[LA OVEJA NEGRA] El ecologismo no siempre es Ecología
GERMÁN VALCÁRCEL | Los conceptos que manejamos en la reflexión individual y colectiva tienen una trayectoria que nos atrapa. Muchas veces no somos conscientes que expresan un marco de ideas y juicios de valor que nos sirven de guía, pero a la vez restringen, delimitan nuestro pensamiento y nuestra forma de actuar.
Siempre he intentado, desde este espacio de opinión, cuestionar y demoler esos conceptos que, dados por válidos, dificultan la reflexión crítica sobre el poder y el ecocida y genocida sistema político, económico y social al que seguimos aferrados.
Hace ya cincuenta años, una serie de científicos —pocos ciertamente— incluidos algunos ecólogos, nos avisaron de que el camino por el que transitábamos nos llevaba directos al precipicio, poca atención se les prestó. Medio siglo después, el planeta entero y todas las especies que en él vivimos estamos sufriendo las consecuencias —¿irreversibles?— de esa sordera.
Durante este medio siglo, y desde la caída del muro de Berlín, solamente los Foros Sociales y el movimiento altermundista, inspirado en las luchas zapatistas y otras luchas del Sur Global, parecieron tomar en cuenta esas advertencias, al cuestionar el dogma del crecimiento, el sacrosanto tecno optimismo y la globalización. Pero esos movimientos quedaron muy tocados, prácticamente finiquitados en Génova, simultáneamente al asesinato a tiros, el 20 julio de 2001, por parte de los carabineros, del activista italiano Carlo Giuliani, en el transcurso de las manifestaciones contra la Cumbre del G8.
Los movimientos sociales ligados a las izquierdas institucionales occidentales “reformatearon” los conceptos, se dedicaron a distorsionar y tergiversar esas advertencias, para hacerlos asumibles a las hedonistas clases medias y mantener en pie el metabolismo productivo vigente. Para ello segmentaron las luchas; ¿el objetivo?: salvar “el jardín occidental”, la supremacía de los estados neocolonialistas y los privilegios de los habitantes de esta parte del planeta. De nuevo, las izquierdas occidentales salvando el metabolismo socioeconómico e intentando preservar la “justicia social” de sus bases sociales, sobre las espaldas de los esclavizados y la explotación humana y medioambiental. Cuando lleguen a los gobiernos de sus neocolonialistas países, habilitarán partidas de “ayuda al desarrollo”, “políticas medioambientales” o financiarán oenegés.
Mucha ceniza ha llovido desde entonces, pero los años, y los fracasos, han terminado demostrando que desde las instituciones, desde los estados, nada se transforma. Los estados, a pesar de que la izquierda institucional nos quiere hacer creer lo contrario, no son más que un instrumento del capital para seguir con sus políticas extractivistas y justificar, el expolio del Sur Global, de las clases más bajas de las metrópolis, y depauperar, a cada vez más amplios sectores de las medias.
El Estado es un rasgo consustancial y necesario para el desarrollo del capitalismo. Les sirve para crear y ampliar espacios que permitan su reproducción y la acumulación. Necesita la represión y el militarismo —policía y ejército— para imponer y sacar adelante sus objetivos. Presuponer la existencia de antagonismo entre Estado y capitalismo es lo que ha terminado dejando sin alternativas ni ideas a la izquierda, convertida en un mero gestor de los intereses del capital.
En el contexto actual de declive y escasez energética se encuentra, como muleta del papel que juegan las izquierdas institucionales, una part del ecologismo —sé que hay muchos endemismos a lo largo del Estado español— al menos en el Bierzo. El ecologismo, tal como lo conocemos y actúa por esta tierra, la mayoría de las veces es un simple reclamo con el que distraernos, para que los actores políticos y económicos puedan lograr mejor sus objetivos y no cuestionemos las causas reales del deterioro y el saqueo que sufrimos.
Los estados no son más que un instrumento del capital para seguir con sus políticas extractivistas
En la comarca berciana, a ese sector del ecologismo y a toda la izquierda institucional, poco les hemos escuchado hablar de temas como el Peak Oil, o el cambio climático, es más, los primeros se dedicaron a zancadillear a un pequeño colectivo —“2020 rebelión por el clima”— que apuntaba en esa dirección. Esa izquierda que gobierna el municipio más poblado, Ponferrada —el 53% de toda la población de la comarca—, ha boicoteado una declaración institucional sobre el cambio climático. Respecto a lo relacionado con la crisis energética, la medida estrella será iluminar toda la fachada del Consistorio, eso sí, con bombillas de bajo consumo. A lo que sí se han aplicado es a lapidar y acusar de portadores de malas noticias y catastrofismo a quienes denunciaban sus políticas y su inacción.
