[LA OVEJA NEGRA] Arden los Aquilanos, arde el lugar de donde vengo
GERMÁN VALCÁRCEL | Tenemos la dicha y la desgracia de morar en una comarca hermosa y atormentada, el Bierzo, de vivir un tiempo histórico que golpea duro. La destrucción de nuestro entorno, eso que llamamos medioambiente, es el precio que pagamos por el bienestar de unos pocos y la desgracia de muchos.
Hoy me voy a permitir utilizar este espacio digital -gracias “jefe”- para despistar y estrangular los fantasmas que por dentro me acosan. Para manifestar mi dolor y mi angustia; para compartir ese dolor y mitigar esa angustia; para compartirlo con los demás, con los otros, sobre todo con los humillados de esta tierra, con esos que seguramente ni leerán esta columna. Da igual, porque mientras la palabra camine, el dolor se aquieta y en tiempos como estos, donde la ambigüedad se parece demasiado a la mentira, a veces es necesario abrirse en canal. Llorar alivia.
Arden los Aquilanos y el Valle del Oza, esas montañas que vistas desde Ponferrada parecen de artesanía, como toda la geografía del entorno del Valle del Oza, son (más bien eran, aunque para mí siguen siendo) uno de esos paraísos sensoriales en los cuales todavía puedo rememorar los olores, ruidos, voces, sabores, colores y luces de mi infancia y de un ya perdido mundo rural, un espacio donde es factible recorrer recónditos valles donde la luz se estremece entre humeros, castaños y robles o escuchar el silencio en escondidas iglesias que despojan al tiempo de sentido, luz y silencio que rasgan la niebla que teje el olvido, un enclave en el cual, todavía, es posible encontrar pequeñas aldeas que nos transportan al desván donde aún subsiste el aroma de las utopías truncadas, rincones que evocan un tiempo y una civilización desvanecida donde la permanente comunión del hombre con la naturaleza marcaba el ritmo de su vida y, a pesar de las dificultades para sobrevivir, la gente tenía otro sentido de la vida, más humano, sencillo y solidario que el de hoy. Es el lugar de donde vengo, la tierra de mis antepasados, el lugar donde han nacido mis hijas y dos de mis nietos, posiblemente de los pocos o, tal vez, los únicos seres humanos nacidos en el actual siglo en esos valles y montañas que estos días están ardiendo.
Un hecho natural, un rayo, inicio el pasado fin de semana, uno de los incendios más devastadores que ha sufrido el Valle del Oza y los Montes Aquilanos. Podía dedicarme a denunciar y despotricar contra la incompetencia o las políticas ecocidas de las instituciones, esos carroñeros que siempre aparecen en las catástrofes para intentar sacar rentabilidad política o mediática, pero hoy no toca. El grado de indefensión de ese paraíso sensorial que son los Montes Aquilanos y el Valle del Oza merece un capítulo en cualquier tratado que se elabore sobre la doble verdad y el doble lenguaje que utilizan políticos y demás jetas, algunos disfrazados de verde, cuando quieren colocarnos alguno de sus fraudulentos productos.
Por eso, no me creo que quienes han abandonado a su suerte -o utilizado como negocio- esa zona rural puedan ser los que la vayan a sacar de la desolación, no es que dude de su habilidad ni de su inteligencia, de lo que dudo es de sus pretensiones y de su credibilidad. Es el escepticismo que bordea las buenas intenciones del que nunca fue capaz de demostrarlas. Es la desconfianza de quien ha visto como las protectoras leyes medioambientales en vigor llevan las trampas incluidas o no son aplicadas por quien debería hacerlo, para así poder convertir, rápidamente, en un parque temático de pago -turismo rural lo llaman-, o en un parque eólico es lo que realmente desean, una vez permutada su población de aborígenes periféricos por domingueros y turistas, pero hoy no tengo ganas ni fuerza.
