[UNA HABITACIÓN AJENA] Café para todos
NELLY BOXALL | Me parece oportuno, dada la reciente celebración del Día de la Constitución y la tan manida reivindicación por la Memoria, desenterrar una parte de la intrahistoria que permitió pervertir el actual sistema desde antes de su mismo nacimiento. Como si de una lección de Transición para dummies se tratara, creo no equivocarme si afirmo que la mayoría podemos coincidir en varias evidencias tras la muerte del viejo Dictador en su cama. La primera es que Franco dejó heredero a Juan Carlos de Borbón, cuyo padre seguía vivo y en el exilio; aquél a su vez nombró a Adolfo Suárez Presidente del Gobierno en 1976, quien había venido ocupado cargos de responsabilidad durante el Régimen franquista, procediendo a la legalización del Partido Comunista en 1977. Pues mal empezaba la cosa ¿no? Como sostuvo durante toda su vida Antonio García Trevijano, luchador antifranquista y cerebro de la Platajunta, “toda persona tiene derecho a cambiar de opinión política, a lo que ningún jefe tiene derecho es a estar cuarenta años defendiendo la dictadura y en un mes querer ser líder de la democracia. Si ese hombre es honesto y honrado, tiene que pedir perdón por sus errores y retirarse a su casa”. Nada más lejos de retirarse a sus aposentos y a los españoles empezaron a darnos lecciones de libertad y democracia gentes como Torcuato Luca de Tena, Pío Cabanillas, José Mª de Areilza, Adolfo Suárez, Manuel Fraga…
… y por orden de Manuel Fraga, siendo ministro de la Gobernación -Interior en la actualidad- se llevó a cabo la encarcelación del mencionado García Trevijano, sin mediar proceso judicial alguno pero sí la muy oportuna intervención de Felipe González, tanto en cuanto no se terminaba de hilvanar el tapiz que decoró nuestros más ilusorios sueños de democracia y que ahora, raído, descolorido y ajado, envuelve nuestras pesadillas. Un González y un Psoe muy convenientes en el tablero geopolítico donde la política de bloques de la Guerra Fría llegaba a su fin, auspiciados por los fondos de la socialdemocracia alemana y el amigo americano y con una militancia que, tras cuarenta años de vacaciones, surgió de la nada. Pero siendo todas las descritas condiciones necesarias, no hubieran sido suficientes sin el colaborador necesario que fue Santiago Carrillo y su traición al Pce con su subida al tren de la reforma en perjuicio de la ruptura, renunciando a la estrategia política del partido y aceptando la monarquía designada por el General Franco. Eso, con los muertos, los encarcelados y torturados que arrastraba entre sus filas, eso, fue lo más imperdonable de todo. Y la ruina política para el partido más importante en la lucha antifranquista.
Sentadas y aseguradas las bases, se redacta una Constitución que sería el marco perfecto para contener un verdadero Jardín de las Delicias, no le faltaba de nada, salvo legitimidad: su Corona, su sistema de partidos prebendarios que impediría alcanzar algo parecido a una mínima democracia y que permitirá, a lo sumo, un turnismo político postrado ante el capital, su vergonzante separación de poderes -miren la que hay liada con la renovación del Consejo General del Poder Judicial-, un texto constitucional reformable cuando nos lo imponen desde fuera e intocable desde dentro y con un Título Octavo que bien podría llamarse “De la desorganización territorial del Estado”. El sonrojante apaño legislativo a posteriori con respecto al referéndum del proceso autonómico de Andalucía debido al “no” en la provincia de Almería es un claro ejemplo del frenesí autonómico.
Y, precisamente, fue ese apartado constitucional el pegamento que hizo posible el famoso “consenso”, había posibilidad de “cacho” para todos, luz verde a la creación de macroestructuras administrativas y políticas en cada uno de los diecisiete territorios, con sus correspondientes redes clientelares; sus propios métodos de acceso a la Función Pública -desde Bruselas nos han dado el toque por la elevada tasa de empleo temporal de las distintas administraciones, de ahí los bochornosos y poco exigentes procesos de estabilización de empleo actuales-; sus propios sistemas de control y rendición de cuentas; un laberíntico sistema de acuerdos y convenios de colaboración entre administraciones; la maraña normativa; desigualdad fiscal entre los habitantes de los distintos territorios; la transferencia de competencias tan importantes como la Sanidad o la Educación, semilla de una desigualdad creciente e inquietante o las Cajas de Ahorros como instrumento de los gobiernos autonómicos. La solución dicen que pasa por crear un Estado Federal ¿perdón?
«El abrazo» de Juan Genovés