[LA OVEJA NEGRA] No hay cloacas del Estado, el Estado es la cloaca
GERMÁN VALCÁRCEL | Aunque conozco de antemano que la derrota es ya inapelable, sigo escribiendo esta columna desde la necesidad de comunicarme con los demás, con los otros. También para denunciar lo que duele, para intentar nombrar, según mi parecer y entender, cada cosa con su verdadero nombre y dar testimonio de nuestro tiempo, y de la infamia de unas elites corruptas y codiciosas que nos han estado vendiendo desprecio como costumbre, y ahora nos venden desprecio como destino. Unos dirigentes que no ofrecen más que violencia y miedo, y el derecho a mendigar como futuro, dentro de un metabolismo socioeconómico que disfrazado de democracia liberal y libre mercado, divide el mundo entre mercaderes y mercancías; la mayoría de la humanidad formamos parte de lo segundo. El valor de la mercancía ya sabemos quién lo pone, y cuando hay excedentes nada valen.
La miseria masiva es el precio que vamos a pagar para que “la economía” siga funcionando. Pagaremos los de abajo, como siempre, cuya identidad colectiva ha sido rota y degradada, mediante una guerra cultural que oculta la realidad, para imponernos modos de vida, escalas sociales y de valores, y pautas de consumo.
Ante la crisis civilizatoria que sufrimos, la naturaleza del sistema se empieza a revelar con toda crudeza en el centro mismo de él. Ya no solo en la periferia y en los suburbios del mundo. Lo ocurrido en Melilla nos lo demuestra. ¿Cómo mantener, si no, a raya a la creciente legión de desarrapados sin ya nada que perder? ¿Por qué no empezar a reconocer que nos importan muy poco esos muertos? Llevamos toda la vida mirando para otro lado, ¿por qué no seguir haciéndolo? Los clasemedianos occidentales, ese 15 % de la población mundial que se traga en torno al 35 % de los recursos del planeta, siempre podran hacer una donación a alguna ONG, además desgrava en la declaración de la renta, y así, seguir ejerciendo de trinchera y justificación a ese otro 7 % de la población que consume cerca del 45 % de todos los recursos.
La miseria de muchos amenaza la opulencia de pocos. Razones tenemos los habitantes de esta parte del mundo -enfermos de consumismo, ostentación y egocentrismo, atiborrados de objetos innecesarios, vorazmente lanzados al arrasamiento de los bienes del planeta- de vivir en estado de alarma. Las clases dominantes siempre han recurrido a la violencia como forma de sobrevivir. Para eso sirve el Estado, para justificar la violencia, su violencia, nuestra violencia ¿De qué otra manera podrían hacerlo sin cambios -algo a lo que no están dispuestos- en un sistema social cada vez más amenazado por el aumento de la pobreza y las tensiones sociales? La crisis sistémica está haciendo que se encoja el espacio disponible para la simulación y los buenos modales. Por eso, las izquierdas tradicionales, instrumentales e inocuas para el depredador sistema capitalista, expertas en las artes de la estafa política, resultan hoy en día anticuadas e inútiles para los amos, y las empiezan a arrinconar.
En este contexto de crisis multisectorial y civilizatoria, genera ternura e indignación -a partes iguales-, descubrir que la desolada feligresía podemita, con su sumo sacerdote, Pablo Iglesias, a la cabeza, han descubierto la existencia de montajes policiales y periodísticos. ¿O lo sabían, pero miraban para otro lado, porque no eran ellos los afectados? Sin ir muy atrás en el tiempo ¿recuerdan a Alfons? ¿Saben quién es Ruymán Rodríguez? ¿Recuerdan las operaciones Pandora y Piraña? ¿De verdad creyeron que en la estructura del estado y en sus aparatos iban a encontrar colaboración e instrumentos para cambiar las cosas? ¿Nunca dudaron los dirigentes de Podemos y sus aliados territoriales de los resultados electorales del 20 de diciembre de 2015? ¿Por qué no derogaron la llamada “Ley Mordaza” y reformaron el Código Penal? Las leyes que aprueba la derecha son intocables, las que aprueba la izquierda duran hasta que la derecha vuelve al poder.
La política y el periodismo se han convertido en estercoleros con múltiples vasos comunicantes
Lo que está ocurriendo no es nuevo, este es uno de esos momentos donde la mierda aflora a la superficie y el hedor se hace insoportable, pero dentro de unos días nos habremos acostumbrado y se volverá a guardar silencio, hasta la próxima desvergüenza. Entiendo que muchos ciudadanos dirijan su desprecio hacia Inda y Ferreras, pero se engañan si piensan que son unas simples manzanas podridas. Hay cajas y cajas de inmundicia. ¿Por qué creen que los políticos, hasta los de un poblacho como Ponferrada, tienen “responsables de prensa, redes y comunicación”? La política y el periodismo se han convertido en estercoleros con múltiples vasos comunicantes.
A servidor le viene a la cabeza una pregunta ¿por qué ahora? Recuerdo que Villarejo ya fue detenido en 2017, Inda y Ferreras llevan una década manipulando, intoxicando y mintiendo. Eran amplios sectores de las hordas podemistas y socialpancistas los que sostenían que La Sexta era la TV de la izquierda. No vengan ahora escandalizándose, ¿No saben que en este país la historia nos dice que los incómodos y peligrosos al sistema, los que de verdad lo combaten, tienen como destino la cárcel, el destierro, tanto el exterior como el interior, o una fosa?
Conociendo que uno de los rasgos fundamentales del “podemismo” es la victimización, como forma de lograr adhesiones acríticas, no puedo por menos que poner en cuarentena su indignación. Cuando se “escucha y se mira”, más allá del ruido mediático, se intuye la trampa. No debemos olvidar que hay que preparar la campaña electoral de Yolanda Díaz y su Sumar; volver a dar “esperanza” a quienes, pasada la campaña electoral, volverán a olvidarse de los que, todavía, vuelvan a confiar en ellos. Justificaran sus incumplimientos con la manida disculpa de la “correlación de fuerzas”. No se dejen engañar, estas gentes son, todos ellas, asalariadas bien remuneradas de la industria de la representación política, sustentadora del petrificado orden social vigente. Creo que ya todos sabemos cuál es la misión de la izquierda institucional, y de sus terminales oenegeras: cerrar los caminos a cualquier propuesta realmente transformadora. Para eso nació Podemos, por eso, todavía, los siguen necesitando.
Nos ha tocado vivir un tiempo desquiciado, repleto de supersticiones, de patrañas y de mediocridad, de catástrofes falsas y verdaderas, muchas de estas últimas causadas por las catástrofes falsas. Para orientarse en medio de tanta manipulación y supercherías, siempre viene bien leer a gentes como Italo Calvino que ya nos avisaba, en Las ciudades invisibles: «El infierno de los vivos no es algo por venir; hay uno, el que ya existe aquí, el que habitamos todos los días, el que formamos estando juntos. Hay dos maneras de no sufrirlo. La primera es fácil para muchos: aceptar el infierno y volverse parte de él hasta el punto de dejar de verlo. La segunda es arriesgada y exige atención y aprendizaje continuos: buscar y saber reconocer quién y qué, en medio del infierno, no es infierno, y hacer que dure, y darle espacio.»