[LA OVEJA NEGRA] El Bierzo hoy, de Ismael Álvarez a Olegario Ramón
GERMÁN VALCÁRCEL | Uno de los rasgos más característicos de la sociedad berciana es el del fingimiento y la simulación, la celebración de un mundo que nada tiene que ver con la realidad. Hablar sobre el Bierzo, implica una contraposición de relatos: el de las instituciones, los medios de comunicación, los novelones románticos y pseudohistóricos de mediocres escritores, y las añoranzas pimenteras, botilleras y castañeras de los muchos bercianos del exterior, por un lado; por otro, el de una realidad llena de penurias, explotación, expolio, humillaciones, miedos y complejos. Esa doble realidad es la cosecha que deja la poca memoria colectiva y, la menos aún, compartida. Esa amnesia, potenciada desde el poder, desdibuja el despojo y explotación pasados, y camufla los presentes y los por llegar.
¿Qué tiempo pasado ha parido este tiempo presente? Estoy convencido de que el colapsado Bierzo actual es producto de las decisiones políticas y sociales tomadas en los años noventa del pasado siglo, cuando la élite política, empresarial y sindical berciana diseñó un modelo “económico”, y puso al frente a los más corruptos y ladrones de sus miembros. Un modelo que sirvió de pantalla a un proyecto de sociedad caciquil, clientelar y especulativa, financiado por cuantiosos fondos públicos, comisiones de obra y concursos públicos amañados, pensado desde la idea misma de saqueo y corrupción.
Aquel tiempo de falsas quimeras y pueblerinas fantasías es el que ha permitido que nos representen los miembros más estúpidos y perturbados de nuestra sociedad, y se desarrollen los comportamientos más perversos. Fueron los años de Ismael Álvarez y sus sucesores, incluido el tránsfuga Samuel Folgueral, su hijo político bastardo. En la Comarca Circular, la funcionarial, rentista y trincona clase media ha creado facciones y banderías en los partidos políticos de ámbito nacional, con el único interés de defender sus intereses particulares.
El resultado es bien visible, una geografía devastada, donde cada elemento físico y humano denuncia la ausencia de lazos, conexiones y sentidos comunes compartidos por sus habitantes, es ahí donde el modelo ha dejado de ser una doctrina económica para convertirse en fundador de modos de ser vitales, en el organizador de la vida cotidiana y sus realizaciones. La berciana es una sociedad repleta de prejuicios y discriminaciones, de injusticias, de males y abusos silenciados por la hipocresía, el clientelismo y el amiguismo.
Por eso, cualquier noticia o revelación, relacionada con el poder, no pasa de ser poco más que un artículo de consumo que siempre se lee desde abajo. Esta misma semana hemos tenido ocasión de comprobar cómo procede la clase política local cuando de autoconcederse sus prebendas se trata. Ese conocimiento ha sido posible gracias a las informaciones y artículos de opinión publicados en este modesto medio digital ¿Alguna reacción a esas informaciones, en una comarca cuya renta media se sitúa por debajo de los 20.000 euros? No, ninguna, cuanto más desigual es una sociedad, o un grupo dentro de esa sociedad, más posibilidades de ejercer actitudes de dominio. Los dirigentes políticos bercianos han dejado claro estar dispuestos a enriquecerse, sin ninguna mala conciencia, a costa de lo que sea. Es el “precio” que cobran por mantener la estabilidad político-social del sistema en nuestra geografía, pastorear a sus habitantes y permitir que el capitalismo depredador se desarrolle sin problemas; son los cooperadores necesarios para conseguir territorios donde hacerlo y mano de obra barata.
Realizan, de hecho, una función de carácter ideológico, orientada a mantener la perdurabilidad de unas condiciones de conformismo y de pasividad que evite problemas sociales, ante las decisiones extractivistas que nos imponen desde administraciones superiores. El Bierzo lleva más de un siglo siendo tierra de sacrificio. Cuando comience la instalación de huertos solares y parques eólicos volveremos a ver, más claramente, como se posicionan. El alcalde ponferradino ya ha dado un adelanto, con la central de calor.
