[OBITUARIO] Todo es Cúa
MIGUEL A. VARELA | Cuando le conté que me gustaría escribir un libro de viajes sobre el Sil, recorriendo a pie su trazado entre el arroyo que nace en las peladas crestas de La Cueta y su desembocadura entre La Guardia y Caminha, marcando frontera con Portugal y reivindicando las tres humildes letras de su nombre sobre la fama galaica del Miño, Raúl Guerra Garrido me contestó, contundente: “No te olvides: todo es Cúa”.
Las riberas del Cúa, los pozos en los que bañó su adolescencia cacabelense, un cerezo en flor de la parte de Corullón, ese mojón del kilómetro 400 en la antigua Nacional VI perdido entre viñedos, fueron el eje central de la geografía sentimental de Raúl, a la que volvió frecuentemente en su escritura.
La geografía de Raúl estaba en el centro del Noroeste que, como todo el mundo sabe, es una República de almendros que no coincide con la estricta cartografía política oficial y tiene fronteras marcadas por la niebla y el alma abierta de los que buscan otro valle más allá de este valle.
Raúl nació en Madrid, se crió en el Bierzo y vivió y murió en Donosti. Pero la patria de Raúl fue el Noroeste. Un Noroeste con sabor a mencía joven, a mineral antiguo, al juego mítico del enriquecimiento repentino convertido en ruina igual de súbita, a tardes de verano en el río y a besos frescos, ligeros y escurridizos como truchas.
La patria de Raúl no fue exactamente la de Max Aub, aquella que coincide con el lugar donde se hace el bachillerato, pero se aproximó a ese universo cada vez más remoto del que la vida inevitablemente nos aleja mientras nuestra conciencia ansiosamente la evoca, la imagina, la nubla, la revive con el paladar de la memoria. Un lugar que tal vez no sea el real aunque, a quién le importa lo real ante la contundente certeza de los sueños.
Creo que fue Goethe el que puso en boca de uno de los personajes de “Torquato Tasso” aquello de que “de lo que uno es, son los otros quienes tienen la culpa”. El Bierzo como territorio mítico, como espacio central de ese Noroeste imaginado por los poetas, es un lugar que le debe mucho a las miradas de esos otros, “culpables” de haber forjado una República en la que se habla el portugués de Miguel Torga; el gallego de Cunqueiro y de los gramos de patacas tristes de Mestre; el castellano con acentos plurales de Pereira, de Carnicer, de César Gavela o de Raúl Guerra Garrido, que son idiomas que no necesitan estados protectores, ni teorías diferenciadoras, ni leyes de discriminación positiva, porque sólo los que tiene el alma limpia pueden conocerlos.
Raúl Guerra Garrido ha formado parte de ese grupo. Una espléndida cartera de valores que no tengo claro que el Bierzo haya sabido o esté sabiendo gestionar. Un capital humano que, pese a todo, seguirá cotizando al alza en la bolsa de los territorios imaginados.
El Cúa de Raúl contradice a Heráclito y nosotros, para recordarlo, seguiremos nadando en las aguas cálidas de su literatura.