[LA OVEJA NEGRA] El futuro ya está aquí
GERMÁN VALCÁRCEL | Hacerse preguntas constituye la diferencia entre someterse al destino y construirlo, entre andar a la deriva y viajar. Cuestionar las premisas incuestionables de nuestro modo de vida es lo mínimo que debemos a nuestros congéneres, para ello es necesario el pensamiento libre.
Contra el pensamiento libre siempre se han formulado todo tipo de términos revestidos de prestigio: ética, rigor, respeto, inocencia, ley, justicia, disciplina, etc. Bajo ellos, la mayoría de las veces no se ha ocultado nunca otra cosa que no fuera la coacción o el aplastamiento de las libertades.
El uso de la libertad de pensamiento me ha llevado a convertirme en un pesimista. “El pesimismo del intelecto, el optimismo de la voluntad”, atribuido a Gramsci, se ha convertido en uno de los clichés de todo buen izquierdista. Siempre entendí que sugiere que debemos tener un conocimiento de lo mal que están las cosas, sin perder la esperanza.
Les soy sincero, a estas alturas no creo en ninguna apuesta desesperada por el optimismo. Mi pesimismo es tanto intelectual como voluntario, y se sustenta en la observación de lo que veo a mí alrededor. Me niego a asumir que las mentiras y medias verdades se conviertan en materia de fe. ¿Para ser optimista se me pide fe para creer lo que no veo?, me niego al consumo de bicarbonato para poder digerir algunos relatos consistentes en disfrazar lo evidente. Suele ocurrir en esta sociedad donde la servidumbre voluntaria es una forma de vida. Aquellos que intentan mirar más allá de las sombras y mentiras que nos llegan desde arriba difícilmente serán aceptados y comprendidos por las masas domesticadas por la demagogia de los que se han adueñado de nuestras vidas y nuestro pensamiento.
Ahora que es patente que nuestro modelo se agota, ahora que los límite de disponibilidad, tanto de materiales como de diversas fuentes energéticas, está generando cortacircuitos dentro de las cadenas de producción globales y son ya innegables y no se pueden tapar, ahora que las risas y burlas de los que tomaban a broma los avisos de que ese agotamiento se encontraba cercano, se han tornado en angustia y ansiedad, ¿alguien cree que es posible tener alguna esperanza cuando privilegiamos el conflicto, el desencuentro, el antagonismo y el señalamiento? ¿Con estos materiales es posible construir esas comunidades políticas y afectivas tan necesarias para recorrer el duro tránsito que nos espera en este contexto lleno de incertidumbres? ¿Se puede tener alguna esperanza en una salida colectiva cuando ante el naufragio político, económico, social y antropológico que vivimos los totalitarismos son los caminos que elegimos?
No veo ninguna clase de condición, ni ganas, de intentar revertir la situación. La sociedad actual, cobarde, servil, incapaz de ninguna idea que vaya más allá de su pesebre, repleta de desclasados clasemedianos, defensores y policías de la corrección política al servicio del statu quo vigente y dispuestos a crujirte se pretendes alterarlo -sobre todo los que trabajan para la administración, evidentemente hay excepciones que confirman la regla-. Son muy pocos los quieren explorar lo desconocido; lo conocido, aún ruin y mediocre, todavía satisface y compensa a todo lo demás.
Pero por mero instinto de supervivencia, para evitar en lo posible la barbarie y aunque el contexto es difícil, sigo pensando que es necesario seguir luchando, desde la desolación, sin esperanza, tratando de convencer a quienes tenemos más cerca de nosotros que es necesario organizarnos, crear redes de resistencia y apoyo mutuo (“La vida es una unión simbiótica y cooperativa que permite triunfar a quienes se asocian”, sostiene la bióloga Lynn Margulis) eso sí, al margen de los que nos han privado de futuro decretando la dictadura de la teología neoliberal y la injusticia como norma, pero también de los abundantes oportunistas que siempre aparecen (lo ocurrido con el 15M debería servir de vacuna) desvirtuando cualquier resto de cultura emancipadora o simplemente contestataria.
