[UNA HABITACIÓN AJENA] Cuidado con el cuidado
“Todo se ha invertido, ahora es mi hijita. NO PUEDO ser su madre”
(Annie Ernaux, No he salido de mi noche)
“Tu hermano me ha dicho que quieres que venga a vivir contigo, pero yo sé lo que ha pasado y quiero darte las gracias. Que dios te ayude, hija”
(Iván Ruiz Flores, Retrato de mujer blanca con pelo cano y arrugas)
“Si nos fijamos, por ejemplo, en el cuidado de los niños o de las personas enfermas y dependientes, los estudios reflejan que es realizado en un 84% de los casos por la familia. Ahora bien, esta palabra -familia- no es más que un eufemismo para referirse a una mujer: la esposa, la hija, la madre”
(Mª Ángeles Durán, La riqueza invisible del cuidado)
NELLY BOXALL | Julia y Juan son hermana y hermano, también son hija e hijo de Marina, una anciana viuda y dependiente que lleva varios años siendo una mujer golondrina, itinerando mensualmente entre los domicilios de sus hijos. Julia vive sola y Juan con su mujer, quien se ha estado ocupando del cuidado de su suegra cuando le tocaba el turno a su marido. Julia se jubila y su cuñada vislumbra la brecha por la cual huir del desequilibrio instalado en su relación de pareja a la hora de afrontar los cuidados, exponiéndole a Julia el desgaste y hartazgo a los que se ve sometida por la imposición del cuidado de su suegra. Que ya no puede más, vamos. Y Julia lo comprende, no sin antes espetarle que si fuese su madre no pensaría lo mismo, pero su cuñada le hace caer del guindo aclarándole que Marina no es su madre. El segundo shock viene de mano de su hermano, pues la solución que propone en el caso de que ella no quisiera hacerse cargo de su madre es meterla en una residencia. Juan en ningún momento se ha planteado ni se planteará asumir, como adulto e hijo, la responsabilidad del cuidado de su madre sin explotar a su mujer o a su propia hermana. Julia intuye que la alternativa de la residencia no es una salida y que esta circunstancia no haría más que empeorar el estado de su madre “tú la conoces, si la metemos en una residencia, se muere”. Es entonces cuando los mandatos de género comienzan a operar, haciendo oídos sordos a la advertencia de Celia Amorós “cuidado con el cuidado”.
Si les digo que la extraordinaria Retrato de mujer blanca con pelo cano y arrugas es una de las películas más violentas que he visto, me tacharán de desnortada o que, posiblemente, haya visto poco cine. Nada más lejos. Su preciosismo plástico, la precisa cadencia de sus escenas, un acertado manejo de los claroscuros, el ritmo lento de sus diálogos y un guion anodino en apariencia, impiden anticipar la bomba de relojería que es esta magnífica obra que ha logrado plasmar, como pocas, cómo operan los mandatos de género a la mínima oportunidad que se nos presenta. Porque Julia no sólo se llevará a su madre a vivir con ella, sino que rechazará la propuesta económica que, a modo de descargo, le ofrece su hermano para contribuir con los gastos del cuidador por horas que su hermana va a contratar. Surge la Julia heroína y sacrificada “con la pensión de mamá es suficiente”… pronto descubrirá que el agradecimiento de su madre es sólo en apariencia y que en su plantilla de comprensión del mundo corresponde a las hijas cuidar de sus madres, a las nueras de las suegras y exonerar a los hijos varones de cualquier tipo de obligación o responsabilidad, porque de la culpa y la mala conciencia imposible aliviar a quien no las padece. A Juan también le condicionan los mandatos de género, solo que en este caso le privilegian y no le suponen contradicción alguna, puesto que como hombre no será cuestionado por su inacción y como hombre siempre ha habido y habrá una mujer que le solucione la papeleta. Cuando su mujer se hartó de pagar el impuesto reproductivo, ahí estaba su hermana… Julia nunca ha querido ser madre y Juan siempre quiso ser padre. Julia se separó de su marido y Juan conserva su matrimonio… Quien quiera entender, que entienda.
A lo largo del metraje asistimos a una historia ya sabida, por vivida generación tras generación, de sensación de injusticia, ausencia de reconocimiento, renuncia a la propia vida, agravios comparativos, reproches, asperezas y crueldades sutiles unas veces, manifiestas otras. La indefensión aprendida va dando paso a la frustración y el rencor, que van invadiendo el día a día de Julia, incapaz de conciliar a la Julia hija con la Julia mujer, dando como resultado una Julia “vacía, conformista, la que ni hace ni dice nada que pueda hacer daño a su madre. La que le da luz”. Reacia a pedir ayuda, esperando que la adivinen y bloqueada para enfrentar la situación de manera asertiva con su hermano y con su madre, Julia encuentra una salida en la delgada línea que separa a la víctima del victimario. Que Dios te perdone, hija.