realizar, sin discusión democrática, acciones que dictan intereses adulterados. Pero, sin embargo, muy consciente de que los límites de la globalización neoliberal se han convertido en los límites del capitalismo. De ahí su apuesta por los populismos nacionalistas autoritarios, como vía para instaurar el ecofascismo.
Incapaz de asumir que los fundamentos filosóficos y epistemológicos de la Ilustración han sido socavados, la izquierda de raíz eurocéntrica se muestra sumida en la inanidad y está siendo barrida de las instituciones que defiende, a pesar, o tal vez por ello, de traicionar una y otra vez a quienes dice representar y defender. Más antiliberal que anticapitalista, aferrada al crecimiento y al industrialismo como forma de conservar un ilusorio estado de bienestar que, realmente, depende de la apropiación de recursos y mano de obra de los países colonizados del Sur global.
La izquierda está siendo expulsada de las instituciones, a pesar de que sus políticas económicas no se diferencian en nada, al menos a nivel económico, de las posiciones más neoliberales. Por eso está perdiendo la batalla político-cultural ante la derecha: entre el original y una mala copia, la gente se decanta por el original. Mientras no asuma que las racionalidades de lo que termina no pueden emplearse para entender lo que ocurre y menos aún para construir otra realidad que no se limite a pretender ser más que una mera proyección de la anterior, su posición será subalterna. Renovar las maneras de pensar sería el primer paso para frenar los diferentes totalitarismos.
Seguir anclados en posiciones que sabemos no han funcionado, es seguir negándonos a reconocer los límites del planeta. Simplemente, no podemos seguir viviendo como hasta ahora, la cosmovisión eurocéntrica es la responsable de lo que está ocurriendo. Guerras, millones de refugiados, crisis climática, etc… todo forma parte de ese metabolismo socioeconómico cuya esencia es el crecimiento y eso es algo que ni derechas ni izquierdas ni tampoco algunos ecologismos cuestionan.
Un error que cometemos constantemente y que está sustentado en el eurocentrismo antropocéntrico es afirmar que la humanidad ha destruido el planeta, cuando en realidad es la cultura occidental contemporánea, una muy pequeña parte de la humanidad, quien la está llevando a cabo. Sostenía el filósofo norteamericano Derrik Jensen: “Cada acción que implica a la economía industrial es destructiva, y no deberíamos pretender que la energía solar fotovoltaica, por ejemplo, nos sacará de esto, ya que también exige minería e infraestructuras de transporte en cada punto del proceso de producción; y lo mismo puede decirse de cualquier otra tecnología de las llamadas verdes”. También José Manuel Naredo, padre de la economía ecológica en España, nos avisa: “El término desarrollo sostenible está sirviendo para mantener en los países industrializados la fe en el crecimiento y haciendo las veces de burladero para escapar de la problemática ambiental y las connotaciones éticas que tal crecimiento conlleva».