[LA OVEJA NEGRA] ¿Catastrofismo o la realidad que nos espera?
GERMÁN VALCÁRCEL | Para algunas personas, ciertas tesis que sostengo en esta columna, y en otros lugares, les lleva a calificarme de catastrofista. A servidor, que empieza a pensar que la Teoría de Olduvai es ya algo más que una hipótesis, francamente, es algo que no me molesta, al contrario, llevo la etiqueta con satisfacción y, además, defendiendo esos planteamientos me siento acompañado por gentes de enorme calidad humana e intelectual.
Aclaro, ser catastrofista -y lógicamente, decrecentista- no significa ser apocalíptico. Ese término se adjudica y emplea, con bastante mala intención, para desprestigiar y ridiculizar las críticas al criminal metabolismo socioeconómico engendrado por el capitalismo y la Modernidad. Los preceptos del Apocalipsis son religiosos, sin embargo, el catastrofismo se asienta en evidencias científicas, en la observación, en leyes físicas -como la termodinámica- en el estudio y el análisis de fundamentos biológicos y geológicos, y en el sentido común, algo de lo que carecen los postulados apocalípticos y, también, muchos de los que así nos califican.
Las tesis decrecentistas, nacidas de la cultura del entendimiento y del buen vivir, son un acervo cultural conectado plenamente con la realidad. Lo que defienden es simple, vivir con los recursos reales que disponemos, algo que ya hace más de la mitad de la humanidad y que, sobre todo en occidente, los atiborrados de antropocentrismo eurocéntrico, de estímulos competitivos y egolatría, de productivismo y consumismo, de cuentos meritocráticos, de tecnolatría y pensamiento mágico no saben hacer, y lo que es peor, no quieren hacer.
Detrás de las acusaciones de catastrofismo, lo que realmente se esconde no es más que una implacable batalla ideológica con el fin de justificar y mantener el expolio, la explotación y la acumulación, y tapar las externalidades negativas que genera nuestro metabolismo económico, tanto en el centro como en la periferia del sistema. Es, también, una de esas batallas políticas y culturales a las que tan acostumbrados nos tienen los sectores más privilegiados de las sociedades occidentales para seguir manteniendo su statu quo y el modelo de vida occidental. ¿Sus cómplices?: las cada vez más reducidas clases medias, esos mediocres mayordomos que apuntalan a oligarcas y estados. Eso si, mientras, no dudan en enviar al desempleo, la miseria o la muerte a cientos de millones de seres humanos en todo el mundo, agregando, cada vez más, a amplios sectores de las poblaciones del centro del sistema.
La propuesta que nos hacen tanto los defensores como los reformadores del actual metabolismo socioeconómico es cerrada y terminada y, aparentemente, está regida o tiende a la defensa de las sociedades democráticas y del “progreso”, creando el efecto engañoso, el efecto óptico, en definitiva, el espejismo de que solo hay una verdad, condición ‘sine qua non’ para acceder a un nuevo orden económico internacional. No nos dejemos engañar por la propaganda, por ejemplo, la guerra de Ucrania no es la causa de nuestros actuales problemas, es una de las consecuencias,
Los únicos portadores de buenas noticias, en este momento histórico que vive la humanidad, son los decrecentistas
No hay soluciones dentro del marco del capitalismo a problemas causados por el crecimiento -crisis ecológica, climática y humanitaria- de la actividad económica en los últimos dos siglos. El crecimiento necesario para sobrevivir ha topado con los límites del planeta. Dejémoslo claro, un “capitalismo decreciente” es un oxímoron, tan imposible como un “capitalismo ecológico”. Si fuéramos capaces de quitar el envoltorio de colorines de esta aparente sociedad abierta, veríamos que las propuestas que nos hacen son una suma de pasiones tristes y vacuas, y de pavorosas pobrezas, no me refiero ya estrictamente a las pobrezas económicas, aunque también, sino a las terribles pobrezas morales e ideológicas que encierra. Y es que las palabras justicia y democracia son de las más devaluadas de la jerga política y periodística, y cada vez que las oigan, por favor, una mano a la cartera y la otra al cerebro, porque la una o el otro peligran.
Debemos prepararnos para los enfrentamientos y los antagonismos que se avecinan. Esos antagonismos ya no coincidirán con las divisorias tradicionales constituidas por la lucha de clases. Hay que cambiar de paradigma, también en las “luchas sociales”. Seguir defendiendo “el estado de bienestar”, tal y como lo conocemos, es seguir instalados en las tesis colonialistas, es seguir luchando por el acceso a la riqueza bajo el ideal del capitalismo, sin cuestionar el carácter y naturaleza de esa supuesta riqueza. Para avanzar en el decrecimiento será necesario superar el productivismo, y los modos de vida correspondientes. Habrá resistencias en todos los sectores sociales. Dándose una vuelta por las redes sociales, cualquiera puede observar donde, curiosamente, son más fuertes.
Los únicos portadores de buenas noticias, en este momento histórico que vive la humanidad, son los decrecentistas. Existen graves problemas, y no debemos ni podemos negarlos. Pero las tesis decrecentistas son un camino, tal vez el único, de esperanza para la mayoría de la humanidad. No es, solamente, para los sectores más privilegiados de la humanidad, pero nos lleva a un lugar mejor.
Ahora bien, el decrecimiento no puede quedar reducido a justificar el creciente empobrecimiento de los sectores más vulnerables y bajos de la escala social, un riesgo cada vez más real. Una retórica de la frugalidad podría ser utilizada para dorar la píldora a los nuevos pobres y transformar lo que es una imposición en una apariencia de elección, ya lo empezamos a ver: compartir piso es cool -eso sí, ocupar pisos vacíos de bancos, financieras o instituciones es atentar contra la sacrosanta propiedad privada- ir a buscar sobras en contenedores es ecológico y solidario, los auto explotados son emprendedores. La elección es, a estas alturas, simple: o decrecimiento organizado o barbarie.
Por eso estoy convencido de que los tildados de catastrofistas somos optimistas bien informados, que amamos la vida y por ello nos resistimos a un sistema que, como sostenía Eduardo Galeano, “nos impone una verdad única, una única voz, la dictadura del pensamiento único que niega la diversidad de la vida y que, por lo tanto, la encoge, la reduce a la casi nada”