[TRIBUNA] Fiesta nacional de la Inmaculada
JAVIER LAGO MESTRE | La mayoría de las generaciones actuales identifican claramente la fiesta nacional de la Constitución española, 6 de diciembre, porque tiene un claro contenido político que nos afecta a todos (derechos individuales y colectivos, instituciones, etc). Ahora bien, no acontece lo mismo con la otra fiesta vecina, la del 8 de diciembre, la Inmaculada Concepción.
La fiesta de la Inmaculada tiene mucha tradición como veremos. Fue impuesta por una alianza estratégica entre los poderes del siglo XVII, la Corona y la Iglesia. Ambos se aliaron para fundamentar sus respectivos poderes civil y eclesial. Se trataba con ello de imponerse jerárquicamente a sus súbditos y feligreses. Para ello tuvieron que elaborar un peculiar discurso ideológico y religioso.
Este discurso se refería a la Virgen María, madre de Cristo, había nacido sin pecado original (inmaculada). Es decir, un ser humano, descendiente de los pecadores Adán y Eva, una mujer que era la excepción. Difícil de asimilar por los no creyentes. De ahí que, desde el comienzo de este curioso planteamiento, hubiese fuertes y contradictorios debates ideológicos. Incluso el reaccionario Concilio de Trento tuvo que dictar doctrina (sesión del año 1546), por supuesto, a favor de la Inmaculada.
Pero que para que las fiestas religiosas prosperen es necesario ampararlas por la milagrería. Y esto no falta en la Virgen de la Inmaculada. Recordemos que en 1585 las tropas españolas combatían en la isla de Bommel contra los estados generales de los Países Bajos. La situación de los tercios españoles era desesperada. Sin embargo, aparece casualmente una tabla con la pintura de la Virgen Inmaculada (señal divina). La protección de dicha Virgen supone la congelación del rio Mosa, lo que permite que crucen los soldados españoles y derroten a los protestantes (milagro de Empel). Este discurso ideológico de la milagrería nos recuerda la aparición de la Virgen de la Encina en Ponferrada o la del apóstol Santiago en la batalla del Clavijo frente a los moros.
En el siglo XVII se refuerzan los debates concepcionistas. Los franciscanos, agustinos y jesuitas fueron inmaculistas, frente a los dominicos maculistas. En Salamanca hubo graves problemas de orden público en esta controversia. Los contrarios llegaron a romper una imagen del parteluz de la portada de la Catedral (1660), y también se rajó la cara de un cuadro de Inmaculada (1664) por las desavenencias comentadas. Sin embargo, la nueva alianza entre la Corona y la Iglesia forzó da aceptación generalizada de la Inmaculada Concepción entre los súbditos y feligreses.
Los reyes Felipe III y Felipe IV tomaron partido por la Inmaculada, y mandaron que universidades, concejos, cofradías y órdenes religiosas hiciesen lo mismo. Felipe III proclamó la Corona de España como defensora de la doctrina inmaculada (1616) y Felipe IV la declara fiesta nacional (1644). Posteriormente, Carlos III establece a la Virgen patrona de sus reinos, sin embargo, este rey fue el que expulsó a los jesuitas de España.
La Corona obligó a la aceptación de la Inmaculada Concepción entre sus vasallos. Veamos el caso concreto de Ponferrada. En esta villa, en 1656, el corregidor de Ponferrada, máximo oficial real en la provincia berciana, informa del nuevo mandato real. El regimiento de caballeros aprueba el voto de juramento de “defensa de la Concepción Inmaculada y Pura de la Soberana Reyna de los Angeles, María Santísima, Señora Nuestra, defendiendo siempre hasta perder la vida, (que) fue concebida sin mancha de pecado original”. El razonamiento de tal hecho político es que “se acordó el questa villa, imitando a todas las demás villas y ciudades del Reyno”.
Para esta nueva celebración religiosa, se establece una alianza municipal, entre el regimiento y la Iglesia local. De las negociaciones bilaterales, sabemos los resultados. El ayuntamiento pagará 4.000 maravedís al convento de san Agustín por dos sermones, lo que supone un nuevo gasto para el deteriorado erario municipal. Además, la celebración de las correspondientes misas provocan la contraprestación a la hermandad de sacerdotes de la villa de un balcón para poder asistir a las corridas de toros de la plaza de la eras (F. González González, Iglesia de la Encina).
La Iglesia y sus instituciones se preocuparon mucho por el mantenimiento y fomento de numerosas fiestas religiosas. En Ponferrada, recordamos La Encina, el voto de San Roque, San Sebastián (20 de enero), San Marcos (25 de abril), Candelaria (2 de febrero), Semana Santa, Corpus Christi, etc. Algunas de estas fiestas iban acompañadas de toros, lo que ocasionaba gastos de más al ayuntamiento. De ahí que se solicitase al obispo de Astorga dispensa de la obligación (P.S.T.F. Una villa del Barroco). La Corona y la Iglesia se aliaron para imponer las festividades religiosas, porque fundamentaban sus poderes. La realeza defendía su origen divino y su vinculación con la sacralidad. Estas dos instituciones, Corona e Iglesia, trataban de mantener su jerarquía y privilegio frente al resto de mortales (súbditos y feligreses).
Lo que resulta lamentable es que en pleno siglo XXI los ciudadanos tengamos que soportar estas peculiares ideologías confusas y ultramontanas. El Estado de derecho que disfrutamos no debería soportar esta humillación irracional del pasado que supone mantener la fiesta de la Inmaculada Concepción.