[LA OVEJA NEGRA] ¿Podemos? Con ellos nunca fue posible
GERMÁN VALCÁRCEL | Si algo han dejado claro las elecciones andaluzas es que, tras tres años de gobierno más progresista de la historia de España, no crece la hierba en las praderas de la izquierda, a pesar de tantos sacrificios ideológicos y psicoestéticos como han hecho. Ilusos, nos dicen, ¿no os dais cuenta de que no hay otra posibilidad dada la correlación de fuerzas?
Nuestras rebeldías, nuestras resistencias son, siempre, suplantadas en la disputa entre unos contra otros por lo único que realmente les interesa: el poder. Ellos, los que dicen representarnos, solo quieren nuestras luchas, nuestras reivindicaciones para servirse de ellas como trampolín para medrar, como escalera para acceder a los privilegios que da el poder.
Si quedaba alguna duda, ahí tienen a ese líder revolucionario, a ese felón de nombre Pablo Iglesias Turrión, poniendo de relieve el “realismo” en el que se ha instalado la izquierda institucional, cuando nos habla de «esa idiotez que decíamos cuando éramos de extrema izquierda: la lucha está en la calle y no en el parlamento». Será por eso por lo que el gobierno del que fue vicepresidente se prepara para tratar como terroristas y apalear a todo aquel que proteste contra la OTAN. Todo ello al amparo de su Ley de Seguridad Nacional. El señor Iglesias y sus cachorros y cachorras morados ya han ofrecido muchas muestras de su pulsión autoritaria, pero sobre todo han dejado claro que, en lo más profundo de sus corazoncitos de ratitas traicioneras, llevan un gulag.
Podemos, y sus distintas degeneraciones, han ofrecido en menos de ocho años todo un doctorado de cómo se desarticulan y domestican las protestas y las resistencias de abajo. Desde que entraron en las instituciones se han dedicado a construir un espacio público ideal para el sistema, desinfectado de conflictos y de pensamiento crítico, creando una disidencia controlada, convirtiéndose en una opción política dócil y claudicante, pero rentable en términos ideológicos y electorales para los que realmente mandan, pues difumina las clases sociales, naturaliza las diferencias económicas, enmascara las tensiones y desvía los problemas políticos.
Durante cuarenta y cinco años la izquierda reformista e institucional –primero el PSOE y después Podemos– y los sindicatos del régimen han dejado claro que solo son instrumentos para negociar el precio que se pone a nuestras vidas, a nuestro futuro, a nuestra soberanía. La izquierda institucional siempre ha sido útil para anestesiar, adormecer y desmovilizar la protesta. Los progres, la putrefacción moral de lo que fue la izquierda, reconvertidos en la cara amable del fascismo, siempre fueron más útiles al Régimen que la propia derecha. La historia de los últimos cuarenta y cinco años debería servirnos de lección y escarmiento.
Nada debemos esperar de una democracia nacida de un régimen criminal y podrido. Una democracia que está representada por una institución pútrida -la monarquía- y dirigida por políticos corruptos, empresarios estafadores, policías que torturan, y periodistas y todólogos a sueldo de ese poder depravado y disoluto. Una democracia en la que, mediante la violación y el saqueo de la verdad, se ha instalado el cinismo, el hastío, el miedo y la desconfianza, dando pie a que muchos, movidos por una fuerza interior irreprimible, empiecen a alzar el brazo y cantar cara al sol con la camisa vieja.
Entre la autodestrucción o rendirse, entre querer la nada o no querer, hay otra opción, elegir nuestro destino
Sí, admitámoslo, el fascismo anida en lo más profundo de nuestra sociedad, lo necesitamos para sobrevivir en este sistema genocida, ecocida y colonialista. Un fascismo que banaliza la vida como forma de exorcizar el vacío. El egoísmo, el cinismo y el espíritu de lucro es nuestra ideología, por mucho que hablemos de solidaridad o altruismo. Por eso crece en nuestro interior el microfascismo diario en el que vivimos.
Tal vez, al publicar en un medio comarcal, si pretendiera ser leído y convertirme en columnista de referencia, debería escribir sobre el viaducto que en una autopista de la geografía berciana se ha derrumbado; del incendio de la Sierra de la Culebra, o del odio, ignorancia, miseria y escoria humana que esparce VOX y sus hordas en la convivencia diaria. Pero servidor ya solo escribe como desahogo, además, tampoco pretendo convencer a nadie ¿Para qué? Si la mayoría de los improbables lectores no son capaces de reconocer en toda esta hipócrita y colosal mierda el colapso terminal de una civilización podrida. El derrumbe del puente, el incendio y la basura que esparce la extrema derecha únicamente son síntomas, no la enfermedad. Por otra parte, lo que ocurre en el Bierzo no es muy diferente de lo que acontece en otros lugares. Solamente que aquí es mucho más cutre y mediocre.
En el Bierzo, con una sociedad tremendamente pancista -no es casual que el PSOE gobierne en el 90% de sus municipios y en el Consejo Comarcal-, dominada “cultural”, social y políticamente por pensionistas, funcionarios, rentistas y clasemedianos (son los únicos que tienen voz, los de abajo bastante tienen con sobrevivir) seguir incidiendo en que si queremos solucionar los problemas debemos abandonar la ideología del progreso continuo, aceptar que la tecnología no va arreglara el desaguisado, en definitiva aceptar que debemos dejar morir nuestro actual modo de vida, es perder el tiempo.
Vivimos la víspera de lo que puede ser la mayor catástrofe de la historia de la humanidad. Ninguno lo hemos elegido, al menos de manera deliberada. Pero poco, o nada, podemos hacer por evitarlo. Para sobrevivir deberíamos aceptar la fatalidad de la situación actual, hacerlo no es nihilismo, sino el primer paso necesario para una nueva forma de vida. Entre la autodestrucción o rendirse, entre querer la nada o no querer, hay otra opción, elegir nuestro destino. Auto construcción consciente. Solo será posible avanzar si somos capaces de afianzar nuestro papel como artífices del futuro que nos espera y para ello es necesario deshacernos del ruinoso modo de vida que nos está autodestruyendo actualmente.
Ciertamente, da vértigo, aprender supone cuestionar todos los prejuicios y todas las certezas vigentes, relativizar, pensar críticamente. Por eso, en momentos como este, conviene recordar las famosas palabras de Spinoza al final de su Ética: “Por más que el camino que conduce a tal estado de sabiduría, parezca arduo, bien puede hallarse. Y arduo, ciertamente, debe ser lo que tan raramente se encuentra. Si la salvación estuviera en nuestra mano y pudiese conseguirse sin mayores dificultades. ¿Cómo podría explicarse que casi todos la ignoren? Pero todo lo excelso es tan difícil como raro”.