He dejado dicho a mis cada vez más escasos allegados que en mi lápida graben: «Ya lo entiendo».
Siempre he creído que el final de la vida es también el de un largo hilo de pensamiento pertinente, el de un trabajo artesanal repetido, quizás, cien veces antes, pero un día acabado por satisfecha su motivación. Así pienso el futuro de los pobres, de los honestos, el fin del mundo de las personas de bien. Generación tras generación…
Empero…
Para los malvados imagino un futuro en el que los científicos han encontrado al fin la forma de hacernos vivir por siempre a fuerza de experimentar con cerdos. Yo habré muerto, claro está, hace años, pero imagino ese futuro porque es un futuro en el que la vida sobre la tierra está a punto de desaparecer por culpa de las mismas compañías que dedicaron incalculables esfuerzos y recursos en salvar a los más ricos (naturalmente) de los estragos del tiempo. Me encanta pensar en la idea de un mundo habitado por privilegiados que, libres de muerte natural, se ven condenados a morir de un cataclismo imparable.
Un día eres eternamente joven y al día siguiente el Armagedón te atranca la puerta y sopla y sopla.
Un día eres eternamente joven y al salir de casa dos días más tarde no hay relato ninguno que justifique tus actos, ni tus pasos, ni tus dudas y eternamente no existes bajo un calor equivalente al de cinco mil microondas enloquecidos, que es lo mismo que no haber sido te pongas como te pongas. ¿Pensabas que la naturaleza no iba a responder, que sólo tú poseías el monopolio de la destrucción?
No imagino mejor fin del mundo que ese en el que los más ricos, los filántropos lapa, los funcionarios lapa, los alcaldes lapa, los artistas lapa tras esquilmar la piedra de los más pobres para financiar sus egoístas investigaciones, logran evitar la vejez y su oleaje pero causan el tsunami planetario que terminará definitivamente apagando el Sol.
— O sea… ¿Con todo?
— Los diamantes, TikTok, Bach… ¡hasta el gato!
Deseo, en realidad, que las élites lleguen a creerse inmortales antes de morir; porque eso hace que su muerte sea, al contrario de la mía (que será una muerte de pobre de Magaz de Abajo, liberadora), frustrante; tanto que quizás, quizás, represente el infierno mismo en un segundo último de confusión pánica.
Solo se puede ser eterno en algún lugar capaz de permitir que la eternidad viva, respire y se celebre como concepto y como sinónimo de poder. Y ese momento en el que el ser presuntamente eterno comprende que no es inmortal sin el contexto que destruyó para perpetuarse… ese segundo, esa claridad no deseada, me va a dar rabia perdérmela.
Ese segundo suyo tras el cual el olvido ha de dormirnos tan indistinguibles unos de otros como una gamba de otra en la superficie de mercurio (y para siempre juntos). Tan distinto del mío, ese segundo les deseo por diversión (relativamente) malsana, pero también por que se lo merecen, por que sería, de ser, la pizca de sal capaz de hacer graciosa la herida de su ambición como la de nuestro afán de revancha: una broma poética, (in)trascendente; como 300 mil millones de imanes de nevera cayéndose al suelo al unísono sin más explicaciones.
Ya saben: esas cosas que nos hacen ver lo rara que es la razón; mucho más rara y larga y vieja que un agujero negro o que el fin del mundo o que un diamante tan grande como la sierra de la Culebra.