La berciana es una sociedad con una falta total de rebeldía, tanto a nivel colectivo como individual
Manuel Azaña, hace ya un siglo, dio en el blanco calificando como «burgos podridos» a los pueblos y ciudades de la España profunda en los que el caciquismo se resistía a dejar paso a la democracia plena y a las libertades. Aun hoy, y pese a la mayor calidad de vida que disfrutan sus habitantes, perduran tics de la época en que los caciques dictaban su santa voluntad.
En el Bierzo, alcaldes y concejales son los pilares que contribuyen a sustentar la panorámica cultural e ideológica del caciquismo: “favor por favor”, “hoy por ti, mañana por mí”. Prácticamente todos ellos proceden de las franquicias bercianas del PSOE ―más del 90 % de la población berciana tiene un alcalde de esas siglas al frente de sus Consistorios― y del PP. Han hecho bien su trabajo. La berciana es una sociedad con una falta total de rebeldía, tanto a nivel colectivo como individual. Solo queda el pasotismo y el servilismo del que espera que aquellos que más le desprecian, le solucionen los problemas a cambio de meter una ridícula papeleta en una urna cada 4 años.
El afán de caudillaje de nuestros regidores se traduce en querer que veamos que todo lo que ocurre en nuestros municipios se les debe a ellos, a su presencia y a su intervención política. Paradigmático es el caso del alcalde de Ponferrada: su ridícula reacción y autobombo ante la recuperación del servicio del Alvia es ilustrativa. Sus broncas con los medios de comunicación que no le son afines, y el uso y abuso de las redes sociales, le acercan cada vez más a la manera de entender la comunicación política de quien se supone está en sus antípodas: la presidenta de la Comunidad de Madrid. Ambos utilizan métodos similares de esterilización de las conciencias para imponer un orden de sordomudos.
No es sorprendente, Olegario Ramón, aunque se proclama de izquierdas, no distingue entre sindicalismo de clase y sindicalismo corporativo; el interés por lo laico y aconfesional, del interés religioso. Sus comportamientos clericales nos retrotraen a un no tan lejano pasado de “cerrado y sacristía”, son simbólicos, pero no responden a actitudes o intereses populares, como pregona o suele justificarse cuando se le critica. Sus decisiones políticas –por ejemplo, el aumento de la plantilla de la policía municipal― ponen de manifiesto su identificación con la ideología dominante en los diferentes ámbitos económicos, políticos, culturales y represivos. Corporativismo, catolicismo social, autoritarismo, uso de la institución y la norma en beneficio propio, y represión contra la disidencia -su actuación en los primeros meses del Covid no deberia caer en el olvido-, son algunas de las señas de identidad del fascismo. Don Olegario las practica todas.
Lo he escrito más veces: vivimos tiempos donde nos dan a elegir entre dos formas de totalitarismos, una el de la derecha asalvajada, extractivista, nacionalista, xenófoba, homofoba, misógina, cerril y devoradora de derechos colectivos; la otra, la clasista, destructora de derechos individuales, igualmente extractivista, aunque vestida de verde, de los dueños de la tolerancia que no son, en absoluto, tolerantes, fanáticos cuya causa es combatir el fanatismo, voceros de la libertad que andan quemando herejes.
Para enfrentar ese falso dilema, ayuda a buscar caminos gente como el crítico literario Terry Eagleton, en su obra La ideología. Una introducción: “¿Cómo combatir un poder que se ha llegado a entender como el «sentido común» de la sociedad en vez de percibirse como algo extraño y opresivo? En la sociedad moderna no es suficiente ocupar fábricas o enfrentarse al Estado. Debemos también impugnar toda el área de la «cultura», definida en su sentido más amplio y cotidiano. El poder de la clase gobernante es espiritual, además de material; cualquier «contra hegemonía» debe llevar su campaña política a este hasta ahora abandonado reino de valores y costumbres, hábitos del habla y prácticas rituales. (…) El opresor más eficaz es el que convence a sus subordinados a que amen, deseen y se identifiquen con su poder; cualquier práctica de emancipación política implica así la forma de liberación más difícil de todas, liberarnos de nosotros mismos”.