[LA OVEJA NEGRA] Un mundo que no entendemos
GERMÁN VALCÁRCEL | Estamos embarrados en la realidad. Se nos pega como un vestido imposible de arrancar. En un mundo que se jacta de flexibilidad y fluidez, la realidad se constituye paradójicamente como una materia cada vez más densa más espesa.
Su complejidad reticular termina siendo sinónimo de omnipotencia tentacular. Se multiplican las trampas que obligan a vivir en la urgencia permanente, sin más perspectiva que la adaptación a unos procesos globalizados que, parece, nadie puede modificar.
Nos encontramos atrapados dentro de un sistema de cohesión social que no controlamos, no lo controlamos y no lo podemos controlar porque el vínculo social de nuestras actividades crea una dinámica que se separa de nosotros. Esa dinámica es la búsqueda de ganancias (la producción constante de plusvalías, Marx dixit) y el vínculo, la atadura es el dinero.
La sociedad capitalista no es un modelo social impuesto con el azote, sino por medio del dinero, lo cual no impide que no generen dolor y rabia como si fuera el azote el que predomina, pues el dominio del dinero es el dominio del estrés, del desempleo, del sentimiento de fracaso, de la dura desigualdad. Un modelo de sociedad que nos ignora, nos convierte en mercancía (dinero), nos dice que somos solo objeto de la historia, no sus sujetos. El capital es el capital, el capital es una forma de organización social voraz, destructiva, explotadora, que está destrozando el planeta y las condiciones para la existencia humana.
Hasta hace escasos años, la actividad humana no tomaba en cuenta las repercusiones que sus acciones tienen en el medio social y físico que les rodea. Es decir, las actividades económicas han estado desvinculadas del medio natural y el libre acceso a los bienes y servicios medioambientales ha sido, además, el causante del abuso en su uso.
En el primer tomo de Das Capital, Karl Marx analiza los orígenes de la industria moderna desde la acumulación primitiva de capitales que dieron lugar al capitalismo actual: “El descubrimiento de oro y plata en América, la extirpación, esclavización y entierro en minas a los habitantes nativos, la conquista de las Indias Orientales, la transformación de África en un laberinto de cacería comercial de pieles negras, alumbran el amanecer rosado de la época de producción capitalista”. El extractivismo, los metales preciosos americanos fueron la base de la riqueza y abrieron el camino para que nuevas personas se lanzaran a nuevos negocios, una nueva clase mercantil y capitalista se formo. Los imperios coloniales fueron cruciales en la formación de la economía capitalista mundial y así seguimos.
Estos acontecimientos son los momentos principales de la acumulación primitiva. La plata extraída de Potosí fue la que hizo posible la actual economía mundial, los indígenas extraían plata a modo de trabajo forzado o en quechua «mita», es decir, sin paga. Debían caminar hasta Potosí desde distancias de cientos de kilómetros, laboraban más o menos un año de cada cuatro (aunque por ley debía ser un año de cada siete), y entraban allí el lunes por la mañana para no volver a salir hasta el sábado. Cincelaban una tonelada y cuarto de mineral, cargándolo en sacos de 45 kilos para transportarlo por laberínticos y estrechísimos caminos y escaleras hasta el túnel principal, todo bajo tierra. En las primeras décadas, la mina tragó cuatro de cada cinco mineros.
Pretendemos salvar el planeta limpiándonos el culo con toallistas húmedas, y poniéndoles a nuestros hijos pañales fabricados a partir de celulosa
Ese es el origen de la actual sociedad. Pero actualmente, a diferencia de aquella época, vivimos en una sociedad en la que las formas de imposición han cambiado pero la intensidad sobre nuestra vida cotidiana está determinada por intereses que nos son ajenos. Sostenía Voltaire que “la civilización no suprime la barbarie, sino que la perfecciona el supuesto paraíso acaba convirtiéndose en la peor pesadilla que podía haberse imaginado. Mientras en el siglo XIX europeo los mecanismos de dominación hacia las clases subalternas se articulaban en gran medida sobre el analfabetismo de masas, la superchería religiosa y la coerción física. Avanzado el siglo XX, mediante el pacto social, la colaboración de clases y diferentes modalidades de alienación cultural.
Toda esta larga introducción viene a cuento para expresar las enormes dudas que me genera el actual movimiento de lucha contra el cambio climático: se denuncian la consecuencias, pero no se ponen sobre la mesa las causas que lo ha ocasionado, no escucho denunciar al auténtico causante de la catástrofe en la que estamos inmersos, que no es otro que el colonialista y extractivista sistema capitalista. Por eso servidor considera que las palabras del activista brasileño, precursor del activismo ecosocial Chico Mendes asesinado el 22 de diciembre de 1988 siguen siendo totalmente validas: “La ecología sin lucha social es simplemente jardinería”.
Nos resulta relativamente sencillo denunciar a unos dirigentes absolutamente genocidas y ecocidas como Bolsonaro y Trump, pero el problema real somos nosotros que no aceptamos ponernos delante del espejo y decir la verdad, asumir que nuestro modelo de vida, todo él, es el que ha devastado, aniquilado, demolido, exterminado o está en vías de hacerlo, desde la atmósfera y la hidrosfera hasta los seres vivos con los que convivimos.
Si queremos ser intelectualmente honrados, si de verdad pretendemos salvar el planeta debemos decir que los coches eléctricos no son vehículos «cero emisiones», eso lo sabe ya hasta la UE. Ni que tampoco es sostenible seguir circulando por los 200.000Km de carreteras asfaltadas hechas con derivados de petróleo. Ni tampoco podemos seguir recibiendo 82 millones de turistas cada año, el 80% de ellos llegados en avión y que generan el 17% de nuestro PIB y más de dos millones de puestos de trabajo.
También deberemos decir que las renovables (eólica, solar) son generadores no renovables que capturan energías difusas para producir electricidad, con mecanismos construidos con energías fósiles. Ni que en nuestros mejores sueños vamos a producir tanta electricidad renovable como para sustituir el parque actual de vehículos de combustión por eléctricos; además de que las reservas planetarias de algunos elementos como el litio, el cobre, el cobalto y la plata no dan para ello, con lo cual debemos renunciar a otro 20% del PIB y a más de un millón de puestos de trabajo.
Pretendemos salvar el planeta limpiándonos el culo con toallistas húmedas, y poniéndoles a nuestros hijos pañales fabricados a partir de celulosa, tampoco queremos renunciar a nuestros viajes a países exóticos, queremos salvar el planeta sin descarbonizar nuestra economía, sin des mercantilizar nuestras relaciones sociales y humanas, sin descolonizar nuestras mentes. Pretendemos salvar el planeta sin cambiar nuestro modelo económico que se sustenta en un crecimiento continuo, sin renunciar a nuestros niveles de consumo, en definitiva, pretendemos salva el planeta sin cambiar de paradigma y ello no es posible. Pero lo que si es totalmente cierto y necesario es que, o hacemos algo, y rápido, o nuestra supervivencia como especie está en peligro eminente.
Sostenía entomólogo y biólogo Edward O. Wilson, en su libro La conquista social de la Tierra que «el verdadero problema de la humanidad es el siguiente: tenemos emociones paleolíticas, instituciones medievales y tecnología de dioses».