Con las tesis decrecentistas empieza a ocurrir algo similar, esas izquierdas y los sectores ecologistas afines, reconvertidos en postcrecentistas —cuando hace menos de tres años tildaban esas tesis de incomprensibles, catastrofistas e inviables— se presentan y se ofrecen, ahora, como sus “gestores políticos”. Mucho me temo que solo pretenden, como con todo lo que tocan, “encauzarlo” —para buscar un puñado de votos y justificar los durísimos recortes y racionamientos que se avecinan— para mantener el circo de la “representatividad” —del que viven— y, mediante ese engendro de ingeniería social llamado doctrina de la polaridad, legitimarse. El 15M, y todo lo ocurrido a posteriori, nos debería servir de lección para no dejarnos embaucar, una vez más.
No todo es negativo en el Bierzo, también hay personas que, trabajando a pequeña escala, utilizando los conocimientos de la ecología científica y técnica, intentan sentar las bases desde las que afrontar los graves problemas medioambientales, energéticos y alimentarios en los que estamos inmersos, y ofrecer alternativas mediante la reconstrucción de ecosistemas degradados, la permacultura y la ganadería regenerativa. Otras, se organizan para crear grupos de apoyo mutuo y canales de distribución cercanos, al margen de los cauces establecidos. Esas personas están fuera del perverso juego y de la impostura que se gastan los que en ocasiones defino como ecologetas. Estoy convencido de que ninguna de ellas se siente nombrada o concernida por ese término. Como tampoco las plataformas vecinales (zancadilleadas, en temas, por ej, de financiación, por los “profetas y gurús” de ese ecologismo mainstream, o cuando no las controlan o no se somete a sus tiempos y necesidades) que luchan por la defensa de su territorio y no se perciben, con buen criterio, representadas por ellos.
Los dogmas, las políticas restrictivas, las poses, el folklorismo de sus star system, sobre lo que está montado ese ecologismo, hacen que, amplios sectores de población rural, lo perciban como un movimiento social más urbanita que rural, “amigo” del poder establecido, ajeno a sus problemas y que, sin contar con ellos, pretenden dominar y organizar el territorio donde llevan toda la vida viviendo, ¿han escuchado, a estos supuestos ecologistas, posicionarse ante la PAC? Posiblemente de hacerlo se hubieran tentado el chaleco, antes de denunciar a cualquier pastor pirómano.
Esa forma de actuar es el caldo de cultivo, y el origen, del rechazo que sienten hacia las llamadas “políticas verdes”, paridas en cualquier despacho de León, Valladolid, Madrid o Bruselas, desasociadas del entorno y de la realidad social donde se pretenden aplicar. Todo ello, es aprovechado por las derechas a salvajadas, totalitarias y nacionalistas para crecer, medrar políticamente, y asentarse, de forma hegemónica, en una comunidad autónoma, Castilla y León, envejecida, abandonada y despreciada.
Si no somos capaces de romper con paradigmas y dogmas, dados por inamovibles; romper con viejas y caducas idolatrías ligadas a una izquierda convertida en escombros que ya solo ofrece elegir entre neoliberalismo y neofascismo; combatir el miedo y desasosiego que genera el desbocado avance del capitalismo real hacia su autodestrucción que deja en su marcha hacia el abismo, desigualdad, devastación y muerte, nunca podremos avanzar.
Mientras siga vigente el enfrentamiento entre economía y ecología, como consecuencia de que las corrientes mayoritarias de la economía y de la ideología social se conciben ajenas a la base material de los ecosistemas, los flujos de energía y los materiales que sustentan la sociedad en la que operan, la especie humana seguirá caminando hacia la extinción. Por eso, la pregunta política de fondo que nos atañe a todos, en nuestro tiempo y en nuestra geografía, sea la que nos plantea Jorge Riechmam: ¿Preferirán las sociedades ricas convertirse en nazis antes que renunciar a una parcela de subconsumo que identifican con “calidad de vida»?.