[LA OVEJA NEGRA] Fiesta Nacional: el blanqueo del colonialismo
GERMÁN VALCÁRCEL | La celebración, el pasado día doce, de la Fiesta Nacional, heredera del Día de la Raza, es una muestra más de como este país sigue instalado en la gigantesca mentira histórico-política con la que hemos comulgado o fingido comulgar desde la muerte de Franco. En esta democracia otorgada y acomplejada, nacida de los despojos de la dictadura, todos los cambios, habidos desde la muerte del dictador, han sido simplemente estéticos o meramente nominales. La Fiesta Nacional es un buen ejemplo, se cambia de nombre, pero no se cuestiona el fondo.
En España, no ha habido la más mínima “desfranquización” política ni social. Los símbolos del franquismo perviven visibles. Donde más instalados los encontramos es en la casta política, en su miserable forma de ejercer la acción política, en la manera de relacionarse con sus siervos-votantes, en el uso que hacen de las instituciones. Por mucho que algunos crean que, por haber gobernado el PSOE, durante más de la mitad del periodo posfranquista, hemos avanzado, se engañan, todo se reduce a un tuneado.
Precisamente, en ese trampantojo, en las mentiras y medias verdades, de los que denomino socialpancistas, se encuentra el humus que alimenta a la extrema derecha. Hace tiempo, llegue a la triste conclusión que uno de los problemas más graves de este país tiene un nombre: PSOE. Ese excremento, nacido en las cloacas de la CIA, financiado por la socialdemocracia alemana y pensado para desarticular cualquier intento de instaurar una democracia plena.
La actual “cultura política” es el resultado de la mutación generada por la alianza de los franquistas -el impúdico espectáculo que están ofreciendo con la renovación del Poder Judicial, los retrata- con ese siniestro partido político -hay ciegos que siguen sosteniendo que el PSOE es una organización de izquierda- que, en aras de una supuesta modernidad, enterró todos los valores éticos de la izquierda de este país. Esa izquierda social que soñaba con una sociedad donde los de abajo pudieran crear espacios propios, fue transformada en una sociedad de desclasados, individualistas y ostentosos clasemodianos, consumistas, mitómanos adictos a los “viajes culturetas” o de pulsera con todo incluido, para los que el ascenso social y económico, a cualquier precio, es el único objetivo. La española ha terminado siendo una sociedad cuya cultura dominante está basada en el expolio, la apropiación de lo común y de lo público, y el robo justificado con el “tú más”. Una sociedad envenenada, embrutecida y polarizada por políticos, tertulianos y periodistas, de todo signo.
Este caldo de cultivo ha generado un país al que, mayoritariamente, les resulta incomprensible que, para los pueblos originarios de América, nuestra Fiesta Nacional sea un día de dolor y recuerdo, y que sientan la celebración como el blanqueo de expolios, violaciones, saqueos, opresiones y exterminio. ¿Tan difícil es de entender? deberían preguntarse ¿Por qué, entonces, la derecha se sube por las paredes con los homenajes a los etarras, y la izquierda con las conmemoraciones franquistas? Que la derecha defienda esa visión de la historia no me sorprende. Sus delirios supremacistas tienen hondas raíces en la Historia colonial y, además, son la hoja de ruta del neocolonialismo para continuar con el expolio.
La española ha terminado siendo una sociedad cuya cultura dominante está basada en el expolio
Si soy sincero, tampoco me sorprende escuchar a políticos de “izquierda”, hablar de las bondades y maravillas que desde España dimos a los salvajes oriundos, ni que, nuestros desclasados progres se irriten, cuando se les dice que el estado del bienestar que, con tanto celo reivindican, lo pagan los pueblos del Sur Global. Ellos ejercen el colonialismo con otros métodos: donan fondos a oenegés de ayuda al desarrollo, Médicos sin Frontera, Save the Children, o participan en campañas para financiar a barcos que recojan a algún inmigrante a punto de morir. Eso sí, cambiar el sistema que ha generado esas situaciones, eso no lo ven, se perderían la posibilidad de seguir siendo “sostenibles” “internacionalistas” “feministas” y la posibilidad de hacerse selfis, en lugares devastados por guerras, con las que lograr recursos que permitan seguir con nuestro cómodo modo de vida, para luego colgarlos en sus perfiles de Instagram. La perversión “progre” la retrata Eduardo Galeano en El libro de los abrazos: El colonialismo visible te mutila sin disimulo: te prohíbe decir, te prohíbe hacer, te prohíbe ser. El colonialismo invisible, en cambio, te convence de que la servidumbre es tu destino y la impotencia, tu naturaleza: te convence de que no se puede decir, no se puede hacer, no se puede ser.
La visión que del mundo tiene la progresía nos lo explicó Borrell, en una intervención pública muy reciente, cuando sostuvo que: “Europa es un Jardín, creamos este Jardín. El resto del mundo es una selva. Y la selva puede invadir el Jardín. ¡La selva tiene gran capacidad de crecimiento y ningún muro será nunca lo suficientemente alto para proteger nuestro jardín! Necesitamos intervenir la selva antes de que invada el jardín” . Con tan pocas palabras justificó el colonialismo y la barbarie perpetrados por Occidente, durante los quinientos últimos años, a lo largo y ancho del planeta, y nos deja claro que el capitalismo no es una economía, sino un tipo de sociedad (o formación social), aunque evidentemente existe una economía capitalista. En estos planteamientos, están todos delirios del supremacismo eurocéntrico y sirve para dar por buena esa supuesta superioridad civilizadora y moral, y es la justificación para seguir esquilmando el planeta entero. Luego hablan del totalitarismo, xenofobia y racismo de la extrema derecha.
Por eso siempre es recomendable leer a gente como Walter Benjamin, que trazó las líneas para establecer una peculiar forma de concebir la relación entre historia, violencia y derecho. Concibió una visión superadora del clásico problema entre iuspositivismo y iusnaturalismo y llevó a cabo una crítica de los supuestos compartidos por ambas perspectivas. Planteó que la historia debe estudiarse también desde el bando de los perdedores, incluso especular qué podría haber sucedido en el caso de que no se hubiera producido el conflicto y la disputa.
Reconocer el genocidio perpetrado a golpe de espada y cruz, y no obviar las barbaridades que instigó y provocó la Santa Madre Iglesia, reconocidas, incluso, por uno de los suyos, Fray Bartolomé de las Casas, por su voluntad de meter el hocico y asentar su poder espiritual y crematístico a toda costa en ese continente, es tan brutal y sanguinaria como el del mayor tirano de la historia. Sería el primer paso para acercar posiciones y la única forma de poder pedir que no nos achaquen a los tatatatataaranietos de los pobres aldeanos, miserables y particulares que no salieron jamás de su pueblo leonés, castellano, aragonés, extremeño, manchego, andaluz o riojano las miserias de aquella brutal conquista y del posterior expolio.
No obstante, debemos ser conscientes de lo que ya nos avisaba, a mediados del siglo pasado, en su Discurso sobre el colonialismo el escritor martinico Aime Césaire: «Los indios masacrados, el mundo musulmán vaciado de sí mismo, el mundo chino mancillado y desnaturalizado durante todo un siglo; el mundo negro desacreditado; voces inmensas apagadas para siempre; hogares esparcidos al viento; toda esta chapucería, todo este despilfarro, la humanidad reducida al monólogo, ¿y creen ustedes que todo esto no se paga? La verdad es que en esta política está inscrita la pérdida de Europa misma, y que Europa, si no toma precauciones, perecerá por el vacío que creó alrededor de ella». Estamos viendo que sus palabras se están volviendo proféticas.