Es necesario escapar de los eslóganes y las papillas infantiles ideológicas que partidos y medios de comunicación nos administran
Las sociedades occidentales, Europa más concretamente, subidas en los tacones postizos de su supremacismo cultural, político y tecnológico, no quieren asumir -o son incapaces de verlo- que nos encontramos al borde del precipicio, y los pocos que parecen dispuestos a reflexionar, y aceptan que la situación es grave, creen que las tecnologías nos permitirán sobrevolarlo. Pero si queremos encontrar alguna salida civilizada lo primero es tener el valor suficiente para no sortear la realidad.
Es necesario escapar de los eslóganes y las papillas infantiles ideológicas que partidos políticos y medios de comunicación nos administran a diario para construir un nuevo imaginario político, porque si no lo hacemos no seremos capaces de descolonizar nuestro pensamiento ni podremos combatir un sistema que marca el valor de la vida, los productos y servicios no en las necesidades de las personas, sino en el poder de compra de las mismas.
El sistema socioeconómico en el que vivimos solo persigue acumular capital y generar “beneficios” para una minoría cada vez más pequeña, exprimiendo la vida, despreciando la honestidad, recompensando la falta de escrúpulos, alimentando la violencia, destruyendo la naturaleza convirtiéndola en una mercancía, y sosteniendo que la injusticia es ley natural. Así es como el capital se ha convertido en agente hegemónico, transformando al resto de agentes, en especial la vida humana, al resto de especies y a la naturaleza, en subordinados a sus objetivos. En definitiva, el capital se ha adjudicado la capacidad de dar el derecho a la existencia.
A pesar de estar herido de muerte el capitalismo globalizado, y no tener salvación, no significa que vaya a ser su final, todo indica que va a intentar seguir articulándose a niveles más locales, y lo peor, con visiones bastante terroríficas y feudales que legitimaran y naturalizaran, ahora a niveles más cercanos, la explotación, la opresión, la violencia estructural, la humillación, o la desposesión que el colonialismo lleva cinco siglos ejerciendo. Sin ir más lejos, en un lugar como el Bierzo, esta misma semana, hemos recibido la visita de dos ministras del actual gobierno; han llegado –con la connivencia y el baboso apoyo de los politicuchos locales y provinciales- para blanquear y subvencionar un proyecto empresarial conocido por sus curiosos métodos y su peculiar forma de entender las relaciones laborales.
Leer y escuchar las crónicas periodísticas de dicho “evento”, y compararlo con las “informaciones” que los mismos medios ofrecieron sobre algún accidente laboral ocurrido en esa factoría -o de qué forma se ejercen los derechos laborales y sindicales en dicha empresa- también explica cómo funcionan las cosas en esta perdida Comarca Circular y, si no ponemos remedio, cuál es el futuro que nos espera.
Pero por esta tierra no parece ser relevante, ni tenerse en cuenta el uso, gestión y apropiación de los recursos públicos, ni merecen ser considerados la utilización que de las personas y la naturaleza hacen estos insignes y emprendedores empresarios -sonrojante la “felación” que les hace el líder del partido más localista de la Comarca-. Al fin y a la postre, en las dinámicas capitalistas ambas cosas -personas y medio ambiente- se pueden comprar y vender, y en el Bierzo ya es algo que hemos sufrido con anterioridad. Además, sus gentes están muy acostumbradas a este modelo de empresarios. Los cronistas locales conocen bien a sus lectores, oyentes y anunciantes, y dan los productos que les ayudan a tener audiencia y clientes. Ya nos lo dijo el periodista y escritor polaco Ryszard Kapuscinski: “Cuando se descubrió que la información era un negocio, la verdad dejo de ser importante”.