Querer utilizar las emociones para movilizar a la gente, es abrir una botella de gaseosa y que salga el gas
Hoy, más que nunca, estoy convencido de que organizar manifestaciones de protesta no sirve de nada, seguir pidiendo a las instituciones que asuman responsabilidades, nada tiene que ver con nuestras necesidades reales. Sostener que, con procesiones laicas, tras los sumos sacerdotes de siempre, vamos a cambiar las cosas, me trae a la memoria aquellas otras procesiones de antaño pidiendo a la virgen que lloviera cuando arreciaba la sequía. Pretender que con este tipo de “acciones” vamos a cambiar, de por sí, la realidad, es un acto de soberbia, y lo que es peor, es seguir engañando a las buenas gentes que las hay. La conciencia de nuestras limitaciones es, en definitiva, una conciencia de nuestra realidad. En medio de la niebla de la desesperanza y la duda, solo es posible enfrentar las cosas cara a cara y pelearlas cuerpo a cuerpo, a partir de nuestras limitaciones, pero contra ellas. ¿De qué sirve salir en procesión si no es para desafiar el bloqueo que el sistema impone al mensaje disidente? ¿De qué sirve cargar contra una institución mientras silenciamos las leyes que aprueba otra? Cierto que la Junta de CyL tiene muchas responsabilidades, pero el gobierno del Estado es el que con sus leyes y sus programas de transición energética permite y justifica la instalación de parques eólicos en los parajes arrasados por el fuego, a la vez que posibilita tumbar las alegaciones que se basen en los valores ambientales, paisajísticos y naturales. Silenciar eso es sectarismo, seguir fomentado la polarización social y haciéndole el juego a los políticos. Para romper el cerco es necesario ser audaces y astutos, claros y atractivos. Las prisas nunca son buenas, se impone la reflexión. Querer utilizar las emociones para movilizar a la gente, es abrir una botella de gaseosa y que salga el gas, dentro de un mes la mayoría habrá olvidado el desastre.
Estoy cansado de escuchar a ese inconformismo políticamente correcto, a esa disidencia controlada que solo genera resignación, egoísmo e incomunicación, pero deja intacta la realidad; sin embargo, si sirve para blanquear y pintar de verde la imagen de esas instituciones con las que tanto gusta colaborar o hacerse fotografías. ¿Otra vez exigiendo plenos extraordinarios en los Ayuntamientos? ¿Ahora que no hay un pobre miserable a quien denunciar, Hay bemoles para llevar al ex juez ecocida ante los tribunales? ¿Hasta cuándo los eco pacifistas de pacotilla van a seguir ninguneando la labor de la UME, con su supremacismo moral? ¿Hasta cuándo vamos a seguir engañando a la gente, haciéndoles creer -ya nadie nos cree- que hacemos algo?
En esta jodida comarca, donde los egos de algunos y algunas son más grandes que las torres eólicas que quieren instalar en nuestros montes, la sociedad tiende a organizarse de tal modo que nadie se encuentra con nadie, y a reducir las relaciones humanas al juego siniestro de la competencia. La gente sola aplastándose los unos a los otros. ¿Por qué no nos empezamos a preguntar qué papel están cumpliendo los colectivos ecologistas como vínculo fraternal y de participación solidaria? ¿Para cuándo una reunión con los bomberos forestales, o con los trabajadores de Cosmos, Forestalia y LM Wind Power para explicar, no a través de los medios de comunicación, claramente qué modelo de sociedad se defiende? En el fondo, los aristócratas del ecologismo comparten, implícitamente, la filosofía clasista y burguesa de “el pueblo come mierda porque le gusta”.
Mientras no asumamos los gravísimos fallos, mientras algunos sigan anteponiendo su puñetero ego y confundiendo sus intereses personales con los colectivos, continuara bloqueada de antemano cualquier posibilidad de llegar a la mayoría de la población; mientras se siga colaborando con las instituciones, los dueños del poder seguirán realizando impunemente su proyecto de alienación colectiva a través de las instituciones “representativas” y los medios de comunicación masivos.