[TRIBUNA] El fuego, maldición u oportunidad
LUIS CEREZALES | El fuego no solo calcina el paisaje y siembra la desgracia en las vidas, los bienes y los sentimientos de las personas, también abrasa la confianza en una clase política ignorante que es incapaz de profundizar en el problema para dar una respuesta de calado a este mal cronificado.
Los fuegos forestales se han convertido en una maldición recurrente que todos los veranos devoran miles de hectáreas de campos y bosques de nuestra nación llevándose por delante hogares, medios de vida, santuarios naturales, entornos paisajísticos, fauna autóctona y animales domésticos.
Los informativos nos muestran cada año las imágenes pavorosas de un repetitivo drama estival que cada vez se intensifica más en voracidad y extensión. En cambio el fuego no es una plaga bíblica ni un virus letal es, junto con el agua, la tierra y el aire, un elemento más de la naturaleza y además el único al que el hombre puede ponerle parcialmente coto.
Los humanos estamos totalmente indefensos ante la furia de los tifones, tornados, huracanes y temporales extremos, incapacitados para controlar inundaciones catastróficas, desprendimientos de montañas, colapsos de glaciares y la variación del nivel de los océanos, e inermes ante tsunamis, terremotos y vulcanismos.
Nada puede hacer el hombre por controlar estos fenómenos cuando la fuerza de la naturaleza se desata, salvo tratar de paliar sus efectos que ya denota la imposibilidad de luchar activamente contra el infortunio; una resignación que comienza a imponerse en el combate contra el fuego, olvidando que este fenómeno sí permite resortes de actuación para impedir que la pesadilla se perpetúe.
No nos equivoquemos, los fuegos forestales van a ir a más y cada vez serán más virulentos porque lo propiciaran las condiciones ambientales y el alimento de las llamas será más abundante. Esta y no otra es la realidad que tenemos por delante, un problema al que la nación deberá plantar cara con soluciones estructurales y no con medias tintas voluntaristas.
No se va a remediar con dotar de más medios a las brigadas de proximidad, ni con el arrojo o heroísmo de los habitantes, ni siquiera desplegado una UME reforzada como si el territorio fuera un gigantesco frente de batalla. No pasarán de ser parches ante un enemigo potente al que se ha estado armando irracionalmente durante décadas.
Vayamos al fondo con una clase elemental de primaria: El fuego es una reacción química entre un combustible y un comburente (oxígeno) con desprendimiento de energía en forma de luz y calor; reacción que precisa de una fuente de calor para producir la ignición.
El oxígeno (el comburente) no es posible eliminarlo del medio natural de manera generalizada y por tanto como componente omnipresente es inesquivable. Bien es cierto que su supresión momentánea es el mejor apagafuego instantáneo; la película Hellfighters que protagonizó John Wayne recrea la historia de Paul “Red” Adair que fundó una compañía para apagar pozos de petróleo incendiados mediante explosiones que eliminaban el oxígeno.
Un método empleado con éxito posteriormente en la extinción de los cientos de pozos incendiado por Sadam Hussein en su retirada tras la invasión de Kuwait. En cualquier caso tendría posibilidades tecnológicas para combatir los focos tempranos del incendio pero es inútil tratar de actuar sobre el comburente en los incendios extensivos.
Tampoco se van a resolver los incendios dando garrote a los pirómanos, ni empurando al autor de la chispa accidental de una máquina agrícola, ni montando operativos de la interpol para capturar al descuidado cretino que tira colillas a la cuneta, ni a los domingueros que dejaron el casco de vidrio que provocó la ignición fortuita.
Probablemente ha llegado el momento de plantearse una deforestación racional de España
Así las cosas, solo es posible actuar sobre el último componente: el combustible. Ya sé que no descubro nada y que me adentro en los lugares comunes y en los tópicos al uso como: el fuego hay que apagarlo en el invierno; hay que meter rebaños de cabras y ovejas para limpiar el monte; hay que tener contratado todo el año a las brigadas forestales; hay que dejar que los lugareños limpien de maleza el entorno….
Mucho me temo que ya es demasiado tarde para que esas medidas bienintencionadas pero parciales sean suficientes. El cambio climático, cuyo origen dejo a gusto del opinante, es un hecho constatable y el medio agroforestal predominante en la península Ibérica cada día se revela como más incompatible con su agudización.
La política forestal inaugurada en el siglo XX patrocinada con contumacia por los diferentes gobiernos consiguió hacer de España el segundo país europeo con más bosques, un hito histórico que no debe impedir reconocer que ese logro se ha tornado lesivo, inviable y sin futuro.
El clima mediterráneo sea en California, Australia, Sudáfrica, Chile o en los países ribereños del mar que le da nombre, marcan la geografía de los incendios recurrentes. Y es lo mismo que sea el clima mediterráneo típico que el continentalizado o el oceánico; tanto da Mijas como Las Hurdes, la Sierra de la Culebra, El Bierzo o Boiro, el fuego los asedia por igual.
La mítica ardilla que cruzaba de Roncesvalles a Tarifa sin pisar el suelo siempre fue una ensoñación ansiada para quienes conocimos el interior del país rapado en un mosaico de secarrales, pre-desiertos, barbechos y míseros secanos. A todos nos gusta un territorio arbolado, verde, fresco y con vitalidad vegetativa.
Por eso cuando se comenzaron a invadir los territorios de piedemonte repoblando colinas, valles y estribaciones de las cordilleras hasta las medias alturas con plantaciones de coníferas en apretada formación marcial, apenas nadie protestó por transformar el tradicional paisaje agrosilvopastorial en los bosques clónicos que hoy arden sin remedio.
Primero se sacrificaron los montes de utilidad pública con los consorcios del Patrimonio Forestal del Estado y el ICONA, después el trasvase de la población a las ciudades hizo el resto facilitando que las tierras de labor y las praderas fueran repobladas hasta acorralar a los pueblos vacios.
No solo trasformaron una forma de vida, tambien fagocitaron los campos de labranza y los pastizales, secaron manantiales y arruinaron los sotos de frondosa de frutos y maderas nobles; y a los que se resisten los cercan con su inquietante proximidad siempre cortejada por el fuego.
Una proximidad peligrosa para la biodiversidad y el patrimonio histórico artístico refugiados en entornos susceptibles de ser alcanzados por las llamas de estos bosques pirómanos; el incendio de los Sabinares de Arlanza y el milagroso salvamento de Santo Domingo de Silos son un ejemplo que desgraciadamente no será el último.
Probablemente ha llegado el momento de plantearse una deforestación racional de España; declinar de ese ranking de bosques en el que solo Suecia nos gana en Europa, y apostar por otro modelo más adecuado a los tiempos climáticos que vivimos y que vivirán las generaciones venideras. La lucha desigual contra el fuego solo tiene un camino: quitarle alimento al voraz apetito de las llamas.
El pellejo de la vieja Iberia necesita mudar su epidermis para devolver salud al cuerpo de la nación. Ese es un proyecto de país, en el que no se trata solo de motosierra sino de replantear una nueva relación de los españoles con su medio natural. Un desafío desencadenado por el fuego recurrente, que puede alumbrar un nuevo tapizado territorial que dé lugar a otros procesos cargados de futuro para la nación.